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« Previous Page Table of Contents Next Page »del plomontodo, desde el cual pudiésemos fijar nues– tro CUlSO, los balquelos se metieIon entre el agua pa– ra lemolcar el bongo Yo los seguí" y con un sombre– ro de paja de ala ancha para plotegerme del sol, me encontré con que el agua estaba deliciosa DUlante este tiempo uno de los tripulantes tlajo arena de la playa para aplaliar la concavidad del fondo del bote, y proporcionar a las mulas donde hacer pie firme In_ capaces de pasar más allá del lugar, a la una y media echamos el ancla, y muy pronto todos los hombres de a bOl do estaban dm'miendo
Yo desperté con las piel nas del piloto descansan_ do sobre mi hombro Esta ~ra una posición un poco üdícula, pero ninguno la vió Flente a mí se encon– traba el volcán de Cosagüina, con su campo de lava y su playa desolada, y ningún ser viviente estaba a la vista, salvo mis dormidos bar queras Cinco años an– tes, en las' playas del Mediterráneo y al pie del monte Etna, leí en un periódico un relato de la el upción de este volcán Poca era entonces mi esperanza de verlo jamás: la más tr emenda en la historia de las erupciones volcánicas, cuyo estruendo sobrecogió al pueblo de Guatemala, cuatrocientas millas más allá, y en Kings– ton, Jamaica. a ochgcientas millas de distancia, se su– puso que serían los cañonazos en señal de peliglo de algún buque en el mar Cambió el aspecto de la Na_ turaleza; desapareció el cono del volcán; una montaña y un campo de lava lodaron hacia el mar; una selva antigua como la cleación había desaparecido entela_ mente, y dos islas se formaron en el mar; se descubrie_ Ion bajíos, en uno de los cuales un cOlpulento árbol se había fijado de arriba abajo, un lío quedó completa– mente tapadr, y se formó otro que couía en opuesta dirección; siete hombres empleados del plopietario de mi bongo bajalon COl riendo hasta el agua, se aleja_ Ion en un bongo. y nunca más se supo de ellos; las bestias salvaies, aullando, abandonaron sus cuevas en las montañas, y los jagual es, los leopardos y las ser_ pientes huyeron a refugiarse en las moradas de los hombres
Esta erupción ocurrió el 20 de EnelO de 1835 MI'
Savage estaba ese día en. las faldas del volcán de San Miguel, a una distancia de ciento veinte millas, bus– cando ganado. A las ocho de la mañana vio una den_ sa nube elevándose hacia el Sur en forma piramidal, y oyó un estruendo que repercutió como el blamido del mar Muy planto las espesas nubes fueron alum– bradas por vívidos lelámpagos, de color de rosa y bi_ furcados, desc31gando y desap31eci€ndo, lo cual supu_ so que sería algún fenómeno eléctrico Estas ap31ien– cias aumentaran tan 1 ápidamente que sus hombres se amedrentaloH, y dijeron que er a una l uina, y que el fin del mundo se aploximaba Muy pronto él mismo se convenció que ésta €la la erupción de un volcán; y
como el Cosaguina el a en ese tiempo una tranquila montaña, no sospechaba que contuviCla fuegos subte_ rráneos, y supuso que procedería del volcán de Tigris Regresó a la ciudad de San Miguel, y al caminar tI es cuadras sintió hes sevelas sacudidas de tel'lcmoto Los habitantes se hallaban angustiados por el tenor Los páiaros volahan locamente por las calles, y, cegados pOl el polvo, caian muer tos en el suelo A las cuatro de la tarde ya estaba tan obscuro que, como dice MI' S se puso la mano fl ente a los ojos, y no pudo vérse– la' Nadie se movía sin nna candela, la que daba una opaca y nublada luz, que Se extendía sólo a pocos pies En esos momentos la iglesia estaba llena y no po– día contener ni la mitad de los que deseaban entrar La imagen de la Virgen fué conducida a la plaza y pa– seada por las calles, seguida por los habitantes, con candelas y antorchas, en procesión penitencial, cla~
mando al Señor POI el peldón de sus pecados Tañe_ Jan las campañas, y durante la procesión hubo otro temblor, tan violento y tan lalgo que anojó por los suelos a muchas gentes que iban en la procesión. La obscmidad continuó basta las once del día siguiente, hOla en que'el sol fué parcialmente visible, pela opa– co y nebuloso, y sin ninguna bdllantez El polvo so_
ble el suelo era de cuatro pulgadas de espesor; las ra_
mas de los áJ boles se quebrm on con su peso, y la gen– te estaba tan desfigutada por él que no podía ser re_ conocida.
Por entonces Mr S. marchó pal a su hacienda en Zonzonate Durmió en la primel a aldea, y a las dos o las tres de la mañana fué despel tado por un estallido semejante al 1 amper del más tellífico trueno o al dis– pala de millar es de cañones Este fué el estallido que asustó al pueblo de Guatemala, cuando el comandante salió afuer a, suponiendo que atacaban el cualtel, y el que fué oído en Kingston, en Jamaica Fué acompaña_ do de un temblor tan violento que por poco lanza a MI'
S fueIa de su hamaca
rOl' la tarde todos mis hombres se despeltaron, el viento era faVOlable, pero ellos tomaron las cosas tranquilamente, y después de cenar izamos la vela Como a las doce de la noche, por un convenio amiga_ ble, me tendí sobre el banco del piloto bajo la calla del timón, y cuando desperté ya habíamos pasado el
volcán de Tigri~, y nos hallábamos en un archipiélago de islas más bello que las islas de Grecia El viento calmó. y los barqueros, después de juguetear por Un
mo};nento con los rémos. dejaron caer otra vez la enor– me piedla y se durmieron Fuera del toldo el calor del sol ela agotador, debajo de él la estrechez ela so– focante, y mis pobres mulas no habían tenido agua des~
de su emba1Cme En la confusión de la salida yo la ha– bía olvidado hasta el momento de la partida, y enton_ ces no hubo vasija para llevarla Después de darles un ligelo sueño désperté a los hombres, y con la pro– mesa de una recompensa los induje a tomar sus remos AfOltunadamente, antes que se hubielan cansado tuvi_ mos una brisa, y como a las cuatro de la tarde la grue– sa piedra fué dejada caer en el puerto de La Unión, frente a la ciudad Un barco estaba anclado, un ba– llenero de Chile, que había entrado de arribada y ha_ bía sido condenado.
El comandante era don Manuel Romero, uno de los veteranos de Morazán, que estaba ansioso de reti– rarse entelamente de la vida pública, pela que pelma_ necia en el puesto porque, en sus actuales peligros él podía ser útil a su benefactOl' y amigo Ya tenía no– ticias de mi, y sus atenciones me hicieron recordar, lo que a veces olvidaba, pero lo que otros muy lara vez olvidan: mi carácter oficial; me invitó a su casa mien_ tras yo permaneciera en La Unión, pela me dió in_ formes que me hicielon sentir más que nunca el an– sia de aplesurarme. El Genelal Morazán hacía sólo pocos días que había salido del puerto después de a~
compaííar hasta ese lugar a su familia en viaje para Chile. A su regreso a San Salvador intentaba mar~
chal' directamente contI a Guatemala A marchas for_ zadas yo podía alcanzarlo y seguir baio la guardia de sus ü'opas, confiando en la esperanza de escaparme de estar en el acto en caso de una batalla, o, por mi co– nocimiento con Carrera, loglal el paso a través de las líneas Afortunadamente el capitán del barco conde– nado deseaba ir a San Salvador y convino en acompa_ ñal me al siguiente día.
Había dos fOl asteros en el lugar: el capitán R de Hondmas, y don Pedlo, un mulato, y ambos se mostra– ron pal ticulllrmene afables para conmigo Por la no– che, mi propuesto compañero de viaie y yo los fuimos a visitar, y muy pronto se concel tó una jugada de ba– raja Celláronse las pueltas, púsose vino sobre la me~
sa y plincipió el monte con doblones El capitán R y don PedlO hicieron todo lo posible para me uniese a ellos. y cuando me levanté para despedhme, el capitán R, como si pensma que no podlía haber sino un moti_ vo para mi resistencia, me tomó aparte, y me dijO que si yo necesitaba dinelo que él era mi amigo: mientras que don Pedro dec131ó que él no ela dco. pela que te– nía un glan corazón; que se aleglaba de habelme co– nocido; que había tenido la honra de conocer una vez antes a un cónsl:1 en Panamá, y que contara con él pa~
la 10 que se me ofleciera El juego es uno de los glanw
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