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« Previous Page Table of Contents Next Page »desayuné Iha yo a continuar, cuando un caballero de aspecto respetable me detuvo, con muchas apolo_ gías por la libertad, y me pidió un medio real Le dí uno, el cual examinó y me lo devolvió dicendo: "No
corle" EIa siempIe matetia corriente, al pagar dine_
la, el tener que recibir dos o hes piezas devueltas, ya esto yo algunas veces me resistía; mas como en esta tietra todas las cosas eran al revés, parecía reguJal' el que los mendigos fuesen los escogedores y le dí otra
Mi h;gar de pal ada en casa de MI Bridges, un inglés de una isla de las Anillas, quien había residido en di do en el país por muchos años, y era casado con una señOl a de León, pero que, con motivo de las convulsio– nes del país, vivía en su hacienda El terreno era fél til
para algodón y az.úcat V MI B decía que aquí cincuenta hombles podían elabOlar el azúcar más balata que dos– cientos en las islas; pelO la difcultad era que no se podia depositar confianza en el tIabajo de los indios Aquí también, gl acias a la benevolencia de Mr B y de su señOla, y a la magnífica rusticidad de la vida en la hacienda, yo podia haber pasado varios días con mucha satisfacción; pero me detuve solamente para
comer, después de lo cual Mr B me acompañó hasta Chinandega.
Como siempre, mi primera ocupaciónfué hacer los a11 eglos pala continuar mi viaje Todo mi camino se extendía a lo largo de la costa del Pacífico, pero más allá de éste
l
el golfo de Conchagua hacía una gran cortadura dentada en la tíe1 1'a, la cual el a costumbre cruzarla en un bongo enviando las mulas alrededor de la cabeza del golfo' Se me advirtió que lo último e13 al'liesgado, pues las tropas de Honduras estaban
en marcha sobre San Salvador y podlían apod~ralse
de ellas Yo podía salvarlas yendo peIsonalmente, pm o este era un viaje de seis días, a través de un te– l'litOlio tan desolado ,que ela necesalio llevar pastilla para las mulas; y como aún tenía un largo camino por delante, creí necesario economizar mis fuerzas Me sentIa poco inclinado a coner el riesgo de perder mis mulas y mandé un mensajero a El Viejo, donde vivían los d~eños de los bongos, para alquilar el más gran_ de. determinado a soportar el peligro de llevarlas con_ mfgo. A la mañana siguiente regresó el mensajero que había conseguido un bongo, para estar listo en la talde del día siguiente, con un recado del propietario diciendo que la embarcación cOlría por mi cuenta y riesgo.
Obligado a esperar un día, después del desayuno salí para Realejo En el camino me encontlé con Mr Foster, vice_cónsul inglés, que venia a verme Re– glesó v me llevó primero a la máquina o fábrica de
algodón de ~a que yo babia oido mucho por el canú– no Esta era la única en el país, y debía su existen– cia al empuje de un paisano, habiendo sido fundada por Mt Higgins, quien, frustradas sus esperanzas, o disgustado del país por airas causas, las vendió a don F1 ancisco y a Mr Foster Ellos estaban llenos de es_ peranzas de obtener ganancias; pues suponían que, proveyéndole un mercado, el pueblo seda inducido a trabajar y a levantar algodón suficiente para la expor– tación a Europa LoS recursos de este trastOlllado pais son incalculables La paz y la industlia abrirían las fuentes que ~o inundarían de riqueza; y no me cabe
duda que la inlluencia de esta sola fábrica se hal á
sentir en la tranquilidad y enriquecimiento de todo el distrito que esté bajo su alcance
Acompañé a MI' Foster hasta Realeío, que estaba solo a media hOla a caballo El puerto, dice Huarros, es capaz de contenel mil barcos; pero hallándose a una distancia de dos o !tes leguas, me fué imposible visi– tallo El pueblo que se compone de dos o tres calles, con casas pequeñas y dispersas, circulado por una tu_
pida selva, fué fundado por unos cuantos de los com– pañeros de Alv31 ado, que se detuvieron a1H en su ex_ pedición al Perú; pero, hallándose tan inmediato al mar y expuesto
8. las inculsiones de los bucaneros,
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los habitantes se movieron tien a adentt o y fundaron
a León.
. Al anochecer regresamos a la fábrica, y don Fran– CISCO y yo llegamos a Chinandega, donde se me recibió con la nueva que el propietario del bote había manda_
do a decir que suporna que yo tendda permiso del jefe d.el Estaqo pala embarcarme, pues, por wm mden re_ CIente, mnguna persona podlfa embarcalse sin dicho pelmiso E13 esta una de las más enojosas suposicio– Jles Yo había penetrado al Estado por una frontera desiel ta, y ni una sola vez se me babía pedido pasa– porte El le:.. tal' puede recordar cómo evité el hacer una visita al jefe del Estado; y, además, cuando estaba en León, no sabía si seguiría por tiena o si cruzaría el golfo, y suponía que en el puelto de embmque po–
dI ia conseguh todo lo que fuera llecesalÍo l\lfe halla_ ha excesivamente pelturbado, pero don Francisco man_
dó llamar al comandante del pueblo, quien dijo que la orden aún no había sido enviada al puerto, sino que estaba en su manos, y que él la retendlía
Temprano a la mañana siguiente adelanté una caneta de bueyes con el equipaje y una provisión de mafz y zacate para las mulas durante el viaje, y, des– pués de una agradable cabalgata de una legua, llegué a
El Viejo, uno de los pueblos de apariencia más respe_ table en Nicaragua La casa del dueño del bongo eIa una de las más grandes del lugar, y amueblada con dos sofás de caoba fabricados por un ebanista yanqui en Lima, dos espejos con marcos dorados, un reloj fran–
cés, sillas doradas con asientos de junco, y dos mece_ doras de Bastan que habían hecho la travesía del Ca– bo de HOl nos Don Francisco pasó adonde el coman– dante El desgraciadamente, había recibido sus Ól_
denes directamente del gobierno, y no se atrevía a dejaIme pasar Fuí yo mismo con Mr Foster La
01 den era positiva y yo estaba en agonía Aquí hice presión con mi carácter oficial, y después de una hora de tal mento, con la cálida ayuda de Mr Foster, y bajo su galantia de librar al comandante de responsabili– dad, y de enviar inmediatamente un expreso a León por un pasaporte del ;efe del Estado, Se convino en que mientras tanto yo podía proseguir
No espeIé más, sino que, despidiéqdome de MI'
Foster y de don Francisco, salí para el puerto Este quedaba a siete leguas a través de una no interrumpida selva Por el camino alcancé a los hombres de mi bongo, casi desnud~s moviéndose en una sola fila, con el piloto a la cabeza, y llevando cada uno una malla a_ bierta conteniendo tortillas y provisiones para el via_ je A las dos y media llegamos al puerto de Nagosco– lo AlU había una sola choza, junto a la cual una mu– jer estaba lavando maíz, con un niño desnudo cerca de ella en el suelo, con la cara, brazos y euel po llaga– dos y fluyendo materia, imagen de la escuálida PObl e_
za Al frente había un fangoso I1ano, por cuyo centro corlía un cOlte recto, llamado canal, con un terraplén seco hacia un lado, con el lodo endm ecido y blan– queado por el sol . En esta zanja yacían varios bon– gos en seco, aumentando la fealdad de la escena Yo tuve un sentimiento de gran satisfacción por no ver_
me obligado a permanecer allí más tiempo; pero la in– feliz mujer, con un tono de voz que pa1ecía legocijar_ se con la esperanza de hacer a Ot10S tan desdichados como ella mi<>ma, desistió de lavar su maíz, y chilló en mis oídos que un guarda había sido mandado directa_ mente de la capital, con la orden <le no permitir el embaIque de ninguno sin pasaporte El guarda se ha– bía ido río abajo en una canoa, en busca de un bongo que había intentado salir sin pasaporte, y yo anduve hacia abajo por la orilla del canal con la espel anza de coget 10 solo a su regreso El sol estaba abrasador,
y cuando pasé los bongos, los balqueros me pregunta. ron si tenia pasapo~te Al extLemo del canal, bajo la sombra de un árbol COl pulento, estaban dos mujeres; y eUas habian 1:'el'ID8necido tres días en aquel lugar agua1 dando a uno de los de su compañía que se habí~
ido a. León para conseguir un
pasapol te
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