Page 57 - RC_1969_01_N100

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joven neglo, con negla sotana y gallo, sentado junto

a una mujel blanca, bien pmecida y bien vestida, Y,

si no me equivoco, platicando con ella de otras cosas

y no de las relacionadas con sus debel es sacel dotales Su negl a 1 evel encia de ninguna manel a quedó conten– to al velme Le plcgunté si podría conseguir posada en su casa, la que, aunque pal ezca algo ah evida, es la frase que el viajelo acostumbla; y, sin levantarse de su asiento me iespondió que su casa ela pequeña

e incómoda, Y que el alcalde tenía una a propósito El a el plÍmel cm a negro que yo había visto, y el (mi~

ca en el país qUf~ faltó a los debelcs de la hospitalidad Debo confesar que sentí un fuerte impulso de dalle en la cabeza con el mango de una pistola, y espolean_ do mi caballo para que casi saltala sobre él, di media vuelta y galopé fuel a del patio Con el alcalde y el

CUla ambos en mi contra, yo no tenía espelanzas en el ptteblo Ya era casi de noche ~ leglesé a Masaya Mi enojo desapaleció con la sensacIón de una abruma– dora fatiga Habría sido imposible 1 epeth la ruda la– bor del día sin un intel valo de descanso, y había tan– ta dificultad en hacer los alleglos, que determiné mon_ tar mi macho y seguir adelante

A la mar.ana siguiente leanudé mi viaje Mis mu_

las no habían bebido agua Pala que fuelan al lago y leglesaran tendrían que hacer un viaje de dos leguas;

y pala ahorráselos yo complé agua, que la medían en una calabaza que contenía como Un cUal to de galón Como a una legua de distancia comenzamos a ver el Lago de Managua, y Íl ente a nosotros todo el terre– no era un lecho de lava desde la base del volcán has– ta el lago Me encontré con un gl upo de viajeros en– tre quienes, al principal de ellos, reconocí como a un

extr anjel o Nosotros ya nos habíamos encontrado cuando di media vuelta y lo saludé en inglés; y des_ pués de mirarme pOI unos instantes, con gran sorpi e_ sa mía me llamó por mi nombre Era un americano llamado Higeins, a quien yo había visto la última vez en mi plopia oficina en Nueva York Venia de Rea– lejo y se hallaba en mi camino para San Juan, con la i~tención de embarcarse para los Estados Unidos. 1\i[andamos nuesbo equipaje por delante y nos apea– mos, y además del placer de encontrarlo, estoy muy agradecido h,cia él, porque yo viajaba entonces en un alvardo, o silla común del país, muy molesta pala el que no está acostumbrado a ella Mi pr opia silla las_ timaba a mi mac:ho, y como su viaje estaba próximo a su fin me dió la suya en cambio, en la cual monté de allí en adelante hasta que la dejé en las playas de Yu_ catán Me dió, además, unas líneas a lápiz para una señala en León, y yo le encargué recados para mis amigos en mi tierra Cuando siguió su camino casi lo envidié, él dei aba tras de sí tumultos y convulsiones y se dirigía a su tranquilo hogar, mientras que yo te– nia hente a mí todavía Un largo y penoso viaje Más o menos hes horas después de una cabalga– ta desespel adamente calurosa llegamos a Managua, bellamente sUuada en las riberas del lago Entrando en medio de una colección de chozas pajizas, pasamos a una amplia y alÍstocrática 1esidencia, con un patio que ocupaba toda una manzana; la mansión de una fa– milia expatliada en decadencia y malchando hacia la ruina

Ya avanzad... la talde bajé a dar un paseo por el 1ago Este no era tan grande como el Lago de Nica– ragua, lJelO era una magnífica sábana de agua, y a plena vista quedaba el Volcán de Momontanbo (Mo– motombo) La playa vresentaba el mismo animado es~

pectáculo de las mujeles llenando sus cántalos, hom– bles bañándose, caballos y mulas bebiendo, y en cier– to lugar una fila de chozas de pescadolcs, sable la olÍ_ lla del agua había estacas sembl adas en forma b iau_ guIar, y mujues con pequeñas ledes de mano estaban cogiendo pescados, los que metían denho de lug31es huecos o cavados, o por mejor decir, 1 aseados en la al ena A los pescados les llamaban sardinitos, y a la puel ta de las chozas los hombles estaban prepa1ando fuegos pal a cocinarlos La belleza de esta escena el a

1 calzada pOl el pensamiento de que ella no SUfl ía nin_ gún cambio Aquí Cla un pelpetuo verano, jamás el invierno llegaba a empujar a sus habitantes a que bus– caran sus fuegos tiritando pela todavía selÍa discuti– hle el sabel si bajo el mismo clima y el mismo escena_ lio, con las pocas necesidades fácilmente satisfechas, desarrollando con lozanía al aire libre y a la Ol illa de este deleitoso lago, aun los descendientes de la laZa anglosaiona no perdieran su industria y su enelgia Este lago desagua en el lago de Nicaragua por me_ dio del lío Tipitapa, y se ha hablado de oba comuni_ cación ent! e los dos mares 1)01' medio de un canal des– de él hasta el Pacífico en el puel to de Realejo El telleno está pelfectamente a nivel, y el puerto es qui– zás el mej01 en Hispano Amélica; pelO la distancia es

de sesenta millas, y hay oh as dificultades que a mí me palCce que son iusupel ables~ El río Tipítapa ha sido lnesentado como navegable pOl los más glandes barcos en toda su extensión; pelO jamás se ha efec_ tuado ninguna medición hasta la de Mi Bailev, según la cual tiene treinta millas de 1~lgO Comenzando en el lago de Nicaragua, por veinticuatro millas el agua tiene de una a ti es bl azas de profundidad A_

u1.ba de esto hay unos raudales, y a una distancia de cuatl o y media millas una cascada de trece pies La pendiente total en las seis hizo ladear .por la Questa del Relox, así llamada por un venerable 1 eloj de sol que se encuentl a a un lado del camino, de una pie_

d1a gris obsclU'o, con una inscripción en castellano, pero con los calacteles tan gastados e indistintos que no pude descifrarlos C31ece de histOlia, salvo que fué erigido por los conquistadores, y pelmanece co– mo una indicación de las obras con que los españoles comenzaron a colonizar el pais.

A las once y media dejamos el lago por última vez

y entramos a un llano abielto Cabalgamos una hOla más, y llegamos a Nagarote, una aldea miserable, con sus casas construidas en parte de lodo, con patios al frente, trillados por las mulas y desecados por el sol Yo entré a una de las casas para gualecerme y hallé en ella a un joven sacerdote neglo en viaje para Cal_ tagena, ordenado por la Iglesia en León La casa es_ taba ocupada por un viejo solitalÍo Tenía un ratre con un petate encima, sobre el cual me acosté, 'fA..iz de reposar unos instantes y de escapmffie del ardoroso calor Frente a la cama estaba una tosca armaZón co– mo de seis pies de alto, sobre la que había una especie de casita de muñeca con la imagen de la Vhgen sen– tada en una silla, y ataviada con adel ezos de poco va~

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A las tres de la tarde nos pusimos de nuevo en malcha El sol habia perdido algo de su fuerza, el camino ela albolado, y observé más del acostumbrado número de cruces Se dice que la gente de Nical a_ gua es la peor de la Republica Los habitantes de los atlas Estados siempre previenen a los extranjelos en conha de ellos, y éstos son proporcionalmente devo_ tos Por todas pal tes, en las ciudades y en el cam– po, sable la cumble de las montañas, y a la O1i11a de los 1 íos, esto" monumentos me saltaban a los ojos l\1e fijé en un clalo la lado del camino, pintado de negro, con una tabh negra suspendida en él, conteniendo una inscripción en letlas blancas descolOlidas; lo habían eligido en memalÍa de un padre que había sido asesi_ nado y sepultado al pie l\!Ie detuve pala copiar la insclÍpción, y mientras me ocupaba en ello divisé un glUpO de vÍl1jelos que se aproximaba, y conociendo la suspicacia de la gente, ceu é mi libro de notas y seguí adelante El gl upo se componía de dos hombles, con sus cliados, y una muier El más joven de los hombles me saludó, y dijo que me había visto en Gra_ nada, sintiendo el no haber sabido de mi proyectado viaje Por e1 estilo de su haie y equipos supuse que sería un caballero, y quedé segUIo de ello pOI la cir~

cunstancia de llevar un gallo de pelea bajo el brazo Conforme caminábamos, la convelsaCÍón lCcayó sobre estas inteleS?ntes aves, y supe que mi nuevo conocido iba 1Jal a León a una riña, de la cual Ofl eció dal me no~

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