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en vez de mhar el cláter del lejano volcán, me hallaba al borde de otro.

Entre las maravillas consignadas de los descubri– mientos en América, esta montafi.a era una de ellas; y

los españoles. que en aquellos días jamás se quedaban a medio camino en cualquier asunto que hiriese la imaginación, k llamaban El Infierno de Masaya El histoliador al hablar de Nicaragua, dice HHay mon– tañas ardiontes en esta provincia, la principal de ellas eS Masaya, donde los nativos en ciertos tiempos sacri~

ficaban doncellas, arrojándolas dentro de ella, creyen– do ?paciguar el fuego con sus vidas, para que no des–

tI uyera el país y ellas iban muy alegremente hacia allí", y en otro lugar dice: "A tres leguas de la ciu_ dad de Masa, a, hay un pequeño monte, plano y redondo llamado Masaya, que es una montaña ardiente, cuya

Boca tiene media Legua de Circunferencia, y una plO· fundidad dentro de ella de doscientas y cincuenta bra– zas Allí no hay Arboles ni Yerbas, pero las Aves ani–

dan sin ninguna Molestia por el Fuego. Hay allí otra Boca como la de un Pozo a un Tiro de flecha pala arriba, cuya distancia hasta el Fuego es alrededor de ciento cincuenta Brazas, siempre hirviente, y esa masa de Fuego, a menudo se levanta y produce una gran Luz, de manera que ...-puede ser vista a considelable distancia Ella se mueve de un lado para oho, y a ve.. ces ruge tan fuerte que es espantoso, sin embmgo nun– ca atroja nada más que hwno y llamas. El Liquor nUnca descansa en el fondo, ni su hervor, imaginándo– se que este fuera ORO, F BIas del Castillo, de la Or– den de Santo Domingo, y otros dos Españoles, fueron bajados a la primera Boca en dos Cestas con un Cubo hecho de un Pedazo de Hierro, y una larga Cadena pa– ra elevar un poco de aquella ardiente Materia, y sa– ber si era Metal. La Cadena COITi6 ciento cin~uenta

Brazas, y tan pl anta como llegó al Fuego, el Cubo se fundió con algunos Eslabones de la Cadena, en muy corto Tiempo, y de ahí que ellos no pudieron saber lo que había abajo. Permanecieron allí aquella Noche sin ninguna Necesidad de Fuego ni de Candelas, y sa– lieron otra vez en sus Cestas suficientemente asusta– dos"

O el monje, chasqueado en su busca de oro, había mentido, o la Naturaleza había efectuado uno de sus más extraordinarios cambios El cráter el a como de milla y media de circunferencia, de quinientos a seis.. cientos pies de profundidad, con sus lados ligeramen–

te inclinados y tan regular en sus proporciones que palecía una excavación artificial El fondo era plano, tanto los lados romo el suelo cubiertos de yerba, y se– mejaba un inmenso tazón cónico verde Allí no ha– bía ninguna de las tremendas señales de una erupcióñ volcánica; nada aterrador. o que sugiriese una idea de el infierno; sino, al contralio, era un paisaje de tran– quila y singular belleza Yo descendí a un lado del crá– ter y anduve a lo lalgo de la orilla mirando el área de abajo Hacia el otro extremo había una vegetación de al bolitas, y en un lugar no crecía la yerba, y el sue_ lo estaba negro y terroso, parecido al fango seco. Esta era quizás la boca del pozo misterioso que atrojaba llamas, que lanzaba su luz a "considerable distancia", dentlo del cual las doncellas indígenas eran arrojadas, yel que fundió el cúbo de hierro del fraile Lo mismo que él, yo séntía curiosidad por "saber lo que había abajo"; pero los lados del cráter elan perpendicula– res Entelamente solo y con una hora de penosa fa– tiga entre mis guías y YO, vacilé en el intento de bajar, pela me disgustaba el regresar sin hacerlo En cierto lugar Y cerca de la tiel'la negra, la orilla estaba rota, y habia algur..os arbustos y árboles achaparrados Plan_ té mi escopeta junto a una piedra, até mi pañuelo al_ rededor de ella como una señal de mi paradero, y muy pronto me hallé dehajo del nivel del suelo Dejándo– me bajar con la ayuda de las raíces, arbustos y pie– dl as salientes, descendí hasta un ál bol achaparrado que creció sobre el flanco como a media subida desde el fondo, y debajo de él ya no había más que un mu– l'o desnudo v perper..dicular Era imposible seguir a-

delante Me ví aun obligado a proseguir hasta el la do de arliba del árbol, y aquí estaba yo mas ansioso que nunca de alcanzar el fondo; pero de nada me sir– vió. Suspendido a media bajada, impresionado con la soledad y con el extraordinario aspecto de la esce– na sobre las que tan pocos ojos humanos habian des_ cansado, y con el poder del Gran Arquitecto que ha diseminado sus maravillosas obras sobre toda la super ficie del globo, no pude menos de pensar cuán gran derroche de bendiciones ha derramado la Providen– cia sobre esta favorecida pero desdichada tierra! En

mi patria este volcán seria una fOltuna; con un buen hDtel en la cima, una baranda ah ededor par a prote– ger a los niños de una caída, una escalera en zig-zag hacia abajo en las faldas y un vaso de limonada con

hielo en el fondo Las cataratas son buenas p1opieda_ des con gente que sabe cómo sac31les plovecho Las cataratas del Niágar~ y de Trenton pagan bien - y los dueños de los volcanes de Centro Amélica podrfan sa– car dinelo de ellos proveyendo facilidades para los via– jeros Este probablemente podria complarse para los viajelos Este probablemente podría comprmse pOl diez dólares, y yo habría dado el doble de esa suma por una cuerda y un hombre para sostenerla Mientras tanto, aunque anhelando estar en el fondo, yo levan– taba mis ojos ansiosamente para arriba La torcedu_ la de un tobillo, la lotura de una rama, la caída de una piedra o la falta de vigor, podrian colocarme don– de habría sido tan dificil que me hallaran como al go– bierno de Centro América. Comencé a subir, despa– cio y con cuidado, y a su debido tiempo me arrastré hasta un lugar seguro

A mi derecha tenia una plena vista del destrozado cráter del volcán de Nindirí El lado frente a mi es~

taba loto y oecaido, de modo que todo el intmior del cráter quedaba a plena vista A éste, el alcalde lo ha– bia declmado inaccesible; y en palte solo por Ilevarle la contrada, me abrí paso hasta él con extremado tla_ bajo y dificultad Al fin, después de cinco hOlas de la más 1 uda faena entre los ásperos montones de lava, descendí al lurar donde habíamos dejado nuestras provisiones Aquí agalré la calabaza de agua, y per– manecí durante varios minutos con la cara vuelta ha– cia los cielos y enseguida me dirigí al alcalde y a los comestibles Tanto él como sus compañeros manifes_ taron su completo asomblo de lo que les desclibi, y pelsistielon en decir que ellos no sabían de la exis_ tencia de tal lugar

Insisto sobre este asunto en beneficio de cualquier futuro viajelo, para que pueda ir apto y preparado pa_ ra explorar las interesantes regiones volcánicas de Centro América Durante todo mi viaje, mis trabajos fueron aumentados glandemente por la ignorancia y la indiferencia del pueblo en lo concerniente a los ob– jetos de interés en su inmediata vecindad Uf1.0S po– cos hombres inteligentes y educados sabían de su existencia como parte de la historia del pafs, pero nunca encontré alguno que hubiese visitado el volcán de lVlasaya; y en el pueblo que está a sus pies, el via– jero no obtendrá ni aUn la escasa infOlmaci6n ofreci_ da en estas páginas El alcalde había nacido cerca de este volcán; Qesde su niñez había pelseguido al gana– do extraviado por sus faldas, y me contó que conocia el terreno palmo a palmo; sin embargo me dejó en ayu– nas con 1especto al único objeto de interés, estando ignorante, como él dijo, aun de su existencia. AhOla bien, o el alcalde mintió y era demqsiado haragán pa– la acometer el ~labajo que yo habia anostrado, o me estaba imponiendo un trabajo superior a mis fuerzas. En cualquiera de estos dos casos merece una chico– teada, y yo le luego al plóximo viajero, como un fa– vor particularmente para mí, que se la dé

Yo estaba demasiado indignado canoa el alcalde para tener algo más que hacer con él; y resuelto a ha_ cer otro intento, a mi regreso al pueblo me encaminé a la casa del cura, para obtener su auxilio en conse– guir hombreg y hacer otros preparativos indispensa– bles Sobre las gradas del COl redor de atrás vi a un

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