Page 165 - RC_1969_01_N100

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cuando nos acelcábamos A la distancia de cuatro leguas llegamos al pueblo de Aboulá que tenía una plaza circulada por una tosca empalizada. una buena casa 1 eal y un viejo alcalde bien educado, que cono. ció a nuesho Cliado como perteneciente a la familia !'eón.

Como no habia ningún pueblo intellnedio, él to_

mó a su cal go el proveernos con indios de relevo para conducir el coche hasta Mérida, todavía a veintisiete millas de distancia. Se iba haciendo tarde, y yo me adelanté con un caballo de remuda, para llegar aMé. rida a buena hora con el fin de contLatar un caIéche

para el dla siguiente

Por la tarde llovió fuel te. Al anochecer empecé a sentir temores de dejar atrás a Md Catherwood, en– vié al criado por delante para asegurar el caléche, y

me apeé para esperar. Yo estaba demasiado fatigado para 1 etroceder y me senté en el camino; poco a poco

me fué extendiendo sobre una piedra lisa. con la tien. da enrollada en la muñeca. )'. después de un desvaria. do debate sobre si mi caballo me atropellaría o no,

me quedé dormido. Me despertó un tirón que por

poco me atranca el brazo, y vi venir por entre el bos. que a indios mensajeros con flameantes antorchas de

pino, alumbrando el paso para el coche, el cual tenia una apaLiencia tan fúnebre que casi me hizo temblar. Mr. C. había tenido sus dificultades Después de transportarlo cerca de una legua, los indios se para_ ron, pusiéronlo en el suelo, Y. después de una anima–

da conversación, lo levantaron y siguieron caminando, pero a poco rato lo bajaron otra vez al suelo, y, me· tiendo las cabezas bajo la cubierta del coche. le hi_ cieron una viva y clamorosa petición. de la cual él no entendió ni una palabra Al fin pudo entender dos pe. sos, o dos dólares, y coligió que pretendhm dos dólales más Como el alcalde habia arreglado la cuenta, él se negó a pagar y, después de un bullicioso altercado, lo levantaron tr~nquilamente otra vez sobre sus hom. blOS y comenzaron a trotar con él de legleso hacia la aidea Esto le hizo más tratahle y pagÓ el dinero, amenazándolos con su venganza lo mejor que pudo; pero la palte divertida fué que los indios tenían ra– zón El alcalde se había equivocado en el cálculo; y,

al hacer la divIsión y el reparto en el camino, a fuer– za de machacar y de calcular, sabiendo cada uno lo que debería recibir, aveliguaron que les habían pagado

2 dólares menos. El precio era de veinticinco centavos cada hombre por la primera legua, y diez y ocho cen. tavos por cada una de las subsiguientes. a más de cin· cuenta centavos por ,hacer el coche; de modo que, con cuatro hombres de remuda, eran dos dólares por la

primera legua, y un dólar y medio por cada legua s.ub~

siguientej y el cálculo del todo por las nueve leguas ela algo complicado.

Era la una y media cuando llegamos a Mel'ida, y

nos habíamos levantado y puesto en camino desde las dos de la mañana. Por fortuna, con el suave movi. miento del coche, Mr. C. había sufrido mUy poco Yo estaba cansado hasta más no poder; pero tenía, lo que me capaictaba para SOPOl tar cualquier grado de fatiga, una buena hamaca y pronto me quedé dormido.

A la mañana siguiente vimos a mi amigo don Si–

món que se estaba prepalando pala legresar y jun–

tars~ con nosotros Yo no puedo expresar suficiente– mente mis sentimientos por las atenciones que reci– bimos de él y de su familia, y sólo espero el poder te.

ner una opQrtunidad en un tiempo futulO de retornál– selas en mi plopia tierra. El nos ofleció que cuando tegresáramos bajaría con nosobos para ayudalno~ en

una completa explOl ación de las ruinas El barco es· pañol iba a darse a la vela al siguiente día Por la tarde después de. un copioso aguacelo. y a medida

que l~s negras nubes se desvanecían, y el sol poniente las coloreaba con un precioso borde dorado, dejamos a Mérida. A las once de la noche llegamos a Hunu· cama, y paramos dos horas en la plaza pala dar de co– mer a los caballos Mientras estábamos aquí. llegó del

puerto un gl upo de soldados, ondeando antOl chas ele pino, que regresaban victoriosos del sitio de Campe– che Todos eran jóvenes, entusiastas, bi.en vestidos y

de buen humor, y llenos de alabanzas para su gene~

1 al, quien, decían ellos. se había quedado en Sisal pa.. ra asistir a un baile. y que vendl Ín tan pronlo como éste terminase. Reanudando nuestro viaje, en una

hOla más encontramos un tren de enleches, con oficia..

les uniformados Nos detuvimos, felicitamos al gene.. lal por su victoria de Campeche, pLeguntamos,por la corbeta de los Estados Unidos que habíamos Oldo de.. cir que estaba allí durante el bloqueo, y, después de

muchos fntelcambios de cortesía, pelO sin haber logIa.. do velnos ni un solo rasgo de nuestlas lespectivas fi_ sonomías, ploseguimos nuestros caminos en opuesta dIrección. Una hola antes de amanecer llegamos a Si..

sal, a las seis nos embarcamos a bol do del bergantín español Alexandre rumbo a La Hahana, y a las ocho ya estábamos en ruta.

Era el veinticuatro de Junio; y ahora, según pen. samas, ya habian terminado todas nuesbas molestias La mañana era hermosa Teníamos ocho pasajeros, todos españoles; uuo de ellos. del interior, cuando ba.

iamos a la playa y vi6 el bergantín en la ensenada, preguntó qué animal era ese. Por ml gl3n respeto hacia el capitén, no hablaré del belgantín o d~ su con– dición, particularmente del camarote. salvo para deciL que era español. El viento era leve. nos desayunamos sobre cubierta, hacíendo que la punta de una escale. la de la cámara nos sirviera de mesa bajo un toldo El capitán nos dijo que estaríamos en La Habana dentLo de una semana

Nuestra ruta se extendia a lo lalgo de la costa de Yucatán hacía el Cabo Cstoche. El domingo 28 había. mos lecon'ido, según cálculos del belgantiu, alrededor de ciento cincuenta millas, y entonces nos quedamos en calma El sol estaba intensamente al doroso. el mar en cristalino sO$iego. y durante todo el día un

cardumen de tiburones estuvo nadando alrededor- del bergantín. Desde entonces tuvimos continuadas cal~

mas, y el mar parecÍfl, un espejo, calentado y reflejan. do su calor El cuatro de Julio plevalecía la misma ctistalina quietud. con ligeras nubes. pelO fijas y es· tacionarias El capitán dijo que estábamos eucanta.

tados, y en realidad casi aSí 10 p8J..'ecía. Nosohos es– perábamos celebrar este dia comiendo con el cónsul amedcano en La Habana; pela nuesbo barco yacía com.o un leño, y estábamos tostándonos y ya en apu_

l'OS por la falta de agua; el simple pensamiento de un banquete de cuatro de Julio, enb e tanto, nos hizo in.. tolerable la cocina del barco español Habíamos leí· do todos los libros en la biblioteca del contramaestre, consistente en algunas novelas farncesas traducidas al español, y una historia de tremendos naufragios Pa. ra romper la monotoroa de la calma teníamos constan· temente echados garfios y sedales pal a Jos tibmones; los marineros los llamaban, como a los caimanes, ene.. migos de los cristianos, los izaban sobre cubierta, les sacaban el corazón y las entrañas y en seguida los arra.. jaban al mar. Ya habian transcurrido diez: días, y

estaban escaseando las provisiones; teniamos dos ti. burones tiernos para comer. Haciepdo a un lado los pl'ejuicios, ellos no eran malos -enteramente iguales

a los caimanes tiernos~; y el capitán nos refiri6 que

en Campeche se hallaban ordinariamente en los mer_

cados y que toda la gente, sin distinci6n de clases, los

comía' Por la tarde se juntaron a nuestro ah ededor de manera espantosa. Cualquier cosa que cayera al mar se la tragaban precipitadamente; y el sombrelO que se le cayó de la cabeza a un pasajero, apenas ha. bía tocado el agua cuando un enorme ejemplar se pu.. so boca arriba. abrió su horrible boca por encima del agua, y se lo tragó: por fortuna no estaba el hombre debajo del sombrero. Al anochecer cogimos un levia. tán, y los marineros. adelantándose hacia él, le golpea. ron los sesos con las barras del cabrestante hasta de. jarlo inmóvil; en seguida atándole una cuerda con nu~

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