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tan salvaje- e .'mo antes de la conquista espafíola, y sin una habita<ión hasta que llegamos a Palenque. El ca– mino se extendía pot en medio de una selva cubierta de 3l busws y malezas que se hacía impenetJ:able, y

las ramas est9.ben recor:tadas apenas a na altura 6ufi~

ciente pata dar paso a un hombre caminando bajo

ella!) a pJe, c!e modó qué, sobl'e el lomo de nuestras mulas, nos veíamos constantemente obligados a aga· cbal el cu.;ol'pO, y aun a desmontar, En algunos luga. res, por gran difitancia en derredor, el bosque parecía dest1. uido por e1 calo!', el follaje mustio, las hojas Se· cas y ac1urhnrradas, como quemadas por el, sol; y un tornado habf;\,bf-rrido la región, del que ninguna men_ ción se hizo pon los pe-riódicos de San Pedro

EnCOllil'amoS tres indios que llevaban garrotes en las manos, desnudos excepto una pequeña pieza de tela de algodón 2.Irededor de los ijal'es y que les pasa· ba 'entIe \as piernas: uno de enos,: joven, alto y admi– l'ablemente bien formado, con la' apariencia del hom– bre libre de las selvas Luego después pasamos una corriente dO!lde indios desnudos estaban colocando toscas r~JE's para pescar, 1 ústicos y primitivos como en las primeras edades de la vida salvaie.

- A l:is diE'z y veinte minutos' comenzamos a subir la montaña Hacia mucho calor; y no puedo: dar una

idea de 10 'fatigoso de la ascensión de estas montafias Nuestras' mulas apenas podian trepar solo con las mon_ turas Nos despojamos de las espaldas, de las espue–

las y de todo ló demás supe~-fluo; en efecto, nos que–

clamor; en carrlisa Y pantalones, y casi tan en la misma conciici6n de 1m;: indios como pudimos, Nuestra cara·

vana babl ia sldo un espectáculo en Broadway: Primero iban cuatro iT1d~os, cada uno con una tosca caJa pe cue– ro de res sobre' sus espaldas, asegurada con una cade. na de hie:,ro y un gran candado; en seguida Juan, con sólo lin sombrero Y un par de calzoncillos de género delgado de algoc1ón; conduciendo dos mulas de repues– to y portando una escopeta de dos cañones sobre sus

de~nudoS hombrl'.Js; después nosotros, cada uno llevan· dI;) por de\an~e o jalando su propia mula; luego un in– dio condu:.:!er..do la silla de manos, con cargadores de relevo, y varios muchachos que llevaban pequeftos ~a.

cos áe provisiones, quedando muy ~?rprend1dos ~os Jn..

dim~ de la silla de que no los hublesem,?s ocupado de a"uerdo cen el contrato y con el precIo ya pagado Aunque sumamente fatigados. sentiamos que era de. gradante el ser conducidos sobre los hombros de un hombre En aquella ocasión yo me encon~aba en la peor condici6n de los tres, y la noche anterior, en San PedlO me había ido a la cama sin cenar, lo que para

~ualqtiIera ,de hosótros era ségura evidéncia de estar por mal carnlno.

Habial110S traído la silla con 'nosotros sil'D:plemen. te como una medida de precaución, cap. mucha. pro– babilidad de vernos obligados a usarla; pero ~n una empinada cuesta que por poco me hace estallar ~a ca– beza de pensar en la subida." recurrí a ella por ]a pri_ mera vez Era ('-sta una grande y tosca silla .de bra_ zos asegurada con tr.rugos y cuerdas de corteza El incÍio que i.ba a conducirme

l

lo mismo que todos los de. más era pequeño, no mayor de cinco pies y siete pul. gadas, muy delgado. pero simétricamente formado Una correa de corteza fué atada a 105 brazos de la si. lla ajustado el largo de la cuerda, y suavizada la cor_

te~a de la írente COl' una pequeña almohadilla para disminuir la presión La levantarón dos indios, uno de cada lado, y el conductor se puso en pie, se quedó inmóvil un momento me elevó una o dos veces para acomodarrre sohre sus hombros, y emprendió la mar.. cha con un horrbre a cada lado Esto era un gran alivIO pero yo ppdía sentir cada uno de sus movimien~

tos, basta la~ elevaciones de su pecho para respirar. El ascens,) fl~é uno de los más escarpados de todo el camino A lo,s pocos minutos se detuvo y exhaló un sopido, usual entre los indios cargadores; entJ;e sil– bido y jadeo, s i emple doloroso para mis oIdos, pero

que nunca lo había sentido antes tan desagradable. Iba yo con la carfl. p~lra atrás; no podía mirar el 1 umbo que

llevab~, pero ob~ervé que el indio de In izquierda re– trocedió. Par a que mi conducción no resultara tan di_

fí~i1, me sent~ tan qUieto como pude; pelo a los pocos mInutos, al mU::2I por sobre mi hombro, vi que nos es– tábamos aprOXImando al borde de un precipicio de

más de mil pies de profundidad Aqui estaba yo muy anSiOSO de b"l,]alme; pero no podía habJar inteligible– mente, y los indios no pudieron o no quisieron enten_ der mis señ'1s ,Mi conductor se movía con cuidado ',hacia adelante, con el pie izquierdo primelo tantean_ do si la piedra conde lo ponia se hallaba fi~me y se_ gUl a antes de poner el otro, y por grados, después de

un movimiento ~specialmente cuidadoso adelantó am–

has pies a medio paso de la orilla del precipicio, Se de– tuvo y lanzó un tremendo silbido con jadeo Mi con– duclor, al respil'3r,' me subía y me bajaba, sentía su cuerpo temblsnqo bajo el mío, y sus rodinas parecían ya ¡flaquear 'El precipicio era espantoso y el más le– ve movimiento irregular de mi parte pódría arrojar_ nos junto~ hasta el fondo, Yo le habría relevado por lo que faltab2 dte' camino, con su paga completa Por el resto del ~tiaje, con tal de verme libre de sus espaldas; pen otra vez se pU~o en marcha y con el mismo cui– d!ldo, sigu!ó subiendc. varios pasos,' tan cerca de la o–

rilla. que aU~l sobre el lomo de una mula habría sido

u,n, paso muy desagr~dable Mi temor de que se inu.– tlbzaia o que tropezala era excesivo Para mi comple_ to alivio, la senda se apartó del precipicio; mas apenas

me congratulaba de mi escape cuando descendió algu_ nos pasos Esto era mucho peor que la subida' si él caía, nada podíra librarme de ser lanzado sobre 'su ca– b.eza, pero me qnedé ahí hasta que me baj6 por'su pro– pIa voluntad El pobre muchacho estaba 'bañado en sudor, y cada, uno de sus miembros le temblaba. Ya

otro estaba li.sto pal"a levantarme pero yo ya había tenlño 10 suficiente. Pawling la p'robó, pero sólo por corto bempo Era bastante malo el ver a un indio fa_ tigándose con un peso muerto en las espaldas; pero sentirlo temblar bajo nUéstro propio cuerpo oír su penosa respiraGi6n. verlo además chorreándole el su– dor y sentir la inseguridad de nuestro puesto, hacían de este modo de viajar lo' que nada más que una pe~

reza y una insensibilidad ingénitas podrían soportar Andando a pie, o mejor dicho, trepando, deteniéndonos muchas vece':i p~ra descansar, y montal\dQ cuando es– to ela posible, llegamos a un· cobertizo techado con bálago, dondf\ deseábamos pasar lá noche, pero no ha-bla agua' ' .' '. , No pudimos saber a qué distancia quedaba Nopá, nuestro proyeciado paradero, que suponía_ mos en la cUD}bre de la montaña A cada pre– gunta los indios contestaban e·'una iegua" Dural}te tina hora más tuvimos una !empinada cuesta, y. en seguida comenzamos un terrible descenso, Por entonces ya el

sol había desap2recido, negros nubarrones cerníanse

sobre la 8elva, y el trueno rodaba pesadamente sobre la cima do 1> montafia. A medida que bajábamos, un fuel te viento azotaba la flóresta; el aire estaba lleno de hojas secas; las r~mas estallaban y se rompían, los árboles se encorvaban, y se veian todas las señales de un violento torn~a.o Bajar apresuradamente a pie no hábia ni que pensarlo~ Estábamos tan cansados que es_ to era un imposible; y, temerosos de vernos sorprendi– dos en la "llontaña por un huracán y un copioso agua~

cero, espoleamos y s~guimos bajando tan de prisa co– mo pudimos EJ'a un no interrumpido descenso, sin itingun consuelo, pedregoso y muy escarpado. Muy a menudo la!; !rulas Se paraban, temerosas de seguir a– delante; y en cierto lugar, las dos mulas de remuda se metieron en ]a tnpida selva antes que proseguir, Afor_ 'tunadamentE' pera el lectQr, esta es ~uestra última montáfta, v pue6..o finalizar honradamente con un clí–

'max~ esta fufo. la peor de todas las' montañas ,que jamás encontré en ese o en cualquier otro país, y, bajo nues-

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