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decorado ('on siemplevelde pala la fiesta, y en un ex–

tI emo hallía I.ma mesa, con una imagen de la Virgen fantásticamente ataviada, sentada bajo una em amada de hojas ve pino.

En la noche visitamos al padre, el delegado del Pa– dre Solís, un caballeroso joven de Ciudad Real, que se estaba poniendo tan redondo y daba indicios de salir tan rico de er;te pueblo como el mismo Padr e Solís El

y el justicia eran los únicos hombres blancos en el lu– gal Regresamoo=:: al cabildo; los indios llegaron a dar las buenas noches al justicia, le besaron el 1 evés de la mano y nos dejaron solos

Antes del amanecer fuimos despel tados Po! una ill'upción de inr]ios cargadores con teas encendidas, quienes, estando aún nosotros en la cama, comenzaron

los En este lugar las al'tes·mecánicas estaban más a–

trasadas 'iue en ('ualquier otro de los que habíamos vi– sitado No habia uns cuerda de ninguna clase en el

pueblo; la armarradura de los baúles y las correas que llevaban los mo¡os sobre la frente eran todas de CUel~

das de corteza, y aquí era usual para los que intenta~

ban el uzar las montañas tomar hamacas o sillas; sien_ do la primera una silla acojinada, con un palo largo a

cada extremo, para ser transportada por cuatro indios adelante y atrás. sentándose: el viajero con la cara ha– cia un lado. v, según nos dijo el justicia, usada única_ mente por hombres muy corpulentos y por "padres",

y la segunda una silla dé brazos, para ser conducida soble las E'spak 1 as de un indio Nosotros sentíamos lepLgnanc'a por este medio de bal1sporte, consideran– do, aunque sin deseo de correr ningún riesgo, que don– de un indio pudtera subir con uno de nosotros a la es~

palda, podríamos subir solos, y emprender la marcha sin ninguna de las dos, silla o hamaca.

Inmediatamente pasado el pueblo, el camino, que no era mlJs que un clalo entre los árboles, comenzó a

descendel, y muv pronto llegamos a un sendero de pa... los, palecido a una escalera, tan empinado, que era peligloso bajar por él a caballo. A no Ser POl estos palos, en la estación de lluvias, el camino sería total– mente impasable. Descendiendo constantemente, a

poco rato después de las doce llegamos a un aHOYO, donde los "indíos se l~varon el sudoroso cuerpo. Desde las rberas de este río comenzamos a subir la más es\~ar!lada montaña que jamás yo conocí A ca– ballo ni siqutera pensarlo; y embarazados con espada y espuelas, y jaJando nuestras mulas, las que a veces se resistían, y a vece¡;;brincaban soble nosotros, el tra,;, bajo era exce-;ivo Cada pocos minutos nos veíamos o– bligados a detenernos. y a reclinarnos contta un árbol o a sentarnos .r. os indios no hablaban una palabra de ninguna. lengua mlls que la suya No podíamos comu_ nicarnos de ningún modo ~on ellos, y no pudimos sa– ber a qu~ distartcia quedaba la cima Al fin vimos, sobre un empinado declive frente a nosotros, una tos– ca cruz, que saludamos como la cumbre de la monta– ña Subimos h:'l9ta ella, y, después de descansar por un momen1.o ml.:mtamos nuestras mulas, pero~ antes de caminar cien yardas, principió el descenso, e inme_ diatamente tuvim.os necesidad de apearnos La baja_ da era más emp'nada que la subida. En cierto colegio

de nuestlo país se transmitía una silla como herencia

al hombl e más h31 agán del último año de estudios Uno de ellos la tuvo por consentimiento unánime; pelO se le vió cOlliendo cuesta abajo~ se le juzgÓ y se le de– cIaró culpable; mas logró escapar de la sentencia con– fesando francarrente que un homble lo había empuja– do, ji que flomo él era demasiado haragán no había po– dido detelrerse a si ffiismo Esto fué lo que a nosotros

no::¡ pasó Era más difícil resistir que dejalse ir. Nues– tras mulas vení!Jll rodando atrás de nosotros; y des– pués del más rápido, caluroso y fatigoso descenso, lle– gamos a una corriente cubierta de hojas y de insectos. Aquí dos de nuestlos indios nos dejaron para regresar esa noche ia T~Jmbalá!. Nuestro trabajo fué excesi–

vo; ¡cómo seria el de ellos1, aunque probablemente, acostumbrados i:.l llevar carga desde su niñez, sin duda sLÚnrían menos que nosotros; y la llbertad de s~s deS– nudos miembro~ los aliviaría del calol' y de la sofoca_ ción que nosotrlls sufriamos con los vestidos húmedos por el sudor. Fué el dia más caluroso que habíamos experimentado en el paÍS Más adelante tuvimos un violento descenso a través de selvas de casi impene– trable espesura, y a las cuatro menos cuarto llegamos

a San Pedro. Al mirar hacia atrás sobre el espacio que acabetbamos de crnzar

j

divisamos Tumbalá, y el puni0 elevade, sobre el cual estuve la tarde anterior, en liJ;lea recta, s610 a pocas millas de distancia, pelO por el carr:ino a veintisiete.

Si una mala fama podía matar un lugar, San Pe– dro estaba condenado. Desde la hacienda del Padre Solís basta 'rumbalá, cada uno que encontrábamos nos prevenía contra los il'dios de San Pedro. Afortunada– mente, sin embargo, ('asi todo el pueblo se había ido a la fiesta de TUIllbalá, Allí no había alcalde, ni algua– ciles; unos pocos inoios estaban echados por ahí, en un estado dE" completa desnudez, y cuando mhamos hacia el interior de las chozas, las mujel es salieron co– rriendo, ptobablemente alarmadas de ver hombres con pantalone" El cabildo se hallaba ocupado por un gru– po de viaj{>l'os, con cargas de azúcar para Tabasco. Los conauctorE's de la partida y dueños de las cargas eran dos mestizos. qt e tenían sirvientes bien almados, con quienes nos hicimos conocidos y formamos una alian_ za tácita. Una de las mejores casas estaba desocupada; el propietario, c"n su familia y su ajuar doméstico, ex– cepto los eatres de caña fijados en el suelo, se había ido a la fiesta Tomamos posesión de ella y apilamos nuestro equipaje adentro.

Nuestros mo.lOS, sin aviso alguno, nos abandonaron para 1 egl esar a Tumbalá, y nos quedamos solos No podíamos hablál' la lengua, y no nos era posible el con~

seguir nacTa 1,lata la.c, mulas o para nuestra comida; pero por 1Y'edio del conductor de la partida de azúcar, supimos que una nueva cuadrilla de hombres llegaría por la mañana para llevarnos Adelante. Con el calor y la fatiga yo sentía un fuerte dolor de cabeza. La montaña p91a el préximo día era peor, y, temerosos del esfuer zo y df'l riesgo de imposibilitarSe en el cami.. no, MI.'. e y Pawling se empeñaron en conseguir tilla hamaca o silla, la que les fué prometida para la ma_ llana SigUIente.

CAPITULO 16

UNA REGION SILVESTRE - ASCENSO DE UNA 1VI0N'i'AÑA - VIAJANDO EN SILLA DE MANOS. _ UNA PRECARIA SITUACION. - EL DESCENSO - EL RANCHO DF NOPA - ATAQUES DE ZANCU_ DOS - APROXIIVIANDONOS A PALENQUE _ CAMPOS DE PASTURAS - LA ALDEA DE PALENQUE UN EMPLEADO ASPERO - UNA ATENTA RECEPCION - ESCASEZ DE PROVISIONES _ EL DlA DO_ MINGO - EL COLERA - OTRO PAISANO _ LA CONVERSION. APOSTASI;\. y RECUPERACION DE LOS INDIOS - EL RIO CHACAMAL - LOS CARIBES _ LAS-RUINAS DE PALENQ¡UE.

Tem!Jrano a la mañana siguiente el grupo aZuca– rero se puso en mal ('ha, y a las siete menos cinco mi_ nutos seguimos nosotros, con silla de manos y hom...

bres, elevándose tode nuestra compañía hasta veinte indios La región por dorlde ahOla estábamos viajando era

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