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« Previous Page Table of Contents Next Page »más salvajes que ninguno de los que hasta aquí ha_ bíamos visto Los hembres estaban sin sombrero, pe_
ro usaban su largo cabello negro tendido sobre los hom– bros, y los viejus y las viejas, con semblante áspero
y montare? y oios obs.cmos y redondos, tenían la apa– liencia más pagana No nos saludaron, y su mirada huraña pero firme, feroz y penetrante, hizo que nos sintIéramos algo nerviosos. Un grupo de muchachos desnudos llamalCn a Mr. Catherwood "tata U
,
creyendo que era un "paclre". Tuvimos algunos recelos cuan– do dejam{ s atrae: el pueblo y nos sentimos encerrados en territorio de indios salvajes. Paramos una hora junto a u~!a corriente de agua y a las seis y media de la tarde Il.gamos a Chillón (Chilón), donde, paranues_ tra sorpresa y DleW'fa, hallamos un sub_prefecto, un
hombre blanco e inteligente, que había viajado hasia San Sa1vHdor y conocido al General Morazán. El es– taba ansio~o por sabér si habia alguna revolución en Ciudad Real pues, con la flexibilidad que conviene a un empleudo público. deseaba manifestar su adhesión al gobierno
A la mafiana siguiente, a las siete menos cuarto, emprendimos la marcha con una nueva cuadrilla de indios. EJ camirlo era bueno hasta YahalÓD, adonde lle– gamos a las diez del dla. Antes de entrar aUí encon– tramos a una muchacha india con su padre, de extra_ ordinaria belleza de rostro, en el traje del país, pero con tan sencilla expresión en el semblante, que todos partlcularI!lerte la tuvimos como prueba de su inocen_ cia y de su hIta de conocimiento de que algo malo pu– diera haber en ru apariencia. Cada pueblo que pasá~
harnos se encontrabtl, en posición muy pintoresca, y aqU1 la if5lesia producía una viva impresión y/como en los pueblos precec.entes, la estaban reparando
AqUÍ nos vimos obligados a tomar otra cuadrilla de indios, Y quizá hubiéramos perdido el día o no ser por el padre, que nos proporcionó algunos hombres que trabajaban en la iglesia. A las once y cuarto nos pu_
simos otra ve-z en marcha; a la una menos cuarto.: nos detuvimos pera merendar a la orilla de un arroyo: En este lugar nos alcanzó un muchacho indígena, con una cara muy inteligf'nte. que se sentó a mi lado, y dijo en espaiiol notoriamente bueno, que debíamos guardarnos de los indí os Yo le dí unas tortillas. Rompíó un pe– quena pedazo, y asiéndolo con los dedos, me miró,. y con gran énfasis dijo que ya habia comido lo bastan– te' que de naila le servia córner; que comía todo 10 que po'dia con~egn~ Y qu,: a pesar de eso ,no engorda~~,
y, metiénJomé' su liVldQ, rostro por la cara,. me dlJ.o que mirara cuán delgado 'estaba. 'Su rostro era apaCI"– ble pero una exPresióri accidental lo revel6 como un ma;.uático; y observé en su cara y por todo su cUerpo las manclias bl8ncas de la lepra y me aparté de él. Traté de persuadirlo .que regr~sara al pueb~o; pero me dijo que le e~a' ~ndj1erente el regresar ono;- que lo que necf:sitaba etil un remedio para su delgadez
Luego dMpúés llegamos a. las riberas del Río de Yaha16n. Hqcfa un calor excesivo, el tío estaba tan claro como pudiera serlo el agua! Y nos detu:vimos para gozar de nn delicioso' baño. Después de esto coi'p.en– zamos a subir una empinada montafia, y cuando !lega_ mos· a Cierta altura vimos al pobre alelado muchacho indígena parado en el mismo 'lugar a la orílla del rJo. A las cinco y media, después de un trabajoso ascenso, llegamos a la cima' d.e la montaña, y caminamos a lo largo de los bordes de una altiplanicie de varios miles de pies de elev.;lcíón, mirando al fondo· de un inmenso valle, y torciendo hacia la izquierda,cerca del extremo del bosque. e'ltramos' a los arrabales de Tumbalá. Las cnozas se hallaban' distribuidas entre elevadas, áspe_ ras y pintorescas rocas, que tenían la apariencia de haber íor"1lado antiguamente el cráter ,de un volcán. Indios bOIrachoS' estaban echados en la senda, de mo_ do que'tuvimos que'pasar por otro lado para no atro~
pelladas; Caminando a través de un estrecho paso en medio 'le estas altas rocas, salimos al extremo de una elevaca altiplanicie' cortada a tajo, de varios mi-
llares de pies de elevación, sobre laeual estaba situado el pueblo de TumbaJá. Enfrente quedaban la iglesia
y el convento; la plaza estaba llena de indios de as– pecto salvaje pT eparándose para una fiesta, y en el mismo extreMO de la inmensa meseta se hallaba una elevada elIDa cónica, coronada por las ruinas de una iglesia En un todo era este el más agreste y más eX– traordinalio tugsr que hasta aquí habiamos visto, y
aunque ne consngrado por los recuerdos, desde remo_ tas edade1 este ha sido el asiento de un pueblo indíge– na.
Fué una de las circunstancias de nuestro viaje en este país Que cara hora y cada día producían algo nUe~
va. Nosotros jamás teníamOS ninguna idea del carác_ ter del lu~ar adonde, nos acercábamos hasta que entrá_ bamos en él, y las SOl presas se sucedían unas a otras En un extremo de la mesetá estaba el cabildo. El jus– ticia era el hern ano del Padre Solfs -nuestro a;migo ei de la vajilla de plata-, que era tan pobre y enérgi– co como el padle rico e inerte. En el último pueblo se 110s he.tbía dirho que sería imposible conseguir in'" dios para el día siguiente, con motivo de; la fiesta, y
habíamos hechos el ánimo de quedarnos; pero mis car– tas de la& autor~dad€s mexicanas fueron tan eficaces, que inmediatamente el justicia tuvo una plática con cual enta o cincuenta indios, y, empezando ocasional_ mente pOi abofetear a uno de ellos, se arregló en bes días nuestro viaje haeta Palenque,,Y el dinero fué pa_ gado y dlstribui(Jo Aunque la salvajez de los indios hacla que 1105 sintié'.amos un poco molestos, casi la– mentábamos este- inesperada prontitud; pero el justi– cia nos illjc q:¡e habíamosJlegado en un momento afor_ tunado, porque muchos de los indios de San Pedro, que eran evidentemet te un mal grupo, se encoptraban ahora en el pueb'o; pero que escogería a los conocidos,
y mandarfa un alguacil de los suyos para que nos acom_ pañara por todo el camino ,Como no nos animó en mouo alguno para que nos quedáramos, y mas bien pa_
recia animoso df' qu(> nos apresurásemos, no hicimos ninguna objeCIón, y en nuestro anhelo de llegar al tér,. mino de 1" jornr-da, tuvimos un supertsicioso temor c;ie efectuar aleuna demora voluntaria.
Con la p(jca luz que aún quedaba de! día, nos con– dujo a lo largo de la misma senda hollada por los in_ dios siglos antes¡ hasta la punta del cono que se eleva_ ba nI extHmo de la meseta, desde la cual miramos ha_ cia abajo a un lado una inmensa barranca de varios millares df' ples de profundidad, y hacia el otro, SObl e la cresta de una gran, cadena de montañas, divisamos el pueblo de Slln Pedro, término de nuestro próximo día de viaje, y más allá, sobre la fila de montafias de Palenque. la Laguna de Términos y el Golfo de Méxi–
co~ Esta fué U,na de las más. grandiosas, más agrestes y más,sublJmes escenas que jamás contemplé. En la cima estaban las ruinas de una iglesja y torre, proba,. hlemente nsada en otro tiempo como mirador
jl
y .cerca de ella. h3.bí21 tl'ece cruces erigidas sob.re los cuerpos de los indios que, un siglo antes, le ataron las manos y los, pies al. cura, y lo lanzaron al precipicio, por cuyo ;hecho fueron metedos y enterrados en el mismo lugar. Cada año se colocan nueva,s cruces sobre sus cuerpos, para mantener viva. en la mente de los indios la Suer_ te de los ases;nos. Por todo el derredor, sobre alturas de montanas casi inaccesibles, y en las m.ás profundas
barranca8~ los indios tienen SUs milpas o tiedazos de terreno sembl"'ados cen maíz, viviendo casi como cuan– do los españoles cayeron sobre ellos, y~ el JUSticia se– ñaló. con el dedo hacia una región todavia ocupada por los "sin brmtismo": el mismo extraño pueblo cuyo mis– terioso origen nadie sabe, y cuyo destino ninguno pue– de predecir En1re todas las raras escenas de rtUestla precipitaaa glra ninzuna quedó más fuertemente im– presa que ésta sobre .mí mente; pero con los indómitos indios alrfidedor. Mr. Catherwood se hallaba demasfa_ do excitado V demasiado nervioso pala auiesgalsé a hacer ningún diseño de ella
Al anochecer regresamos al cabildo, que estaba
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