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« Previous Page Table of Contents Next Page »ca le había engañado. Carrera había, además, hecho algo que me pareció extrordinario: en los intervalos de su agitada vida aprendió a eSCl'ibir su nombre y de– sechó su sello. Yo nunca tuve la fortuna de ser pre– sentado a un rey legítimo o usurpador que reclamara prerrogativas de realeza a excepción de Mahomed AH. Anciano como él era, le dí algunos buenos consejos, y sienlo mucho qne este viejo león tenga ahora cortada la melena. Cossiderando a Carrera como un joven de pOI venir, le dije que, teniendo una gran carrera ante
sí, indudablemente podría hacer mucho bien a su país;
y él, poniéndose la mano sobre el corazón, y con un arranqhe de entusiasmo que yo no esperaba, dijo que estaba dispuesto a sacrificar su vida por la patria. En medio de todas sus faltas y sus crímenes, nadie lo po– día acusar de doblez o de decir lo que no pensara; y quizá, como tantos ilusos lo habían ltecho antes que él, se creía a sl mismo un patriota.
Consideré que este hombre estaba destinado a ejercer una importante o quizá dominante influencia en Centro América y confiando en que el saber que su fama se extendia p'or el mundo in(Iuyera favo:t:.able– mente en su carácter. le dije que su nombl'e era ya co· nacido en mi p'lís y-que yo había leído en un pe.rió– dico algo reff:'rente a su entrada a Guatemala, elogIan– do su moderación y sus esfuerzos por evitar los atro– pellos. El se mostró muy satisfecho de que su nom– bre ya fuese conocido y que de tal concepto gozara entre los extranjeros, diciendo que él no era ni ladrón ni asesino como le llamaban sus enemigos. Canera pal'ecía inteligente y capaz de mejoramien~o. Le dije que debería viajar por otros países .Y partIcularmente por el mío, por estar más cerca. No tenía él una cla~
ra noción de dónde estaba mi país. Lo conocía única· camente por El Norte; preguntó respecto a la dis~
tancia y facilidades que hubiera para llegar allá, ma_ nifestando que cU,ando las guerras terminaran, haría el esfuerzo de hater una visita a: El Norte. Pero él no podía fijar su atención en otro punto que no fuera las guerras con Morazán, y en efecto. no sabía de otra cosa Era amuchachado en sus maneras y modo de hablar, pero siempre serioj nunca sonrefa y, conscíen~
te de su poder, no hacia ostentación de él, aunque siempre hablaba en primera persona de 10 que había hecho o pensaba hacer. Uno de los ayudantes, evi~
dentemente para agradal'1e, fué a buscar un papel con
su firma para enseñármela como una muestra de su manera de escribir, pero no ]0 encontró. Mi entre_ vista con él fué mucho más interesante de lo que yo esperaba; tan joven, tan humilde en su origen, tan
destituido de todas las ventajas del nacimiento, con honrados impulsos quizá, pero ignorante, fanático, san– guina.rio y esclavo de violentas pasiones; dueño abso– luto de las fuerzas fisicas del país, las cuales emplea_ ba para desahogar su natural odio hacia los blancos.
Al salir me acompañó hasta la puerta y en presencia de sus villanos soldados me ofreció sus servicios. Com– prendí que habia tenido la suerte de causarle una bue_ na impresión. Más tarde, pero desgraciadamente du–
rante mi ausencia, me hizo una visita en traje de gala y de gran ceremonia, cosa rara que casi nunca hacía.
En aquel tiempo, según me dijo don Manuel Pa– vón, Carrera se consideraba a sí mismo como un bri– gadier general, sujeto a las órdenes del gobierno. No disfrutaba de una pensión fija para él ni para sus tro_ pas. No le gustaba ]Jevar cuentas y solamente pedía dinero cuando lo necesitaba; y de esta manera en ocho meses no había necesitado más dinero que Morazán en dos. Realmente él no deseaba dinero para sí mismo y como una medida de prudencia pagaba a los indios una cosa insignificante. Esto agradaba muchfsimo a la aristocracia, pues era sobre quien pesaba toda la carga de las contribuciones. Debe ser una satisfac– ción para algunos de mls amigos el saber que este jefe sin ley está bajo el dominio de quien aun 105 más pacientes hombres se muestran poco dispuestos a to– lerarlo. porqu.e su esposa le acompaña a caballo en to_ das sus expediciones, sin duda domin?-da por un sen~
timiento que proviene, a veces, del exceso de afecto; y yo 01 d'tcil' que una parte no pequeña d los trabajos del Jefe del Estado, ~cmsistía en mantener el equili– brio en las desavenencias familiares.
Cuando regresamos a mi casa, encontramos a un caballero que dijo al Señor Pavón que un grupo de soldados eshba buscando a un miembro de la Asam_ blea, que habia caldo bajo el enojo de Canera, pero que era amigo personal de ellosj y cuando pasamos por su casa, vimos una fila de soldados custodiando la puerta mientras otros estaban registrando adentro.
Es~o era hecho por orden directa de Canoera sin cono– cimiento del gobierno.
CAPITULO 12
PASEO A MIXCO.-UNA ESCENA DE PLACER.-PROCESION EN HONOR DEL SANTO PATRON DE
MIXCO.~FUEGOS ARTIFICIALES.-UN BOMBARDEO.-FUMANDO CIGARROS.-UN CAMORRIGTA NOCTURNO.-SURIMIENTO y PESAR.-UNA RI:NA DE GALLOS.-UN PASEO POR LOS SUBURBIOS.
-DIVERSIONES DEL OlA DO~IINGO.-REGRESO A LA CIUDAD.
A consecuencia de las convulsiones y peligros de la época, la ciudad estaba triste y no hllbia alegría en los círculos privados~ pero algunas entusiastas damas habían hecho un esfuerzo para romper la monotonía) y un paseo, al cUéll fuí invitado, se preparó para a– quella tarde a Mixco, un pueblo indígena como a tres leguas de distancia, y en el que se celebraría al día sIguiente con ritos indígenas, la fiesta de su santo pa– trón.
A las cuatro de la tarde salí de mi puerta a ca– ballo para ver a Don Manuel Pavón. Su casa estaba inmediata a la del proscrito diputado, y una fila de soldados estaba rodeando toda la manz~na con el ob– jeto de evitar un escape mientras se registraban todas las casas. Yo siempre daba a estos caballeros un an~
cho espacio cuando podía, pero era necesario pasar a caballo por toda ]a fila; y al p~sar por la casa del di-
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putada, con la puerta cerrada y centinelas al frente no podía sino pensar en la agonía de su anguntiad~
familia, temerosa de que su escondite fuera descu–
bierto.
Don Manuel estaba esperándome, y nos dirigimos a caballo a la residencia de una de las damas de la comitiva, lUla joven viuda a quien ya no habla visto antes y que, con su traje de montar, tenia una bella ape.riencia. Su caballo estaba listo, y cuando hubo acariciado a los ancianos para despedirse, nos la lle– vamos. Las criadas, con familiaridad y afecto la a.... compañaron hasta la puerta y siguieron dici"éndole a– diós, saludándola y encargándole que se cuidara mucho) .. o que a d('roa res 'ondh. m:entras qu
P sus voces pu– djeron ser oídas. Llamamos a dos o tres casas más, y easeguida nos juntamos todos en e Jugar de la
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