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« Previous Page Table of Contents Next Page »dido y acorralado por todos lados, entró en tratados con Guzmán, comprometiéndose a entregar mil mos– quetes y abandonar los restos de sus salvajes hordas. Sin embargo, al poner en ejecución las cláusulas del tratado, Carrera 'entregó solamente cuatrocientos mos– quetes e inútiles, y esta infracción del tratado fué to– lerada por Guzmán que ni aun soñaba la terrible suer– te que le esperaba en manos de Carrera.
rrerminado esto, Morazán depuso a Rivera Paz, restituyó en su puesto a Salazar y regresó a San Sal– vador imponiendo fuerte contribución a la ciudad para atender a los gastos de la guerra, Y llevándose todos los soldados del gobierno federal, probando así todo lo contrario de lo que le acusaban: de querer mantener su influencia en la ciudad por medio de las
bayonetas. Guzmán regresó a Quezaltenango, quedan– do la guarnición reducida solamente a setenta hom_ bres.
Las contribuciones y el retiro de las tropas de la
ciudad crearon gran desafecto en contra de Morazán,
y por ese tíE'mpo el horizonte político fué nublándose más y más en toda la República. El Marqués de Ay–
cinena, que habia sido expatriado por Mora~án y que residió por varios años en los Estados Umdos estu_ diando nuestras instituciones, publicó una serie de ar– tículos que tuvieron gran resonancia, refiriéndose a nuestra constitución y a nuestras leyes. apresurando así la crisis; Hondur,¡lS y Costa Rica declararon su in– dependencia del gobierno federal; todo esto repercu– tió en Guatemala y atizó la ya ardiente llama de la di– sensión
El 24 de M.rzo de 1839, Carrera lanzó un boletín desde su antigua residencia de Matasquíntla, en el cual, refiriéndose a la declaración de ind$endencia de los Estados decía: "Cuando aquellas leyes llegaron a mis manos, las leí y volví a leer; como una madre amorosa que toma Cn sus brazos a un hijo único Q.ue creía perdido y le estrecha contra su corazón, asi hIce
)'0 con el folleto que contiene la declaración; porque en él encuentro los principios que sustento y las re– formas que deseo". Esto, ~in embargo, era figurado, porque Carrera en aquel tIempo no sabia leer; pero
debe haber sido una cosa completamente nueva para él y motivo de gran satisfacción, por aclararle los prin_ cipios que él mismo sostenia. De nuevo amenazó con su entrada a ]a ciudad. En Jos consejos todo era anar– quía y desorden. El doce de Abril aparecieron otra vez sus hordas a las puertas de la capital. Todos es_ taban espantados y nadie se levantaba para repeler la invasión. Morazán se encontraba lejos elel alcan– ce de su voz, y los que más le acusaban antes de que_ rer mantener su influencia por la fuerza de las bayo– netas, ahora ]0 acusaban con igual violencia por ha–
berlos dejado a mel'ced de Carrera. Todos los que podían escondieron sus tesoros y huyeron y los que no se encerraron en sus casas reforzando las puertas y ~eIltallas. A las dos de la mañana, derrotando a la guardia entró Carrera en la ciudad con mil quinien– tos ho~bres El Comandante Salazar huyó y Carre_ ra, llegando a la casa de Rivera Paz tocó a la puerta y le reinstaló como Jefe del Estado Sus soldados to– maron posesión de los cuarteles; Carrera se declaró a si mismo como guardián de la ciudad, y es justo re_ conocerle que. conociendo su propia incompetencia para gobernar, puso hombres a disposición de la mu– nicipalidad para mantener la paz. Así fue restableci_ do en el poder el partido central. El fanatísmo de Carrera le ataba al partido clerical; se le halagó facili– tándole relaciones con la aristocracia; se le hizo bri_ gadier-general y se le obsequió con un hermoso unifor_ me. Ademá~ de estos vanos honores, tenía los cuar_ teles de la ciudad y )a paga de su gente, lo que era mucho mejor que las chozas de los indios y las expedi_ cIones de pillaje; éstas, sin embargo, servían de pasa– tiempo. La unión había continuado desde Abril an_ terior a mi llegada. El gran lazo que los ligaba era el odio común en contra de Morazán y de los libera_ les. Los centralistas tenían su Asamblea Constitu-
yente; abolieron las leyes emitidas por el gobierno li–
b.eral, resucitaron las antiguas leyes españolas, los an– tiguoS nombres de las cortes de justicia y de los ofi– ciales del gobierno emitiendo todas las leyes que les parecieron sin que nadie se los impidiese. Su gran di~
Iicultad consistía en mantener quieto a Carrera. No
pudIendo éste permanecer inactivo en la ciudad, mar~
chó sobre San Salvador con el ostensible objeto de atacar al general Morazán. Los centralistas se encon· traban en gran ansiedad; el éxito de Canera o su de– n'ota era igualmente peligroso para eUos. Si era de_ rrotado, l\Ioréizán podría marchar inmediatamente con– tra la ciudad y tomaría una señalada venganza sobre ellos; y si tenía buen éxito, Carrera regresaría con sus salvajes hordas que, embriagadas por la victoria serían insoportables. Este pequeño detalle dará idea de la situación. La madre de Carrera, una anciana bien conocida como regatona en la plaza, murió Era
costumbre que al morir alguna persona de la aristo_ cracia, se la sepultase en nichos construidos en las bó_ vedas de las iglesias; pero desde el tiempo del cóle–
ra, todos los entiel'1'os, sin excepción, fueron prohibi– dos en el interior de los templos y aun dentro del pe_ rímetro de la ciudad. puse para el efecto se había es– tablecido un campo santo en las afueras de la po blaci6n, en el cual todas las principales famiBas te–
nían sus mausoJeos. Pero Carrera manifestó el deseo de que su madre fuera sepultada ¡en la catedral! Los
funerales se hici.eron por cuenta del gobierno, se repar_ tieron esquelas para el entierro y el féretro fué acom_ pañarlo por todos los principales habit.antes de la ciu– dad. Ningún esfuerzo se omitía para conciliado y mant.enerlo de buen humor; sin embargo Carrera era un individuo sujeto a violentos arrebatos de pasión y,
según se decía, había aconsejado a los miembros de
su gobierno que en tales momentos no osaran contra– decirle en nada, sino que le dejaran hacer su volun_ tad. Tal era Carrera en el tiempo de mi visita; man– daba en Guatemala con poder más absoluto que cual– quier monarca europeo en sus dominios, y los indios fanáticos le llamaban el Hijo de Dios y Nuestro Se–
ñor.
Cuando llegué a su presencia se encontraba con_ tando monedas de uno y de dos reales. El coronel Monte-Rosa un mestizo de tez morena, con vistoso uniforme, estaba setnado a su lado. babiendo otras va– rias personas en la habitación. Carrera tenía más o menos cinco pies y seis pulgadas de estatura, cabello negro y liso, complexión y expresión de indio, sin bar– ba, y parecía n:J tener más de veintiún años de edad. Usaba una chaqueta de alepín negro y pantalones. A
mi entrada se levantó hizo a un lado la mesa con di. nero y, probablemente por respeto a mi levita de di–
plomático, me recibió con cortesía señalándome un asiento a su lado. Mi pl'1mera palabra fué una expre_ sión de sorpresa por su. extremada juventud, y cierta– mente no parecía tener más de veinticinco. En se– guida, como un hombre que sabía que era extraordi– nario y que yo le conoda, sin esperar ninguna insi· nuac:ión continuó diciendo, que él había empezado (no dijo qué) con trece hombres armados de viejos mos– queles que se encendían con cigarros; señaló ocho partes en las que habia recibido heridas y me dijo que tenia tL'es balas todavía metidas en el cuerpo En esos momentos nadie hubiera reconocido en él al mismo hombre que menos de dos años antes, había entrado a Guatemala a la cabeza de sus bordas de indios sal– vajes proclamando la-muerte de los extranjeros. Se– guramente que en nada había cambiado tanto como en su opinión con respecto a ellos, una feliz ilustración de los buenos efectos de las relaciones personales pa– ra derribar prejuicios ~p contra de individuos o clases Carrera ya había tenido relaciones personales con va– rios extranjeros. siendo uno de ellos un médico inglés que le extrajo una bala del cuerpo; y sus relaciones con todos habian sido tan satisfactorias, que sus sen– timientos habían sufrido una completa revolución y hasta aseguraba que ésta era la única gente que nun-
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