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« Previous Page Table of Contents Next Page »para dibujo y varas de medir, pareció que se ahuyen– taba la fiebre de la pobre mujer.
La choza estaba situada en la orilla de un claro,
sobre el terreno que en W1 tiempo ocupó la ciudad, con un fragmento de piedra, ahuecado y que servía de abrevadero para el ganado, casi en la misma puerta. El claro estaba sembrado con maíz. y tabaco, y ro– deado de todos los lados por la selva. La choza era co– mo de diez y seis pies en cuadro. con un techo puntia– gudo, techada con dobladores y que se construye fijando
en el suelo dos palos verticales con horquillas. donde se
coloca otro palo para sostener la punta del techo, y con soportes similares a cada lado, pero solamente como de cuatro pies de altura. El alero era el frente, y la mitad de él estaba techada con hojas de maiz, y la otra mitad permanecía descubierta. La pat'le de atrás esta– ba techada, y apilado contra ella había maíz en filas de tres mazorcas de hondo. En un lado el montón esta–
ba intacto, pero del otro ya SE habia utilizado una parte hasta como a tres o cuatro pies del suelo. En la esquina del frente estaba la cama de don Miguel y su esposa, protegida por un cuero de toro asegurado en la cabe– cera y hacia un lado. El ajuar se componla de un rodi–
llo de piedra para moler maíz, y un COMAL o tar– tera para cocer TORTILLAS; y sobre un tosco es– tante sobre la cama había nos cajas, que contenían el guardarropa y todos los habere3 de don Miguel y de sU
esposa, excepto BartOlo. su hijo y heredero, Un mo–
cetón de veinte años, cuyo desnudo cuerpo parecía re– ventar entre un par de pantalones de muchacho, desde–
ñan\io una camisa, su estómago hinchado pOi' un angus– tioso mal de hígado y con su lívido rostro obscurecido por la suc.iedad. AlU había lugar sólo para lUna hamaca,
y, en efecto, los palos atravesados no eran suficiente– mente fuertes para soportar dos hombres. El montón de maíz que había sido utilizado tenía buena altura y
suficiente ancho para \lna cama; con el debido consen– timiento lo tomé para mi lugar de dormir, y Mr. Ca– therwood colgó su hamaca; estábamos tan felices de habernos revelado de la grosera hospitalidad de don Gl'egorio. y de estar tan cerca de las ruinas, que todo nos parecía cómodo y confortable.
Después del almuerzo monté en la. mula del equi–
paje, con sólo el cabestro para sostenerla. y, acompa– ñado de Agustín a pie, marchamos a casa de don Gre– gario, con el propósito de transportar el equipaje. Los aguaceros habían hecho crecer el río, y Agustín tuvo ne– cesidad de desnudarse para vadearlo. Don Gregario no estaba en casa; y el al'dero, como siempre, feliz con las dificultades. dijo que era imposible atravesar el río con
carga ese día. Regularmente, en vez. de ayudarnos en nuestras pequeñas dificultades, él hacia todo lo que po– día para acrecentarlas. Sabía él que. si nosotros lo des– lJedíamos, no nos sería posible conseguir mulas en Co· pán, salvo que enviásemos por ellas a dos días de ca– mino; que no teníamos a quien confiar ese comisión; y que la demora sería por lo menos de una semana. Du– dando cual podría ser el momento aconsejable para des– pedirlo, y no deseando quedar desamparado, me vi precisado a contratarlo para quedarse, a un precio que se consideraba hm exorbitante que me dió la reputación de tener "mucha plata", la que, aunque podría ser útil en casa. no era apetecible en Copán; y. temeroso de confiar en mi, el belitre estipuló que la paga fuese diaria. En aquel entonces yo no tenía conocimiento del sistema de pago al contado en los negocios que prevale– cia en el país. Los bárbaros no quedaban satisfechos Con que Ud. sea su c·liente a menos que les paguc un extra; y el total, o una gran parte, debe ser adelantado. Accidentalmente me encontraba. yo atrasado con el a~
niego; J, en tanto que me congratulaba de esta única garantía de su buen comportamiento, él se torturaba a sí mismo con la idea que yo no tenía la intención de pagarle del todo.
Entre tanto comenzó a llover; y arreglando mi cuenta con la señora, agradeciéndole sus bondades. dejé ordenado que nos horneasen algo de pan para el
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día siguiente, y llevando conmigo un paraguas y un saco azul, cuyo contenido ignoraba, perteneciente a Mr. Ca– lherwood, y que me había suplioado especialmente que llevase, emprendí mi regreso. Agustín me siguió con
una tetera de hojalata, y algunos otros artículos de uso inmediato. Al entrar en la selva, el paraguas pegó con– tra las ramas de los árboles, y asustó a la mula; y, mien–
tI as yo trataba de cerrarlo. ella Be desbocó conmigo. No teniendo más que el cabestro. me rué imposible dete– nerla; y golpeándome contra las ramas, corrió a través del bosque, chapoteó entre el rio, perdió el vado y no parÓ sino hasta que se hundió hasta el pecho. 'El río estaba crecido e initado, y llovía copiosamente. Los raudales espumeaban a corta distancia más abajo. En los esfuerzos por reil'enarla solté el saco azul de Mr.
Catherwood, lo cogí con el mango del paraguas, y lo habría salvado si la bestia se hubiera estado quieta; pe– ro cuando flotó bajo su nariz, bufó y saltó para atrás. Rompí el paraguas en hacerla cruzar; y, al instante de tocar la orilla, vi el saco flotando hacia los raudales, y Agustin, con sus ropas en una mano y la tetera en la otra, ambas arriba de Su caheza, caminando río aba–
jo dehás de él. Pgl1sando que contuviese algunos ma–
teriales de dibujo. indispensable, me arrojé entre los matorrales de la OrIlla, con 1a esperanza de interceptar– lo, pero me enredé entre las ramas y bejucos. Desmon– té y amarré mi muJa, y pasé dos o tres minutos abl"ien– dome camino para el río. donde miré las ropas de Agus– tín y la tetera, pero a 1 no. y, con el rugido de los rau– dales más abajo, tuve horribles temores. Era imposible continuar a lo largo de la orilla; así que, haciendo un esfuerzo violento, salté a través de un rápido canal a un escabroso islote de arena cubierto de arbustos achapa– rrados, y, cor.t;i~ndo ha~ta su extremo más bajo, miré toda la superfICIe del .1"10 y los raudales, pero no vi a
Agustín. Grité con todas mis fuerzas, y, para mi in– decible satisfacción, oí una respuesta, pero COn el es– truendo de los raudales, demfisiado débil; de ahí a poco él apareció en el agua, moviéndose con dirección a un
punto y arrastrándose sobre los maton-ales. Consola.. do respecto a él, me encontraba ahora yo en una incer– tidumbre. El salto de regreso era sobre un terreno más elevado, el río era un torrente, y, pasada la exita– ción, yo estaba temeroso de intentarlo. Habría sido un
grandísimo inconveniente para mí que Agustín se hu– biera ahogado. Abriéndose paso por entre las male– zas y bajando a la orilla opuesta con su goteante cuer– po, tendió un palo a trav6s de la corriente saltando sobre el cual toqué el borde de la ribera, resbalé, pero me encaramé por las malezas con la ayuda de una ma– no de Agustín. Durante todo este tiempo llovía a c·ántaros; y ahora yo había olvidado dónde amarré mi mula. Nos entretuvimos varios minutos en buscarla; y deseimdole buena suerte al saco viejo, monté. Agus_ tín se puso sus ropas, principalmente 'Porque le resul– taba más cómodo llevarlas en la espalda.
Al llegar a la aldea, yo me alojé en la choza de don José María, mientras Agustín, hallándose en aquel feliz estado que no podía ser peor, continuó bajo la lluvia. No había nadie en la choz'a. sino una mucha– chita, y en un momento que la lluvia disminuyó seguí mi camino. Tenía yo que ~travesar otra corriente, que también el:itaba muy crecida y el camino se encontraba anegado, El camino se extendía por entre una espesa selva; muy pronto las nubes se pusieron más negras que nunca; a la izquierda quedaba una cordillera de pela– das montañas. las antiguas canteras de piedra de Co– pán, a cnyo largo el trueno retumbaba espantosamen– te. V el relámpago escribía airadas inscripciones a sus lados Un turista inglés en los Estados Unidos admite la superioridad de nuestros truenos y relámp~llos Yo soy pertinaz en todo cuanto :ttañe al honor nAcional, pe– ro hago esta concesión en favor de los trópicos. La lluvia caía como si las compuertas del cielo hubieran
~:;r1o abiertas; y mientras mi mula se resbalaha y des_ l'zflba enh'e el fango perdí mi camino. Regresé alguna distancia, y de nuevo l'epa~aba mis pasos, cuando en-
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