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« Previous Page Table of Contents Next Page »por las dificultades de la empresa y por el ,peligro pa– ra el prestigio de las' armas españolas, pero tuvo infor– mes que en ciel'to lugar la profundidad de la zanja que defendía a Copán era muy poca cosa, y al siguiente día se dirigió a ese punto para efectuar un ataque por allí. Los copanes habían espiado sus movimientos, y guar– necieron la trinchera c(m sus más bravos -soldados. La infantería no ftie capaz de derribarla. Acudió en su auxilio la caballería. Los indios hicieron avanzar toda su fuerza, pero los españoles se mantuvieron como ¡'ocas, impasables a las picas, las flechas y las piedras; Varias veces intentaron escalar las trincheras, y fueron lechazados hasta el foso. Hubo muchos muertos de ambos lados, pero la batalla continuaba sin ventaja pa– ra ninguno hasta, que un valiente jinete saltó la zan– ja y, habiendo dado su caballo violentamente con el pecho contra lar barrera, se abrió una brecha en la tie–
rra y empalizadas" y el espantado caballo se precipitó dando coces y manotadas entre los indios. Le siguieron otros jinetes e infundieron tal terror entre los copanes, que se rompieron sus filas y se desbandaron. Copán Calel se replegó a un lugar donde tenía apostado ~n
cuerpo de reserva; pero, siendo incapaz de ·larga reSIS– tencia, se retiró y abandonó a Copán.
Este es el relato que los historiadores españoles han dado de Copán; y, con respecto a la ciudad, cuya mu~
ralla vimos desde el otro lado del río, nos parece de lo más pobre y poco satisfactorio; porque la maciza es– tructura de piedra que estaba frente a nosotros tenía muy poca apariencia de pertenecer a una ciudad, cuyas trincheras pudiesen ser 'derribadas po rla carga de un solo jinete. En este lugar el río no era vadeable; regre– samos a donde se encontraban nuestras mulas, monta– mos y nos dirigimos a otro punto de la orilla, a corta distancia más arriba. La corriente era ancha, y en ciertos lugares profunda, rápida y con un fondo que– brado y pedregoso. Vadeándola, caminamos a 10 largo de la ribera por un sendero estorbado por malezas, que José abrió cortando las rainas, hasta que llegamos al pie de la muralla, donde de nuevo nos apeamos y ama– rramos nuestras inulas.
La muralla era de 'piedra cortada" bien puesta, y en buen estado de conservación, Subimos por, grandes es– calones de piedra, en. algunos lugares perfectos, y en otros derribados por los. árboles que habían crecido en– tre las hendeduras, y llegamos a una terraza cuya for– ma era imposible comprender, por la densidad de la seliva en que se encontraba envuelta. Nuestro guía a– brió camino con su machete y pasamos, encontrando medio sepultado entre la tierra, un gran fragmento de piedra laboriosamente esculpido, y llegam,os a la esqui– na de una estructura con gradas a los lados, en fOlma y apariencia, hasta donde los árboles nos dejaron com– prender, parecida' a los lados de una pirámide. Apar"'– tándonos de la base, y abriéndonos camino a través del espeso bosque, llegamos a una columna de piedra Colla.. drada, como de catorce pies de altura y tres pies por lado, esculpida en muy vigoroso relieve, y por los cua– tro .costados, desde la' b!\se rasta la punta. El frente
y ricamente vestido; y la cara, sin duda alguna un re– trato, solemne, austera, y bien conform"ada par.a in– fundir terror. La parte de &trás era de u:p. diseño dife– rente, no parecido a nada que hubiésemos visto antes jamás, y los lados estaban cubiertos de jeroglíficos. A esto nuestro guía llamó un "ídolo"; y frente a él, a una distancia de tres pies, se encontraba un gran bloque de piedra, también esculpido con ,figuras y divisas emble– máticas, a lo que él llamó un·altar. La vista de este inesperado monumento hiz'O descansar nuestra men– te de una vez y para siempre, de toda incertidumbre con respecto a las antigüedades americanas, y nos dio la seguridad que los objetos que' estábamos bUscan– do eran interesantes, no solamente como restos de mi pueblo desconocido, sino como obras de arte, probando, como
1 ecuerdos históricos nuevamente descubiertos, que los pueblos que antiguamente ocuparon el Conti– nente Americano no eran salvajes. Con un interés q~u-
zá mayor que el que habíamos experimentado pasean-
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do. entre las ruinas de Egipto,seguimos
¡] nuestro guía, qUIen, algunas veces perdiendo su cambo, con ~l uso constante y vigoroso de su machete, nos e-onducía por la espesa selva, entre fragmentos medio· :mterr~dos, ha---:. cía ,catorce monumentos de la misma clas~ y aparien– cia, algunos de ellos con más elegantes di$eños, y otros cuya manufactura era igual a losi más bellos, monu– mentos de los egipcios; uno había sido dislocado de su pedestal por enormes raíces; otro encerrado en el estre·~
cho abrazo de las ramas de los árboles, y casi levantado de la tierra; otro arrojado al suelo, y ceñido por enor– mes vides y enredaderas;' y: uno de pie, con su altar frente a él, en un bosquecillo de árboles qUe crecieron a su alrededor, y que parecían abrigarlo y guarecerlo como un objeto sagrado; en la solemne quietud de los bosques, parecía una divinidad lamentándose sobre un pueblo arruinado. El único sonido que interrumpia el silencio de esta sepultada ciudad era la gritería de los monos que se movían. entre las copas de los árboles, y el ".crujijdo de las ramas secas quebradas por su peso.
Movía~se sobre nuestras cabezas en grandes' y veloces proceSIOnes, cuarenta o cincuenta al mismo tiempo, Al~
gunos con BUS crías arrollándolas con sus largos brazos, saliendo para la punta 'de la.:; ramas y ,agarrándolas con sus largos brazosj saliendo para la punta de las ¡,mas
y agrrándolas con la pata de atrás o con la rosca de la
co~a, saltan~o a una rama del árbol cercano,. y, con un' rUldo semeJJante a una corriente deaÍl~e, pasaban por entre la espesura de la· selva, Era la primera vez' que veíamos a estos remedos de la humanidad" y, con los r?ros monumentos a nuestro alredeclorj parecían. espí.,.. ntus errantes de la r~za desaparecid.a que guarda– ban las ruinas. de sus moradas primitivas..
Regresamos a; la 'Pase de la estructUra piramidal, y ascendimos por sim~tricas gradas de piedra, en algunos lugares separadas VIolentamente por arbustos y renue– vos, y en otr.as derribadas al suelo por el desarrollo de grandes árboles, en tanto que algunas permanecían en– teras, En varias_ partes se encontr¿¡ban ornamentadas con figu~as esculpidas y con ril!Rlerasde' calaveras. Encaramandonos sobre la. superfü:ie arruinada llega–
m~s a una terraza llena, de árboles,,:t, atraye'~ándola,
baJamos por gradas de pIedra a, una area tan poblada de árboles que al principio no pudimos ,comprender su forma, pero la que, al limpiar el.camino" coneLm.ach,e– te, descubrimos que ,era cuadranglllar, y Can gradas 'por todos sus lados ;casi tan perfectas como las del anfiteatro romano, Las gradas estal;l-an ornamentadas con escul– turas, y sobre el lado sur, cOJnO a la mitad· de la vía desquiciada de sU lugar por las raíces, se encontrálJ~
una cabez'a colosal, evidentemente un retrato. Ascen– dimos por estas gradas y llegamos a una espaciosa te– rraza de cien pies de altura, mirando hacia el río,. y
sostenida por la muralla que habíamos visto desde la orilla opuesta. Toda la terraza estaba cubierta de ár– boles, y aun a esta l,lltura del suelo había dbs gigantes– cas ceibas, o algodoneros silvestres de la India, de más de veinte pies de circunferencia, extendiendo sus semi– desnudas raiÍCes a cincuenta o. cien pies en derredor. en– volviendo las ruinas y sombreándolas Con sus anchas Y
extens.as ramas. Nos sentamos sobre el borde de la mu– ralla y procuramos en vano penetrar el misterio del cual estábamos rodeados. ¿Quiénes fueron los que edi– ficaron esta ciudad? En las ciudades .arruinaq.as de E– gipto, aun en la durante tanto tie~po perdida Petra, el extranjero conoce la historia del pueblo cuyos vestigios s eenouentran a su alrededor. La América, dicen los historiadores, estaba habitada por salvajes; pero los 5.al– vajes nunca erigieron estas estructuras, los salvajes ja– más cincelearon estas piedras. Les preguntamos a los indios quiénes las hicieron, y su estúpida respuesta fué "¿Quién sabe?"
No hay asociaciones relacionadas con el lugar; nin~
guna de aquellas alentadoras memorias que consagran a Roma, Atenas y "A la gran señora del mundo so– bre el llano de ·Egipto": pero la arquitectura, la es.... cultura y la pintura, todas las artes que embellecen la vida, han florecido en esta espesa selva; oradores,
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