Page 63 - RC_1968_12_N99

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a nosotros mismos de habel' caído en tan buen aloja– miento. :

A poco rato llegó un ioven a caballo, c;legr~mente

vestido,; con una camisa bordada, y acampanado de va–

rios hombres conduciendo un hato de ganado, Esco– giéndose un buey, se le arrojó el lazo a los cuernos, y

el animal fué arrastrado hacia arriba a un lado de la

casa, Y. por medio,de otro lazo ah~ededor de las patas, echado en tierra. Se le ataron las patas Una con otra, la cabeza se le hizo pal'a atrás por medio de una cuerda desde los cuel'nos a ]a cola. y con una estocada de ma– chete se le cortó la al'teria de ]a vida, . La jauría de hambrientos perros estaba lista, y, con un horrible so– nido acompasado, breve y seco, lamieron la sangre con sus lenguas. Todas. las mujeres estuvieron obsel vando

y una muchacha cogió un perrillo y le estregó el hocico en la c::orriente carmesi, para acostumbralo desde tier– no al sabor de la sangre. El buey fué desollado, sepa– r6se la carne de los huesos, y, para la completa des~

trucción de las tajadas, lomos, y pi~zas para asar, en una hora todo el animal estaba colgado en largas cuer– das alineadas frente a la puerta.

Durante esta operación llegó don Gregario. Era como de cincuenta años, tenia grandes patillas negras y barba de varios días; y por los modales de todos alrede– dor era fácil comprender que era un doméstico tira.no. La ojeada que nos echó antes de apearse parecía decir. "¿Quiénes son ustedes?", pepo, sin chistar una palabra entró en la casa. Nosotros esperamos hasta que termi– nó su comida. y cuando supuse que sería el momento oportuno, entré yo también. En mi trato con el mun– do más de una vez he hallado mis insinuaciones a un conocido l;"eCoibidas con tibieza, pero jamás experimenté nada tan completamente frío como la recepción que el

don tuvo para mi. Le informé que habiamos lle– gado a aquellas cercanias para visitar las ruinas de Co– pán, y en su ademán me dijo, ¿Qué me importa a mí? pero respondió que estas quedaban al otro lado del rio, Le pregunté que dónde podríamos conseguir un guía,

y de nuevo contestó que el único hombre que conocía algo de ellas vivia al otro lado del rio. Aún no había– mos tomado suficientemente en cuenta la perturbada condición del país ni el peligro que podria acarreársele

a un hombre por dar albergue a individuos sospechosos; pero, confiando en la reputación del palS como hospita– lario, y las pruebas de ello que ya habiamos encontra– do, me resistía de llegar a la desagradable conclusión de que no éranlos bienvenidos, Sin embargo, esta con– clusión era irresistible. Al don no le agradaba nues– tra apariencia. Mandé al arriero que ensillase las mu– las; pero el bellaco gozaba con nuestra confusión y

abiertamente rehusó ensillar sus bestias otra vez en ese día. Acudimos al mismo don Gregario, ofrecién– dole paga; y según dijo Agustín, con la esperanza de desembaraZ'arse de nosobos, nos prestó dos, para que regresáramos a la aldea. Por desgracia, el guía que buscamos se hallaba ausente; una alegre riña de gaitas estaba entonces por verificarse, y no fuimos estimu– lados, ni por la apariencia de las gentes ni por invita– ción, para regresar riuestro equipaje a aquel lugar. Y

comprendimos, lo que era muy enojoso, que don Gre–

gario era el gran hombre de Copán¡ el más rico y el tiranuelo del lugar; y que sería de lo más jnfortunado el tener un rompimiento con él; o aún el dejar traslu– cil' en la aldea que no habíamos sido bien recibidos en su casa. De mala gana, pero con la esperanza de hacer una más favor.able impresión, volvimos a la hac:;ienda. !M:r. C. se apeó en las gradas y se sentó en el corredor. Yo, POlo casualidad desmonté del lado de afuera; Y. an– tes de moverme, inspeccioné al grupo. El don sentado en una silla, con nuestro detestable arriero a su lado, y Con una media oC\llta sODl'isa de mofa en el rost\'o, ha–

blando de los lfídolos" y mirándome a mi. En estos momentos ocho o diez hombres, hijos. criados y traba– jadores, habían llegado de sus labores del día, pero nin– guno se ofreció a tomal' mi mula, ni hizo alguna de aquellas demostraciones de atención que siempre se ma– nifiestan a un huésped bienvenido. Las mujeres vol-

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tearon la cara como si hub~eran sido reprendidas por recibirnos; y todos los hombres, ciñendo su conducta a la del don, nos miraron con tanto desprecio, que yo le dije a Mr. Catherwood que botáramos nuestro equipa– je en el camino y lo maldijéramos a él como inhospita– lario pakí.n; pero Mr. Catherwood me amonestó en con– tra de ~no, sostenienclo que. si nosotros teníamos una abierta disputa con él, después de tanta molestia se nos impediría ver las ruinas. El don probablemente sos~

pechaba algo de lo que pasaba; Y. temeroso de haber llevado las cosas demasiado lejos y de echar un borrón sobre su nombre, me señ:aló una silla y me rogó que me sentID'a. Haciendo un gran esfuerzo, resolví sofo– cal" mi indignación hasta que pudiera darle rienda suel– ta sin peligro. Agustin estaba muy indigna.do por el trato que recibimos; por el camino. algunas veces au~

mentó su propia importancia contando de las bande~

ras enarboladas y de los disparos de c~ñón cuando sa– limos de Belize, y aqu1 él izaba más banderas y dis– paraba más cañones que los de costumbre, principiando con cuarenta cañonazos y después con un nutrido caño– neo; pero no sucedió así. El don no nas quería y pro– bablemente estaría deseoso de enarbolar b~nderas. y

también de disparar cañonazos. como en Balize, cuan-do nos hubiésemos marchado. . Por la tarde el cuero del buey fue extendido en el corredor, se echaron sobre él mazorcas de maiZ', y todos los hombres, con el don a la cabeza, sentáronse para desgranarlo. Los alotes se llevaron a la cocina para el fuego, el m.aiz s~ recogió en canastos, ~ tres cerdos fa– voritos que hablan estado afuera grunendo en espera del fe;tín, entraron para coger los granos esparcidos. Dw·ante la tarde no se preocuparon de nosotros, salvo que la esposa del don nos mandó a decir con Agustín que se estaba preparando la cena; y nuestro amor pro– pio herido fue aliviado, y nuestro descontento mitiga– do con un mensaje adicional: que ellos tenían un hor– no' y harina. y que nOS harian algo de pan si quería-mos comprarlo. . Después de la cena todos se prepararon para dor– mir La casa del don constaba de dos partes, una inte–

rior: y otra exterior. El don y su fa.tU;ili~ ocupaban la primera y nosotros la segunda; pero m aun ésta era pa–

ra nosotros. En todo el largo de la pared había arma– zoñes hechas de palos' como de una pulgada de grueso, atadas una a otra con cuerdas de corteza. sobre las cua– les tendían los trabajadores cueros sin curtir para sus camas. Había tres hamacas además de las nuestras, y

yo tenír¿ tan poco espacio para la mía que mi cuerpo, con los talones tan altos camal a cabeza. describia una parábola invertida. ~to !!ra enfadoso y ridí~ulo; o, con las palabras del turIsta Inglés en Fra Diavolo, era "¡chocante! ¡positivamente chocante!".

En la mañana don Gregario se encontraba del mis– mo humor. No hicimos caso de él, peto nos vestimos

y arreglamos baio el cobertizo. con tapto respeto como nos fue posible para los feroenmos mlembros de la fa– milia que constantemente pasaban y repasaban, Se nos habia metido en la cabeza el proseguir y ve! las rui–

nas' y afortunada·mente, temprano en la manana, uno

de ios' hijos del áspero don, un afable joven, tI'ajo de la aldea a José, el guia que necesitábamos..

Por causa de muchas enojosas dilaciones, aumen– tadas con dificultades entre José y el mriero, no sali– mos sino hasta las nueve de la mañana. Muy pronto dejamos la vereda o camino. y entramos en un exten– so campo parcialmente cultivado con maíz, pertene– ciente a don Gregorio. Caminando alguna distancia a

travás de éste, llegamos a Una choza. techada con hojas de maiz a la orilla del bosque. en donde algunos tra–

bajapor~s estaban preparando su desayUJ;o. Allí nos apeamos, y, atando nuestras mulas a los arboles cerca– nos, nos internamos en la selva con José por delante abriendo paso con un machete; pronto llegamos a la orilla de un río. y directa·mente al lado opuesto vimos

una mm"aUa de piedl'S, quizás de cien pies de altura. con tojo creciéndole hasta arriba y que se extendía de norte a sur a lo largo del río, caída en algunos lugares,

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