Page 62 - RC_1968_12_N99

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obligados a desmontar, echando a las mulas por, delan~

te; y; agarrándonos de' las mataa p.ara bajar;: Al, pie de la loma' montamos y, 'atravesamos un arroyo, donde un pequeño muchacho, que:jugaba en el ,agua, me saludó cruzando los brazos sobre el pecho, y en seguida pasó cOIl Mr. Catherw't0d. Este era un, buen agüero; y, mientras trepábamos por una escarpada colina, sentí que aquÍ, en este solitario paraje; _lejos, de los lugares frecuentados. por el h9ffib~ej deberíamos hallar benevo· lencia. En la cumbre de la colina una mujer, con un niño desnudo en los brazos y con la cara sonriente, es· taba observando nuestro penoso ascenso; -y cuando le preguntamos si podríamos tener posada ?-1í, ella res· pondió, con la más afectuosa frase del país y con una cara· qUe' demostraba aun mejor acogida que sus pala· bras,u¿cómo nqn?" ("¿por qué no?")'y al ver que nues~

tro criado llevaba piñas en sus alforjas, preguntó por qué las había traído, y si no sabía que ella tenía mu· ehas.

La, situaoión de la hacienda de San Antonio era agrestemente hermosa. Tenía un claro para el corral

del ganado, una plantación de maíz, tabaco y pl4tanos,

y la abertura proporcionaba una vista de las elevadas montañas que la rodeaban. ,La caSji estaba construida de p.alos repellados con lodo, y junto a la pared enfrente de la puerta había una imagen del Salvador en la cruz, sobre una tela blanca! de algodón suspendida y rodeada de ofrendas votivas. La criatura desnuda que la ma– dre llevaba en los brazos se llamaba María de los an–

geles. Mientras prepB,ra,ban la cena llegó el dueño de la casa, un moreno de torvo ce~o, con un sombrero de ala ancha y grandes patillas, y montado en un, p~e­

roso potro que ahora est~ba doman~o ~n \08 c~mmos

de la montaña; cuando el supo que nos~tros eramo$ extraníeros que pedíamos l1o~~~alidad! su~ ~~peras fa~

dones se ablandaron, Y rfJPltIo ]a blenvemda que la mujer nos había dado.

Desgraciadamente, el muchacho del arriero se puso muy enfermo; su patrón no le prestaba atención, y,

mientras el pobre chico se quejaba c0!L una violenta fiebre, él comía con perfecta indiferencla. NosotJ;o$.lE¡: arreglamos una confortable cama en el corredor, y Mr: Catherwood le dio una dosis de medicamento. Nues– tra noche pasó muy diferent~mente .de ~a 3;p.terior. Nuestro hospedador y hospedadora eran una benévola

y sencilla pareja. Era ~sta la primera' vez que se en– contraban con hombres de otro país, y hacían muchas preguntas, y exatnirtaban nuestros pequeños aparatos de viaje, particularmente nuestras copas plateadas, cu– chillos, tenedores y cucharas; les mostramos. nuestros relojes brújula, sextante, cronómetro, termómetro, te– lescopio, etc., y 13, mujer con, gran discernimiento, dijo que nosotro.s debíamos seJ; :rp'uY J;'ieos, y que teníamos "muchos idées

IJ (uinuchaS- Ideas"). Nos preguntaron acerca de nuestras esposas, y' supimos qlle n.uestrocán– dido hospedador tenia dos, que una de ellas viyía en Rocotán, y que. él pasaba alternativamente lUna semana con oada una. Le dijimos que en Inglaterra él sería de– portado, y e~ el Norte prisionero .t,oda la vida por t8;– les indulgencIas, a lo cual respop.dlO que esos eran Pal–

ses bárbaros; y la mujer, aunque p~nsaba que un hom–

bre debía contentars'e con una, dijo que. no era pecato

o crimen el tener dos; pero leS .(jí decir soUo vece, que nosotros éramos umás. cristiai1os", o mejores cris– tianos que ellos~ El nos ayudó a colgar nuestras ha–

macas y como a las nueve de la noche echamos fuera

a los perros y marranos, encendimos nuestros cigarros, y nos fuimos a....dorll}ir. Incluyendo a los. Gri~dos, las mujeres y los nmos, eramos once en la habltaclOn. Por todo el derredor se veían pequeñas bolas de fuego, bri~

llando y desapareciendo COn el fumar de los cigalTos. Uno a uno se fueron apagando, y nosotros nos dormi–

mo~. Por la mañana todos nos levantamos al mismo tiempo. El muchacho seguía mucho mejor, pero nos~

otros no le creíamos en condiciones de viajar. Su bru

w tal amo, sin embargo, inSistió en su marcha. Por todo

]0 . que nuestros bondadosos amigos habían hecho por

nosotros, no quisieron cobrarn'os nada:; pero, además' de

recompensades' én dinero, distribuimos entre ellos

I

va'– vias, bagatelas, y, cuando les dijimos adiós, miré con pe– sadumbre un anillo que' yo le había dado a ella chis– peando en el dedo deéI.' Después que habíamos mon– tado, el ohicueloque encontramos en el arroyo llegó tambaleándose bajo el peso de una carga de seis recién cortadas piñas; y aún cuando ya habíamos partido, la mujer corrió tras con un pedazo de fresca caña de azúcar.

Todos partimos de la hacienda de San Antonio con benévolos sentimientos, salvo nuestro áspero arriero, que estaba indignado, como él decí~ de que nosotros les hubiéramos hecho regalos a todos menos a él. El

pobre muchacho era el más agradec-ido, y, desgraciada– mente para él, le habíamos dado un cuchillo, que puso envidioso al arriero.

Casi inmediatamente que salimos de la hacienda penetramos en una espesa selva, densa ·como la Mon– taña del Mico, y casi tan cenagosa. El ase,enso fue pe– noso, pero la cumbre era abierta, y tan copada de aque– lla hermosa planta que la llamamos la Montaña de Aloes. Algunos apenas se asomaban sobre la superfi–

cie del terreno, otros tenían como veinte o treinta pies de altura, y varios gigantescos tallos estaban muertos; flores que hubieran extasiaclo en el pecho de una bel~

dad, habían florecido y m1,l.erto sobre esta desolada ll?-0n–

taña, sin ser vistas de nadie a excepción de algún· in-dio pasajerQ. ;, ;

, En el descenso perdimos la senda., y erramos por al– gún tiempo. antes de "r~cobrar1a. Casi al momento c~­

menzamos. a subir otra montaña; y desde su· ciJ;lla ml~

ramos completamente. sopre llna tercera, y, a' gra:n dis– tancia divisamos una; extensa hacienda.,; Nuestro ca– mino continuaba directamente a 10 largo ·de la orilla de

'un precipicio, desde (}~nde mirábamos a una inn.}el}Sa distancia abajQ de nosotros -las ,copas de pinos, glgan– teseos. Muy pronto el sendero se hizo tan quebrado, y

corría tan cerca del borde del precipio, que llamé a

Mr. Catherwood para que se apeara. El despeñadero quedaba al lado izquierdo, y yo avancé tanto que, so– bre el lomo de una perversa mula, no me aventuraba a hacer ningún movimiento irregular, y caminé por al– gunos momentos'con gran ansiedad. En alguna parte de este camino, pero sin ninguna señal que Ja de~ar­

case, cruzamos 'la línea divisoria del E.stado (le Guate– rilala y penetramos a Honduras. ,

. A las dos del a tarde llegamo$ a la ald~a de Copán. que se componía de media docena de. mise;rables ch02:as techadas con hojas de maÍZ. Nuestra llegada causó gran sensación. Todos los hombres y mujeres se jun– taron a. nuestro a4'ededor para mirarnos. Inmediata– mellte .nosotros pregllnta,mós por Jas ruinas, pero nin~

gtmo de los aldeanoS· pudo dirig.irnos. hacia ellas, y to–

dos 'nos ~C()ns~j~on que fuér~os a ~.a hacie~da de don Gregario. No teníamos deseos 4e parar en una aldea, y le ordenamos al lfrrlero· que. siguiera adelante, pero ; él rehusó, diciEmdo q.u~ su compromiso era conduoir~

l1b~. a Copán, Despüé~

J.

de ,lln gran altercado nosotros prevalecimos, y, cami'ltan<to a través de un trecl!..o de bosque, vadeamos una vez más el Río' Copán, y sali– mos sobre un claro, en une;> de cuyos lados estaba una hacienda, con un techo de tejas de barro, con cucinera

(cocina) y otras dependencias. evidentemente la resi– dencia de un rico propietario. Fuimos saludados por

un conjunto de perros .1adradore.s

J

y todas las e~tradas

estaban llenas de mUJeres y nmos, que pareclan, en muy alto grado, sorprendidps de nuestra aparición. No se veía a ningún hombre; pero las mujeres nos recibie– ron benignamente, y nos dijeron que don Gregorio re– gresaria pronto, y qu.e nos conduciría a las ruinas. En el acto -se encendió de nuevo el fuego en la cocina, el sonido de las palmaditas de las manos anunciaba que se hacían las tortillas, y a la media hora la comida es– taba preparada. Fué. servida en una fuente de plata maciza, y el agua en un cántaro de plata, pero sin cu– chillo, tenedor rii cuohara; la sopa o caldo se sirvió

en tazas para beberlo. No obstante, nos congratulamos

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