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« Previous Page Table of Contents Next Page »plandecian a la luz de la antorcha. Todqs se junta– ron alrededor para examinada, y retirándose, nos de–
jaron encerrados en el cabildo, apostaron doce hom– bres en la puerta con espaads, mosquetes y machetes
y al partir, el oficial dijo al acade que si escapába– mos durante la noche, su cabeza respondería p'or no– sotros. -, Pasaba. la excitación, Mr. C. V yo quedamos ex–
haustos. Habíamos tenido Wl bello principio de nues_ tros viajes; no más que un mes fuera de la patria, y
en manos de hobres que habrían sido arrojados de cualquier decente prisión de estado pOl.' temor de que crontaminasen a los pensionistas. Una espiada a Hues'– tras simpáticos guardianes no ·nos alentó. Estaban sentados bajo el cobertizo, directamente al frente de li!. puerta, alrededor de una fogata., con 'sus armas al alcance y fumando cigarros. Todos sus vestidos ~n
conjunto nO' valfan un pat' de botas viejas; y con snS
harapos, sus armas y -sus morenas caras ;enrojecida~
por la luz del fuego, su aspecto era feroz; y¡ no hay duda, si hubiésemos' intentado escapar, habrían sirlo felices de tNter la¡ excusa para asesina·rnos. Abrimos
I ma cesta de vino can que el Coronel M'Donald HaS
había proveído V bebhno-s a su salud; ,Estábamos re– levados de inmediatos temores, pel'o ·nuestras pers~
pectivas, no eran agrada'bles; y asegurando la puerta por denti'o lo méj'or 'que pudimos; de nuevo ac.udimos
a nuestras hamacas.' .
Durante la noche, la puerta fué violentameIlte a– bierta otra vez, y toda la banda ,de rufianes penetró como antes, con espadas, mosquetes y machetes, y ra– jas de pino encendidas. Al instante nos pusim~s en
pie, y una rápida impresión ftié que legaban para apo– derarse del pas~portej inas, para'-nllestro sorpresa, el alcalde devolviéndOme la'carta con el gr~n ~no, dijo que era inútil enviada, y que quedápamos en libertad para proseguir nuestro· viaje' cuando quisiéramos
~os encontrábamos demasiado contentos para ha– cer nInguna pregunta, y hasta este día ignoramos por qué fuimos arrestados.. Mi creencia es, que si nosotros
h~biérat11os perdi.do el valor por completo, y no hu~
bléramos mantenIdo un tono arogante y amenazador hasta el fin, no habríamos sido puestos en· libertad, Y
yo no dudo que el sello grande hizo mucho en nues~
b·o favor. No obstant~, nuestra indignación no el'a menos fuerte para que nos considcl'ásemos relevados
ele manifestarla Insistimos en que el asunto no de–
bería terminar aquí, y que la cárta debia ser enviada al General Cáscara. El a,lcalde objetó; pero le diji– mos que si no la rem.itia, sería peor para élj y, después
de alguna demora, la ,metió en las manos de un in–
dio, y
lo lanzó hacia fuera con su vara; a
los pocos minutos retiraron la gUé\rdia Y todos ellos itas dejaron. Ya estaba casi amaneciendo, y no sabIamas qué hacer; continua!' era exponernos a una reuetición del mismo tratamiento, y quizá, a meidda. que avanzára– mos hacia el interior, con peores resultados. Indeci–
sos, por, la tercera vez volvimos a nuestras hamacas.
En pleno dia fuimos otra vez levantados por el al~al
de y sus alguaciles, pero :?hora venían ellos a hacernos una visita de ceremonia. Los soldados que acciden– talmente habian pasado por el pueblo, y. que ocasio–
naron todo el alboroto, se habían ido. Despues de al–
guna deliberación determinamos seguir; y~ encargan– do de lluevo al alcalde lo relativo a a carta para el
General Cáscara, le volvimos 11' espalda a él y a sus alguaciles. A los pocos minutos todos ellos se reti– raron. Tomamos una taza de chocolate, cargamos nuestras mulas, y, cuando salimos, el lugar estaba tan desolado como cuandó llegamos. Ni una sola persona habia estado allí para dal'nos la bienvenida, y nadie había tampoco para decirnos adiós.
CAPITULO S
UN ENTIERRO INDIGENA. - EL RIo COPAlN. - MUJER BONDADOSA. - LA HACIENDA DE SAN ANTONIO. - EXTRAÑ'AS COSTUMBRES. - UNA M ONTA"Ñ'A DE ALOES. - EL ESTADO DE HONDURAS. LA AlJDEA DE COPAN. - UN HOSPEDADERO DES CORTES. - LA MURALLA DE COPAN._ HISTORIA DE COPAN. - PRIMERA VISTA DE LAS RUINAS. - VANAS ESPECULACIONES. _ PETlCION DE ME– DICINAS. - EN BUSCA DE UNA HABI'I"ACION. _ UNA MUJER ENFERMA. - MAJADERIAS DE UN ARRIERO. - UNA SITUACJON DESAGRADABLE. - TEMPESTAD DE TRUENOS. - PROYECTANDO LA
COMPRA DE COPAN.
Apartándonos de la iglesia, pasamos la" cumbre de una colina, detrás de la cual había una colección de chozas casi escondidas a la· vista, yo :ocupad~s por nUes~
h os amigos de la noche anterior. Muy pronto empe~
'loamos a subir una montaña. A corta distancia nOS en.. contramos con un cadávet conducido sobre un tosco fé
retro de palos, en hombros de unQ's indios desnudos, sal~
vo una tira de tela de algodón sobre los hij81:es, y sacu– diéndose solemnemente con los movimientos de sus por– tadores. Luego después encontramos otro, llevado de ]a misma manera, pero envJ1elto en petate y acompaña~
do por tres o cuatro hombres y una muchacha. Am– bos iban en camino para el rementerio de la iglesia del lugar. Ascendiendo, llegamos a la cumbre de la mon– taña, y miramos atrás de nosotros un hermoso valle ex– tendiéndose hacia Hocotán, pero todo baldío, inspiran– do un sentimiento de pesar el que tan bello país estu~
viera en manOs tan infelices.
A las doce y media del día descendimos a las már~
genes del Río Copán. El'a ancho y l'ápido, y en medio tenía una gran ban-a de arena. Tuvimos dificultad en vadearlo; y parte del equipaje, especialmente las ca– mas y ropa de dormir, se mojaron. Del lado opuesto de nuevo comenzamos a subir ot.ra elevación, y desde la cumbre divisamos el río serpenteando por el valle. Cuando cruzábamos, por una vuelta repentina, corría
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a lo largo de la base, y lo miramos directamente abajo de nosotros. Descendiendo de esta montaña, llegamos a un hermoso a.rroyO, donde una india e-anada y una lin– da muchachita, emblemas d2 la juventud y de la vejez, estaban lavando ropa. Nos apeamos y nos sentamos a la oriUá del río para esperar" al arriero. Me olvidaba mencionar que él tenía consigo un muchacho como de trece a catOl'ce años, bien parecido mozalbete, a quien había impuesto lo más pesado del trabajo, el de perse– guir a las mulas, y que realmente palecía, cOmo el pe– rro del Barón Munchau~~n, en peligro de quedarse sin piernas de tanto correr.
Nuestro desagrado con el ardeí'o no había termi– nado, y al principio le atribuimos a él alguna parte de nuestras molestias en Comotán. De todas maneras, ·si no hubiera sido por él no nos habríamos detenido allí. Todo el dia había estado especialmente furioso con las mulas, y ellas particularmente perversas, y ahora se habían descarria0.o; y hacía una hora que estábamos
oyendo Sll renCorosa V02:, llenándolas de maldiciones. Montamos de nuevo y a las cuatro de la tarde, divisa– mos a algunas distancia una hacienda. al lado opues– to de un valle. Est.aba solitaria y prometía un tran– quilo sitio de descanso para la noche. Nos desviamos del camino real hacia una rústica vereda, pedrego– sa y cubiel ta de breñas, y tan escarpada que nos vimos
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