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« Previous Page Table of Contents Next Page »Iecuerdos de la pompa de la guerra a las órdenes del emperador cruzaban siempre por su imaginación, él
debería abochol'narse de su descalzo destacamento. Regresó a su domicilio, adonde nosotros le segui– mos y le presentamos nuestro pasaporte. Lo mismo que el comandante de Yzabal, parecía descontento, y
habló mucho de la perturbada condición del país. No estaba satisfecho, además, con la ruta que yo pensa– ba tomar; y aunque le dije que era únicamente para visitar las l'uinas de Copán, se encontraba evidente_ mente receloso de que yo intentara ir a San Salvador a presentar mis credenciales al gobierno federal. Sin embargo, visó el pasaporte como yo lo queria; aunque después que salimos, llamó a Agustín y le interrogó minuciosamente con respecto a nuestros propósitos. Yo estaba indignado, pero demor mis sentimientos en
consideración a la trastornada situación del pais, y a la partida de vida o muerte que por entonces se juga– ba en todo el territorio.
Volvimos a la casa con la interesante señora que
nos dió la bienvenida en ella. Aún no sabíamos si era SEÑORA o SEÑORITA; Pero, desafortunadamente, encontramos que un hombre que suponíamos ser su padre; era su esposo. Cuando la interrogamos acerca
de un simpático muchacho de diez años de edad, que
~unusimos que era su hermano. nos respondió, HES
MIO"; y, como si estuviese decretando que el en... canto de su apariencia se interrumpiera. cuando, de ncuerdo con las re¡:{las de cortesía, le ofrecí para que
escogiera un cigarro y un PURO aceptó el segundo. Pero hacía tanto tiempG que YO no había visto una mujer que fuera del todo atractiva. y su rostro era tan jnteresante. sus modales tan bondadosos, su voz tan dulce. las palabras españolas fluian tan perfectamente
de sus labios, y su bata la tenía tan bien tallda por rl.otrR.q que a nesar del muchacho· de diez abas y del
PURO, me adherí a mis primeras impresiones.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano.
NU~ . ;:tl':t intpre¡;::mtl'" hospedadofa y su paternal mar-ido se habían levantado con tiempo para atendernos. :;H'u– b;era s'do una ofensa a las leyes de la hospitalidad
el ofre{'erles dinero; pero Mr. C. le dio al muchacho
un cort:toTumas. y yo puse en el dpdn dl" la Rli:Ñ'ORA
un anillo de oro, con la inscripción 'Souvenir d'
amiti". Estaba en francés. y su esposo no pudo en_ tenderla. y desgraciadamente, ella tampoco.
A las siete de la mañana emprendimos la mar– cha Pasando por la iglesia en ruinas y la antigua pohlación caminamos sobre un fértil valle tan bien
cultivado con maíz que' él nos dió la clave de la pre– gunta del muchacho: que si hablamos llegado a Chl– ouimula a comprar maíz. A una legua de distancia llegamos al pueblo de San Esteban. donde en medio de una miserable colección de chozas techadas con ra.ia. se hallaba una gigantesca iglesia como la de Chiquimula, sin techo. y convertida er{ ruinas. Nos encontrábamos ahora en una región que hapia sido azotara por la guerra civil. Un afio antes el pueblo había sido desolado por las tropas de Morazán. Pasando la población, Ilegamos a la orilla de un arroyo, dividido en algunos lugares en ramales para hTigar 'a tierra: y hacia el otro lado del arroyo se en– yO, se encontraba una cadena de elevadas montañas. Siguiendo a lo largo de él, encontramos a un indio, quien informó a nuestro arirero que el CAMINO REAL para Copán quedado del otro lado del rio, y a tra– vés de montañas. Regresamos y vadeamos la corrien– te; una gran parte del lecho estaba seco, y caminamos a 10 largo de él por algún tiempo, pero no pudimos encontrar un paso que nos guiase a la montaña. Por fin descubrimos uno, pero resultó ser una senda de ganado, y andorreamos por más de una hora antes de dar con el CAMINO REAL; Y este real camino era, apenas un rastro por el que una sola mula podía tre~
par. Era evidente que nuestro arriero no conocía el camino, y la región en que íbamos entrando era tan de sierta que tuvimos algunas dudas sobre si debería...
mas seguirle. A las ouce alcanzamos la éumbre de la montaña, y, mirando l}acia atrás vimos a gl'an dis.... tancia, y a lo lejos abajo de nosotros la población de Chiquimula; a la derecha, arriba del' valle el pueblo de Santa Elena; y, elevándOSe sobre unas c~antas cho– zas de paja, otra gigantesca y destechada iglesia. A
cada lado había montañas todavía más elevadas que la nuestra, algunas sublimes y tétricas, con sus cimas sepultadas en las nubes; otras en forma de· conos y pi~
rámides, oían salvajes y 'fantásticas que parecían reto.... zando con los cielos, y yo casi deseaba tener alas para volar y descansar sobre sus cimas. Aquí, sobre altu– ras en apariencia inaccesibles, vimos la solitaria cho– za de Un· junco, con su MILPA o pedazo de terreno sembrado de maíz. Las nubes Se condesaron alre– dedor de las montañas, y durante una hora caminamos bajo la lluvia; cuando reapareció el sol divisamos las cumbres de los cerros todavía elevándose sobre noso~
tras, y, a nuestra derecha, allá abajo a lo lejos, un profundo valle. Descendimos y lo hallamos más an– gosto y más bello que ninguno de los que habiamos visto circundado por filas de montañas de varios mi–
les de pies de elevación, y teniendo a su izquierda Una extensión de extraordinaria hermosura, con un rojo terreno de piedra arenisca, sin ningún arbusto ni maleza, y cubierto de pinos gigantescos. Al frente, elevándose por encima de las miserables chozas de' la aldea, y en apariencia montada sobre el) valle, estaba la enorme iglesia de San Juan de la Ermita, recordán– dome la iglesia de San Juan en 'el desierto de Judea, pero en situación aún más hermosa. A las dos de la tarde atravesamos la corriente y entramos en la aldea. Enfrente de la iglesia el arriero nos dijo que el día de trabajo había terminado, pero, con todas nuestras fa–
tigas, habríamos hecro solamente quince millas, y no estábamos dispuestos a parar tan pronto. La excesiVa belleza del lugar pudo habernos tentado, pero la única choza bien repellada se. encontraba ocupada por una banda de rufianes y soldados, y seguimos adelante.
El arriero nos siguió echando pestes y desahogaba su rencor azotando a las mulas. De nuevo cruzamos la corriente, y, siguiendo yalle arriba a lo largo del seco lecho, que presentaba señales de la inundación que 10
anegaba en la estación lluviosa, en una hora lo atra.... vesamos medía docena de veces. Pesadas nubes des.. cansaban sobre los cerros, y nos llovió otra vez. A
las cuatro de la tarde divisamos sobre una elevada meseta el pueblo deHACOTA..N, con otra enorme iglesia. De acuerdo con la ruta convenida con el a–
rriero, este debia ser el final de nuestra primera jor..... nada. Se nos había advertido que el CURA podía darnos mucha información acerca de las ruinas de Co– PW1, y le dijimos que atravesara el pueblo y se de!u.... viera allí; pero él no quiso, y arreando las m~las, ana– dió que así como nosotros no habíamos quendo parar cuando él lo deseaba, ahora no se detendria por naso.... tros. Yo no pude hacer andar a mi mula' más de lo natural, e, incapaz de alcanzarlo, salté a tierra y corrí tras él a pie. Accidentalmel)..te l.levé la ,mano a m.i~
pistolas para asegUf\arlas en el cmto, y el r.etrocedlO desenvainando su MACHETE. Tuvimos una dis– cusión. Dijo él que si nos íbamos allí, no podríamos llegar a Copán al siguiente día, asi que, deseando evi– tar un conflicto, y no queriendo dejarle excusa para faltar, seguimos adelante.
A las seis de la tarde nos elevábamos sobre una hermosa meseta en la que Se encontraba otra gigan.... tesca iglesia. Era la séptima que habíamos visto en aquel día y llegando a ellas en una región desolada, y por sen'de~os de montaña que manos humanas nun..... ca· intentaron mejorar, su colosal grandeza y suntuo– sidad era alarmante y daba la evidencia de un pueblo que retrocedía yi expiraba. 'Esta se erguía en un pa– raje más desolado que ninguno de los, que ya. habfE!;mos visto. La yerba estaba verde, el cesped sIn senales ni siquiera del paso de una mula, no se divis:Ol~a un serl humano, y ni en las rejas de la cárcel habla a1-
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