Page 58 - RC_1968_12_N99

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deberíamos hacer, pero en la tarde nuestro hospeda– dor llamó a un indio con el propósito de facilitarnos

la hechura de un vocabulario de palabras indígenas. La primera pregunta que le hice fué el nombre de Dios, a la cual respondió, SANTISIMA TRINIDAD. Por medio de nuestro hospedador le expliqué que yo no deseaba el nombre en español, sino en lengua indigena, y contestó como antes, SANTISIMA TRINI– DAD o DIOS Formulé mi pregunta de diferentes modos, pero no pude obtener otra respuesta. El pe!'– tenecia a una tribu llamada CHINAUTE, y la inferen– cia fué, que, o ellos nunca habían tenido conocimien– to de algún Gran Espíritu que gobierno y dirige el universo, o que habían sufrido tan completo cambio en materia de religión que habían olvidado su propio nombre para la Divinidad.

Por la tarde la población se puso en movimiento con la llegada de un destacamento de soldados de Ca– n'era, que se dirigia a Yzahal para recibir y escol.tar Un compra de mosquetes. La casa de nuestro amIgo era un punto de reunión para los residentes, y, como

de costumbre, la conversación giró sobre el estado re– volucionario del país. Algunos de ellos, tan pronto como supieron mi carácter oficial. se mostraban in– quietos por mi ída directa a San Salvador, el cuartel general de Morazán o del partido federal, y me ase– guraban que el camino para Guatemala se encontraba ocupado por las tropas de Carrera, siendo peligroso el basar por ~l. Yo conocía demasiado el efecto del es– uÍritu partidarista para prestar implícita fe a lo que los partidarios me decían y procuraba . da~ otro giro a la conversación. Nuestro hospedero me pre– guntó si había~mos t~nido algunas guerr~s dn mi país, diciendo que el sabIa que habíamos tenIdo una revo– lución porque babía leído LA HISTORIA DE LA RE– VOLUCION DE LOS ESTADOS UNIDOS DF.L NORTE en cuatro tomos, en la que el General Washington aparecía bajo el nombre de Harper, y. J~ck Lawton y

el DI' Sitgreaves eran dos de los prmclpales perso– najes; de donde yo deduce~ lo que talvez será. p.uevo para algunos de mis lectores, que en la traducCIOn es– nañola del cuento de "El ESPía" se llama HISTORIA

DE LA REVOLUCION AMERICANA.

Nuestro arriero no apareció sino hasta el día si– guiente fuera de tiempo. . ~[ientras t~nto, yo !t,abía te– nidt1 oportunidad de adqUIrIr mucha Informac 1 0n aper– f'.a de los caminos y del estado del país; y, estando sa– 1isfecho aUe. en lo relativo a mi misión, no era necesa– rio proseguir inmediatamente para Guatemala y, en efecto, que era mejor esperar un poco y ver el resul– tado de las convulsiones que por entonces perturbaban al país, determinamos visitar Copán. Esta se encon– traba enteramente fuera de la ruta, y, aunque a una distancia de pocos días de camino en una región del país poco conocida, aun en Zacapa: per? nuestro arrie– ro dijo que él conocía el camino, e~zo un contrato nara conducirnos allá en tres días, arreglando de an– temano las d-lferentes jornadas, y desde allí directa– mente a Guatemala.

A las siete de la mañana siguiente partimos. Aun– que nuestro equipaje estaba mal empacado para viajar a lomo de mula sobre un país montañoso _difícil para cargarlo y fácil de caer;- y, para cuidar de esto, no teníamos sino un par de espuelas entre los dos. En una hora vadeamos el Motagua, todavía un ancho río. pro– fundo y con una rápida. corriente; y el salir de allí con los pies y las piernas mojadas disminuyó en algo la pesadumbre con que nos despedimos por algún tiem– po del hermoso río. Durante una hora larga conti– nuamos sobre el llano de Zacapa, cultivado para maíz y cochinilla, y dividido por setos de arbustos y cac– tus. Más adelante, el terreno se tornó quebrado, ári–

do y estéril, y muy pronto comenzamos el ascenso de una escarpada montaña. A las dos horas llegamos a la cumbre, a tres o cuatro mil pies de elevación, y,

mirando hacia atrás tuvimos una hermosa perspectí– va dei llano y del pueblo de Zacapa. Atravesamos la

serranía, llegamos a una alta y precipitada estriba– ción, y muy pronto divisamos ante nosotros otro ex–

tenso llano, y, allá a 10 dejos, la población de Chiqui– mula, con su gigantesca iglesia A cada lado había inmensos barrancos, y las alturas opuestas se encon– traban cubiertas con mimosas de color rosa y pálido. Descendíamos por una larga y serpenteante vereda, y

negamos a la planicie, sobre la cual crecían el maíz, la cochinilla y el plátano. Una vez más vadeando una c01:riente, subimos a la orilla y a las dos de la tarde entramos a Chiquimula, al cabecera del departamento del mismo nombre. En el centro de la plaza había una hermosa fuente, sombreada por palmeras, en la que las mujeres llenaban sus cántaros, y a los lados estaban la iglesia y el CABILDO. En una esquina habia una casa, hacia la cual fuimos atraídos por la apariencia de una mujer en la puerta. Yo puedo lla–

marle dama, porque vestía una bata no abierta por detrás, zapatos y mdeias, y tenía una cara interesante, morena, y de cejas primorosamente dibujadas. Para realzar el efecto de su apariencia, ello nos <lió una cor– dial bienvenida a su casa, y a 105 pocos minutos se

amontonaba bajo el cobertizo nuestro variado equi– paje.

Después de una ligera meriE!nda tomamos nuestras

armas de fuego, y, encaminándonos hacia abajo hasta la orilla de la meseta, vimos, lo que nos habia llama– do la atención desde una gran distancia: una gigantes– ca iglesia en ruinas. Tenía setenticinco pies de fren– te y doscientos cincuenta de fondo, siendo los muros

de diez pies de espesor. La fachada estaba adornada con ornamenos e imágenes de santos, más grandes que lo natural. El techo se había caído, y en el interior había grandes masas de piedra y argamasa, y una es– pes vegetación de árboles. Fué edificada, por los es– pañoles en el sitio del antiguo pueblo indígena; pero habiendo sido dos veces destrozada por los terremo– tos, sus habitantes la abandonaron, edificando el puec– blo donde ahora existe. El pueblo arruinado se uti– lazaba actualmente como CAMPO SANTO, o ce– menterio; adentro de la iglesia se encontraban las tumbas de los principales habitantes y, en los nichos del muro estaban los restos de los sacerdotes y mon– jes, con sus nombres escritos abajo. Del lado de afue~

ra estaban las tumbas de la gente común, desatendi– das y descuidadas, con las angarillas de palos amarra– dos que habian llevado el cuerpo a la sepultura colo– cadas encima: y ligeramente cubiertas con tierra. Los cuerpos se habían podrido, la tierra estaba hundida y los sepulcros abiertos En derredor de esta escena de

desolación y muerte, la naturaleza se encontraba exce– sivamente bella; el campo estaba cubierto de flores, y

los loros en cada árbol o arbusto, volando en banda– das sobre nuestras cabezas, jugueteando en alegria de colores. con insensato parloteo perturbaban el si– lencio de la tumba.

Regresamos a la población y encontramos como a

mil doscientos soldados formados en la plaza para la revista de la tarde. Su aspecto era feroz como de ban– didos, y sentíase alivio al ver a los reos atisbando por las rejas de la cárcel, y andando encadenados por la plaza, pues esto daba una idea que algunas veces los crímenes se castigaban. Con toda su ferocidad de a– pariencia, los oficiales, montados sobre mulas cerreras o caballos muy pequeños, casi ocultos por el mantillón

y la armadura, gastaban un aire rayano en heroísmo falso. Mientras nosotros los mirábamos, el General Cáscara. comanda.nte del departamento, llegó a las fi– Jas a caballo, acompañado de un asistente. El era un

italiano, de más de sesenta afias. que había servido bjo ls órdenes de Napoleón en Italia, y que a la caída del emperador habia huído a Centro América. Desterrado por Morazán, después de ocho años de ostracismo, ha– da poco tiempo que había regresado al país habien– do sido designado seis meses antes para esta coman– dancia. Era pálido como un muerto. y evidentemente delicado de salud; y no pude sino pensar en que, si los

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