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« Previous Page Table of Contents Next Page »hasta convertirlo en pasta espesa. Las mue·hachas 10 tomaban al estar amasado, y golpeándolo ligeramente con sus manos lo convertían en tortitas planas, poniéndo_ las sobre el comal para cocerlo. Esto se repite en ca– da comida, y una gran parte de la ocupación de las mujeres consiste en hacer tortillas
Cuando llegó MI'. Catherwood las tor:l:illas ya estaban humeando, y nos detuvimos para tomar el desa– yuno. Nos dieron el único manjar delicioso que tenían. café hecho de maíz tostado, el cual, en obsequio a su bondad, tomamos. Lo miSmo que yo, MI'. Catherwood quedó impresionado con la belleza personal de este grupo familiar. Con las ventajas del traje y de la edu– caCoÍón, ellas podrían ser ornamentos en una culta ~C!
ciedad; pel'o estaba decretado de Qtro,modo, y estas JO–
venes muchachas seguirán haciendo todillas todo el resto de su vida.
Durante una hora larga seguimos caminando sobre la cima de la montaña, entrando en seguida en un cam– po más arbolado, y a la media hora llegamos a una puerta grande que estaba exactamente a través del ca– mino como una barrera de peaje. Esta era la primera señal que veíamos de un lindero individual o terri~o
rial y en otros países habría formado una entrada dIg– na de una regia propíedad; pues el macizo cerco, con todos sus postes y soportes, era de sólida caoba. El calor era ahora intenso. Penetramos en Un espeso bos– que y vadeamos una impetuosa corriente en medio de la cual se encontraban unos cerdos nada?;do. Inmt::– diatamente después llegamos a una plantaclOn de COChi– nilla. y pasamos por una larga senda espesame~te bOl– deada y sombreada con árboles y a~bustos, unldos has– ta sofocar. Salimos a un llano ablerto, sobre el cual batía el sol con poder casi intolerable; y atravesando el llano como a las tres de la tarde entramos en Gua– lán. AÍli no había ni un soplo de aire; las casas ~ la tierra parecían despedir calor. Yo er(taba confundIdo, se me andaba la cabeza, y me sentí en peli~ro de una insolación. En aquel momento hubo ,un lIgero tem– blor de tierra. No me di cuenta de el, pero me- en– contré casi subyugado por el excesivo calor y por la condensación de la atmósfera que lo acampanaba. Nos encaminamos a casa de Doña Bart.~la, pa~
1'a quien teníamos una carta de recomendaclOn, y me es imposible describir la satisfacoión con 9U€ me ano– jé sobre una hamaca. La sombra y la qUl~tud me res– tablecieron. por primera vez desde qUE; salImos de ~za
bal nos mudamos los vestidos; y tambien, por la pnme– ra ve2J, comimos. , Por la tarde dimos un paseo por el pueblo. Esta situado sobre una meseta de piedras cO~lglutinada~ o compuestas, en la confluencia de dos maJestuosos 110S,
y se encuentra circundado por una cadena de. monta– ñas. Una calle principal, las casas de un PIS? con portales al frente, terminando en un~ pla~a pubhca, en cuya parte prinoipal se levanta una IgleSIa grande con portada gótica; y frente a ella, a una distan~ia de .diez o doce yardas, estaba una cruz como .de ve.mte ple~ de altura. Los habitantes son como diez ~ll, pllnclpal– mente mestizos. Saliendo de la plaza, baJamos al Mo– tagua. En la orilla estaban consb~uyendo un bote, ca·
IDO de cincuenta pies de largo por diez de ancho, todo de caoba. Cerca de alli, un grupo de hombres y lnu– jeres vadeaban la corriente, nevando sus vestidos so– bre la cabeza; y alrededor de un promontorio tres mu– jeres se estaban bañando. No hay refer.et;lcias antiguas relacionadas cüu este lugar; pero la rustICIdad de la es– cena, las nubes, los tintes del cielo y el sol en su oca– so rliflejándose sohre las montañas, eran hermosos. Al anochecer volvimos a la casa. Exceptuando la cornn, ñía de algunos millares de hormigas que ennegrecían las candelas y cubrían todo lo perecedero, tuvimos una habitación para nosotros.
Por la mañana temprano se nos sirvió chocolate y
un pequeño bollo de pan dulce. Mientras que nos desa– yunábamos llegó nuestro aniero, reiterando su deman– da de ajuste y pidiendo tres dólares más de lo debido. Nosotros rehusamos pagarle y se retiró furioso. A la
media hora llegó un alguacil citándome de orden del alcalde. .MI'. Catrerwood, que en ese momento es– taba limpiando sus pistolas, me conso16 con la amena– za de bombardear la población si me ponían en la cár– cel. El cabildo.. o casa municipal, quedaba a un lado de la plaza. Entramos en una gran sala, uno de cuyos extremos estaba dividido por medio de una ba– randilla de madera. Adentro estaba sentado el a~calde
con su secretaría, y afuer:a el arriero, con un grupo de individuos medio desnudos como sus sostenedores. Ya había reducido su demanda a un dólar, sin duda su– poniendo que yo lo pagaría antes de tener ninguna mo– lestia. No era muy honroso el ser ejecutado por un dólar; pero le miré la cara al entrar, y resolví no pa– gal'le ni un centavo. No obstante que :ro no me atu– ve a mis privilegios como diplomátko, smo que defen– dí la acción por sus propios méritos, el alcalde fa– lló a mi favor; después de lo cual le mostré mi pasa– porte, y él me rogó entrar a la barra y me ofreció un cigarro.
Concluído este asunto yo tenía otros de mayor im– portancia. El primero era alquilar las mulas, que no pudieron conseguirse sino dos días después. En segui– da tenía que arreglar el lavado de la ropa, lo que era un asunto muy complicado, porque había necesidad de especificar qué piezas debían ser lavadas, cuáles plan– chadas, y cuáles almidonadas, y pagar separadamen– te por lavado, planchado, jabón y almidón; y, por últi– mo, traté con un sastre un par de pantalones, com– prando por separado el género, el forro, los botones y el hilo, poniendo el sastre por su parte las agujas y el
dedal.
Por la tarde bajamos otra vez al río, regresamos, y enseñamos a Doña Bartola cómo preparar el té. Por entonces todo el pueblo se encontraba en conmoción pleparatoria para la gran ceremonia del rezado a Santa Lucía. En la mañana temprano, los disparos de mos– quetes, petardos y cohetes, habían anunciado la llega– da de esta inesperada pero bienvenida visitante, una de las más santas entre las santas del calendario, y, después de San Antonio, la más celebrada por el po– der de hacer milagros. La subida de Morazán al poder fue señalada por una persecución al clero: sus amigos decían que era la purificación de un cuerpo corrompi– do; sus enemigos, que era una guerra contra la moral y la religión. El país se encontraba en ese tiempo plaga– do de sacerdotes, frailes y monjes de diferentes órde– nes. Por todas partes los edificios más suntuosos, las tierras mejor cultivadas. y la mayor parte de la rique– z'a del país estaban en sus manos. Muchos, sin duda, eran buenos hombres; pero algunos usaban sus sagra– das vestiduras como una capa de la bellaquería y del vicio, y la mayor par'te eran zánganos, que cosecha– ban donde no habían sembrado, y vivían fastuosamen– te con el sudor de la frente de otros hombres. De to– das maneras, y sea cual fuere la causa, la primera par– te de la administración de MQl'azán se distinguió pOl' su hostilidad hada ellos como clase; y desde el Arzo– bispo de Guatemala para abaio hasta el más pobre fraile, todos conían peligro; algunos huyeron, otros fueron deportados, y muchos arrancados por la ruda soldadesca de sus conventos e iglesias, llevados por la fuerza a los puertos y embarcados para Cuba y la vieja España, con sentencia de muerte si Volvían. El país quedó comparativamente abandonado; muchas de las iglesias cayeron en ruinas; otras permanecieron, pe– ro sus puertas rara vez se abrían; y la práctica y el re– cuerdo de sus ritos religiosos desaparecía poco a poco. CaTrera y sus indios, con los místicos ritos del cato– licismo injertados sobre las supersticiones de sus ante– pasados, habían adquirido una poderosa influencia so– bre los sentimientos del pueblo por el esfuerzo que ha– cían para el regreso de los rlesterrados clérigos y para el restablecimiento del poder de la iglesia. La pere~
grinación de Santa Lucía se consideraba como un in– dicio del cambio de sentimientos y de gQbierno; como un preludio de la restauración de la influencia de la iglesia y del avivamiento de las ceremonias predilectas
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