This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »CAPITULO 3
UN CANONIGO. - COMO SE ASA UNA GALLINA.- ZAPATERIA IMPROVISADA - EL RIO MOTA– GUA - BELLO PANORAMA - CRUZANDO EL RIO - LAS DELICIAS DEL AGUA - COSTUMBRES PRIMITIVAS - COMO HACER TORTILLAS - MADERA VALIOSA - GUALAN .,..... CALOR OPRESIVO. - UN TIlM.BLOR DE TIERRA - UN PASEO POR EL PUEBLO - UN ARRIERO IMPERTINENTE _. UN PROCESO - IMPORTANTES NEGOCIACIONES - UNA MODERNA BONA DEA _ COMO CONSE•. GUIR MARIDO - UN REINO DE FLORA._ .zACAPA TRATANDO SIN CEREMONIAS AL HOSPEDADOR
Antes del ~hnanecer ya estaba yo fuera de la ca–
sa Veinte o treinta hombres, arrieros y" sirvientes,
estaban dormidos en el suelo cada uno boca atriba,
envuelto en su negra chamarra, que' les cübi'Ía 'desde
la cabeza hasta los pies. Al clarear se levantaron,
Muy p'Tanto se levantó el francés), tomó chocolate, 'Y~
después' de una hora de preparativos, se puso en mar– cha. En seguida partió el' canónigo. El había cru· zado la montaña veinte años antes. en su primer arri–
bo al país, y todavía conservaba un pleno recuerdo de
sUs horrores. Partió sobre las espaldas de un indio,
en una: silla con un alto respaldo y cubierta para
protegerlo del sol. Otros tres indios lo seguían como conductores de relevo, y una magnífica mula para su alivio por si se cansaba de la silla. El indio iba en– corvado, casi doblado, pero el canónigo estaba de buen humor fumando su cigarro, y moviendo la mano has_ ta perderse de vista. Los Pavones partieron por últi.. mo, y nosotros .nos quedamos 50105.
Aún no había llegado ninguno de nuestros cria–
dos. Como a las ocho aparecieron dQs; habían dormi–
do en un rancho inmediato, ,y los otros seguido ade– lante coh el equipaje. Nosotros estábamos excesiva.. mente enojados; pero, soportando como pudimos la
incomodidad de nuestros vestidos tiesos de lodo, en.. sillamos y emprendimos la marcha.
, No vimos más de nuestra' recua de mulasj y nues~
tro arriero: del barómetro había desaparecido sin avI'\" so, dejándonos en manos de dos. substitutos.
Nuestro camino se extendi~ sobre una región mon– t.8.lÍosa, pero generalmelJ.te libre de bosque: 'Y como a
las dos horas llegamos a un conjuo to de ;ranchos denominado El Poso. Uno de nuestros criados se dirigió a una choza y se ap~ó como 'si estuviera en su casa. La mujer. de la casa lo regañó por no hal;Jer lle~
gado la noche anterior, l~ que él ásperamente ~os ach~_~
có a nosotros; y era eVld.ente que estábamos en peh–
gro de 'perderlo a él también.. Pero teníamos un asun_ to de interés' más inmediato en la falta de tiíl desayu. no.. Nuestro te y café, todo 10 que nos había queda– do después de la destrucción de nuestras proyision~s
por la pólvora, habíá pasado adelante, y por algún tiempo no pudimos conseguir pada. Y aqUÍ al prjncj· piar nuestro viaje, encontramos una escasez de vive. res mayor que la que habíamos haUado en ninguna región habitada. La gente vIvía exclusivamente de tortillas -tortas planas hechas de maíz molido, y,
cocidas sobre una tartera de _ barro - y frijoles ne–
gros. Agustin compró un pocp de éstos, pero reque–
rían varias horas, de estar en remojo ,antes de que se Dudieran comer Al fin él.logrÓ comprar una gallina, la atravesó con una vara, y la ahumó sobre el fuego, s:n aderezos de ninguna clase, la que, con tortillas, haría una buena comida para un sistema de dieta penitenciaria. Según lo que nos;otros esperábamos,
nuestro arriero principal no pudo arr~ncal'se del lugar; pei'ó, como marido sumiso, envió, con el único que ha–
hía quedado, un amoroso mensaje para su mujer en Gualán.
En el momento de la partida, el sirviente que nos quedaba dijo que no podría seguir hasta que hubiera hecho un par de zapatos, y nos vimos obligados á es· peral'; pero no le tomaron mucho tiempo. Parándose sobre un cuero sin curtir. marcó la medida de sus pies
Con un pedazo de carbón. los cortó COn su mache l e, les hizo los agujeros convenientes. y, pasando una ca. l'rea de cuero por debajo del empeine, alrededor del
talón, y entre el dedó gordo del pie y :él que le si–
gue, ya estuvo, calzado.
De 1;luevo nuestL;o camino se extHm9.e sobre una cOndena de elevadas montañas, .con un valle a cada 'la_ do, A lo lejos se velan helnlosas ,.laderas y~rqes y
ornamentadas con pinos y ganados pastando en ellas,
J6 qué nos hacía recordar el paisaje de un par<tue in– glés. A menudo presentábanse 'p3J;ajes, los cuales en nuesb'o país se habl'fan escogido' como lURares para viviendas,. y embellecido, por' el arte y por el gusto. Y
esta era lUla tierra de perpetuo verano; las ráfagas :de invierno r,un~a llegan hasta ella; pero, a pesar de tóda su dulzuhl y su belleza, estaba triste 'y desolada. A las dos de la tarde comenzó él 'llover; al cabo de una hora aclaró. y desde la elevada cordillera divisa–
mos el Río Motagua, uno de los más esnléndidos en Centro América, ·moviéndose majestuosamente a tra~
vés del valle a· nuestra izquierda. Descendiendo por un áspero y precÍpitado:sendero, a las cuatro de)a tarde llegamos a la ribera directamente al lado opues– to de Encuentros. Era este uno de los más hermosos panoramas -que yo jamás había contemplado: en todo el derredor habia' gigantescas montañas, y ;el} río, an–
cho y profundo, moviéndose por entre ellas cón la fuerza de un poderoso to1'l'ente.
En la ribera opuesta estaban urras cuantas casas y
dos o tres canoas echadas en el agua; pero ni un solo individuo a la vista. Por medio de fuertes gritos hici– mos llegar a un hombre a la orilla, quien entrando en una canoa 1a puso a flote; inmediatamente fué arras– trado lejos por la corriente; pero, .aprovechándose de un reflujo del a~un, logró llevarla hasta el lugar don– de DOS encontrabamos. Nue~tro equipaje, las sillas, bridas, y otros atreos de las mulas. fueron puestos a bordo, y nos enbarcamos. Agustín sentóse en la po– pa, agarrando el cabestro de una de las mulas, y c.on~
duciéndola· como a.'un pato de reclamo; pero las res– tantes no estaban dispeustas a seg)lil"la. El arriero las hizo entrar con el agua hasta el pescuezo, pero retro– cedieron a la playa. Varias veces, arrojándoles palo~
y piedras logró que entraran. como antes. Por últi.ri:lo se desnudó, y, vadeando hasta la altura de su pecho, con una vara de dlez o doce pies de largo, logró llev~
las toóas a flote y en ,lIDa fila al alcance de suvara. Cualquiera de eUas que retrocedi~ hacia la playa,reci–
bía un golpe en la nariz, y al fin toda$ fijaron la cara con dirección a la opuesta orilla; sus pequeñas cabezas era todo lo que nosotros podíamos mirar, apuntando
directaI'l1ente de t~aVésj' pero arrastpidas por la <;0–
rriente. Una fue lmpe Ida más abaJO que las dernas;
y, cuando vio a sus compañeras saltar en tierra, lanz~
un grito de espanto y por poco se ahoga en su lucha por alcanzarlas.
Durante todo este tiempo nosotros estuvimos sen_ tados en la canoa, can el sol batiendo sobre nuestras cabezas. En las ú1timas dos horas habiamos sufrido excesivamente por el calor; nuestras ropas estaban sa_ turadas de sudor y endurecidas por el barro, y esperá_ bamos en adelante casi cOn arrobamiento un baño en
el Moiagua y e~ cambio de ropa interior. Saltamos en tierra y nos encaminamos a. la casa en donde pasa~
rfamos la noche. Estaba repellada y encalada, y a– dornada con listas coloradas en forma de festones; y al frente había un cerco formado con largas cañas, de. seis pulgadas de grueso, rajadas en dos; la apariencia era del todo favorable. Para nuestro nlayor enfado, nuestro equipaje babia seguido adelante hasta un ran· cho tres leguas más allá. Nuestros arriel'os rehu-
19
This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »