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« Previous Page Table of Contents Next Page »Nosotros nos detuvimos para dejarlos pasar; y
cruzando la corriente, caminamos una corta distancia sobre un camino plano, pero con el fango arriba de las cernejas; mas cortando una vuelta volvimos a la
corrienle nosotros mismos en lnedio de la caravana. Las ramas de los árboles se unían sobre nuestras ca~
bezas, y el lecho del arroyo era tan quebrado y pe_
(Ilegoso que las mulas constantemente tropezaban y
caían. Dejando esto y siguiendo para adelante el ca_ mino como antes, al cabo de una hora llegamos al pie de la montaña. El ascenso empezó muy pendiente y
VOl' un camino extraordinario. Era éste un estrecho hananco, gastado por el paso de las mulas y por el
agua de los ton'entes de la montaña, tnn hondo que sus lados eran más altos que nuestras cabezas, y tan angosto que apenas podíamos caminar sin tocarlos. Toda nuestra caravana andaba de uno en uno a través de estos cenagosos desfiladeros, los arrieros dispersos entre ellos y arrJba sobre la orilla, desenredando a las mulas cuando se trababan, levantándolas cuando catan, aneglánctoles las cargas, maldiciendo, gritando y azo w tándolas. Si uno se paraba, todos los de atrás que· daban bloqueados, e imposibilitados para regresar. Cualquier repentino sobresalto nos olldmía contra las
paredes del barranco, y no era pequeño el peligro de resultar Con una pierna molida. Al salir de este des–
filadero nos encontramos oll'a vez en medio de pro– fundos atolladeros y salientes raíces de árboles, con
la dificultad adicional de un escarpado ascenso. Los i1rboles, además, eran más grandes, y sus raiees más altas y de mayor extensión; y, sobre todo, el árbol de caoba echaba hacia fuera sus gigantescas raíces, arri–
ba del tronco y piramidales, no redondas, como las raf–
ces <le otros árbo1es, sino rectas, con puntas agudas, atravesando las rocas y las rafees en derredor. Era el final de la estación lluviosa; los fuertes aguaceros que habíamos sufrido en el mar, habían inundado la mono taña. y ésta se encontraba en las peOl'es condiciones para pasarla; algunas veces no se puede pasar de nin– gún modo. Durante los últimos pocos dias no habia llovido; pero apenas nos felicitábamos por nuestra bue~
na suerte de tener un día claro, cuando la selva se obscureció y comenzó a llover. El bosque era de im~
penetrable espesura; y allí no había vistas salvo Ja de la detestable senda ante nosotros. Durante cinco ini~
terminables horas fuimos avanzando penosamente en
medio de atascaderos, estrujados en las zanjas, gol· peados contra los árboles, y cayendo sobre las rafces;
cada paso requería cuidado y gran esfuerzo físico; Y.
a mús de esto. yo presentía que nuestro vergonzoso epitafio podría ser: "arrojados de cabeza por una mula, saltada la tapa de los sesos sobre el tronco de un Al'– bol de caoba. y sepultados entre el fango de la Mon_ taña del Mico". Intentamos andar a pie, pero las ro_ cas y raíces eran tan resbaladizas, los atascaderos tan hondos, y las subidas y bajadas tan difíciles que nos fué imposible continuar.
Las mulas iban solamente con media. cal'ga, y aún así varias se inutilizaron; el látigo no pudo hacerlas mover; y apenas pasaba una sin caerse. De las de nuestra partida, la mía cayó primero. Juzgando que no podría salvarla con la rienda, por un esfuerzo que
puso en tensión todos mis nervios me levanté retiran– dome de sus lomos, y salté libre de las raíces y los
árboles pero no de fango; y me había escapado de un riesgo mayor: mi daga salida de la vaina estaba ller– pendicular, con la cacha entre el fango y con un pie desnudo de la hoja. MI'. Cathel'wood fué lanzado con
tal violencia, que por unos momentos, sintiendo el des–
amp31'o de nuestra condición, me quedé horrorizado Mucho antes de esto él había interrumpido el silencio 1,ara proferir una exclamación que parecía salir del fondo de su alma, que, si él hubiera sabido de esta
Umontaña", yo podía haber venido a Centro América solo; en caso que yo hubiera tenido alguna tenden~
cia a sentirme algo orgulloso por los honores que reci– bí en Belize, aquí fuí humillado por este camino real pal a mi capital. A poco rato la mula de Agustín ca-
yó patas arriba; él sacó los pies de los estribos e inten· tó resbalarse pera atrás; pero la mula rodó, y le dejó debajo de la pierna izquierda, y, a no ser por sus pa~
tadas yo habría pensado que todos los huesos de su cuerpo estaban rotos. La mula pateaba peor que él; pero se levantaron juntos. y sin ningún daño excepto el del tango, el cual, si antes sólo eran manchas, ahora parecia un repello en toda forma.
Avanzábamos penosamente hacia la cumbre de la montaña, cuando, en una vuelta inesperada, nos encon_ tramos con un solitario viajero. Era un hombre alto, de tez morena, con un sombrero de Panamá de ala an_ cha, enrollada en los lados hacia an'iba; una chaque– ta guatemalteca de lana listada ribeteada de abajo' pan– talones cuadriculados, polaina.s de cuero, espueias y
espada; venía montado en una magnifica mula con una silla de pico alto y las cachas de un par de pisto– las de cnballería asomando en las pistoleras. Su ros– tro estaba cubierto de sudor y de fango' su pecho y
piernas estaban salpicadas y su costado' derecho' era una completa encostradura' en un todo su apariencia era terrible. Pareció sorpl:endido de eilcontrarse con algun? en .tal ~amino; y. para nuestra sorpresa, nos saludo ... t;'n mgles. El J1abía emprendido la marcha en
c?mpam~ de unos ameras y unos indios, pero los ha–
bla perdido en una de las vueltas de la selva, y esta– ba bu~calldo su camino solo. Habla atravesado la montana por dos veces antes, pero jamás la había en– contrado en }}eor estado; ya habia sido deribado dos veces; una vez su mula rodó sobre él, y por poco lo despachrurra; y ahora ella iba tan asustada que ape– nas podía. lograr que ~aminara. Se apeó, y la temblo~
rosa bestia y su propiO estado de agotamiento confir_ 1l'aban todo cuanto él habia dicho Nos pidió aguar– diente, vino, o agua, algo para reanimarse' pero des· gracia5lamente, nuestras pl:ovisiones iban 'adela~te, y
para el regresar un paso, nl pensado. Imagínese nues~
tra sorpresa, cuando, con los pies sepultados entre el lodo, nos refirió que había permanecido dos años en
Guatemala "negociando" el establecimiento de un ban..–
co. Recién venido como estaba yo de la tierra de los
bancos, casi pensé que intentaba buslarse de mí' pero él no parecía estar de humor para chanzas y pa~a be..
neficio de aquellos a quienes atañe como u~a eviden– cia de incipiente progreso, puedo dedr que él ya te–
nía asegurado el establecimiento cuando rodó por el fango, y que a la sazón Se encontraba en viaje rumbo a Inglaterra para vender las acciones. Nos dijo ade– más, lo que mejor se avenía con la escena, que Carre.. l'a había marchado sobre San Salvador, y que diria.. mente se esperaba una batalla entre él y Morazán. Pero ninglmo de nosotros tenfa tiempo que per.. der¡ y separándonos, aunque algo de mala gana casi tan precipitadamente como nos habIamos encontrado, continuamos nuestro ascenso. A la una de la tarde. para nuestra indecible satisfacción, llegamos a la cima de la montaña. Aquí encontramos un claro como de doscientos pies de diámetro, hecho en beneficio de los arrieros a quienes cogía la noche; en diferentes luga– rs había montones de cenizas y pedazos de troncos quemados, los restos de sus fuegos. Este era el úni ... ca lugar de la montaña al cual el sol podía llegar y aquí el suelo estaba seco; pero la vista quedaba limi..
tada por el claro.
. Nos apeamos y habríamos merendado, pero no te.. mamas agua para beber; y. después de unos pocos mi– nutos de descanso, reanudamos nuestro viaje. El des– censo era tan mato como la subida; r en vez de dete~
Hernos para dejar a JtlS mulas respu:.:1l', como habían
ell~s hech~ en el ascenso, los arrieros, por lo visto, paw reclan ansIOSOS de vet' en cuan corto tiempo podían hacerles rodar para abajo de la montaña. En uno de los más fangosos desfiladeros quedamos encerrados por la cníúa de una mula adelante y por el tropel so~
bre 110501..105 d(~ todas las de atrás; y en el prímer lu_ gar adecuado,
fl()S detuvimos hasta que pasó toda la
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