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padre. Sin hacer ninguna pregunta; u olvidando POI' completo el asunto, presuponíamos que el barco habria hecho las provisiones necesarias para los pasa– jeros; pero, con gran sorpresa nuestra, supimos que, el bote no proporcionaba nada, y que esperaba que los

pasajeros cuidasen de sí mismos. El padre habla cs–

1ado tan ignorante y descuidado como nosotros; pero algunos buenos amigos católicos, a quienes él había casado o cuyos hijos había bautizado, le habían envia– do a bordo dádivas de varias clases, Y. entre otras co– sas -raro equipaje para un viajero- una jaula llena

dé pollos. Nosotros felicitamos al padre por su bue–

na suerte de tenernos con él, y a nosotros mismos por tal tesoro como Agustín. Yo debo mencionar, entre paréntesis, que, en medio de la hospitalidad del Co– ronel M'Donald¡ Mr. Catherwoo'd y yo exhibimos qui–

demasiado del antiguo viajero. Cuando estábamos comiendo el último dia, Mr, C. fué llamado de la mesa para vigilm' la remoción de un poco de equipaje, poco después fuí llamado )'0; y, afortunadamente para el Coronel !\-''l'Donald y para el crédito de mí país, en– contré a 1\11'. C. em·ollando tranquílamentc, para re– gresarla a Nueva York, una ampUa capa azul perte– neciente al coronel, pensando que era mía. Regresé a la mesa y hablé a nuestro anfitrión del peligro en que había estado, añadiendo que yo tema alguna duda con respecto a un saco grande de lona para acostarse

que había encontrado en' mi cuarto, y, presumiendo

que fuese uno que me babía prometido el Cap~tán

Hampton, lo había puesto a bordo del bote, pero este también, resultó ser propiedad del Coronel M'Donald,

y el que por muchos anos le había llevado su cama de campo. El resultado fué, que el coronel insistió en que lo tomásemos, y estoy temiendo que estará bien gastado por el uso antes que 10 haya recibido otra vez. El lector inferirá de todo esto que Mr. C. y yo, con la ayuda de Agustín, estábamos a propósito para viajar en: cualquier país.

Pero volvatnos a nuestro relato. Era un hermo– so día. Nuestro rumbo se dirigía casi al SUl~, directa– mente a lo largo de la costa de Honduras. En su úl– timo viaje Colón descubrió esta porción del Continen– te de América pei'o sus fteseas bellezas no pudieron atraerle hacia' la playa. Sin desembarcar continl.!ó hasta el Istmo de Darién, en busca de aquel pasaje para la India que era el blanco de todas sus espe– ranzas, pero que estaba determinado que él nunca 10 veda.

Los botes de vapor han destruido algunas de las más placenteras ilusiones de mi vida. Fuí precipita– do al Helesponto, pasé Sestos y Abidos, y el Campo de Troya, bajo el esu'épito de una máquina de vapor; y él hirió la raíz de todo el romance enlazado con las aventuras de Colón para seguir su huella, acompañado del estépito del mismo palpitante monstruo. Sin em– bargo esto era muy agradable. Nos sentamos bajo un toldo;' el sol estaba intensamente ardoroso, pero noso– tros nos encontrábamos protegidos y teníamos una brisa refrescante. La costa asumía una apariencia de grandeza y hermosura ~ue rcalizaba mis ideas de las regiones tropicales; Mas adelante se veian ele– vadas montafias, cubiertas hasta la cima de perpetuo verdor, algunas aisladas, y otra,s formando cordille– ras, más y más elevadas, hasta perderse entre las nubes.

A las once del día avistamos Punta GOl'da, una colonia de indios caribes, como a ciento cincuen– ta millas hacia abajo de la costa, y el primer lugar en el cual yo había ordenado al cap'ltán que se detuvic– se. A. Il\edida que nos aproximabamos vimos lIn cla– ro abierto a la orilla del agua, con una hilera de ca– sas bajas, gue me recordaron un claro de nuestros bosques en la patria. No era más que un punto en: la extensa línea de costa; de ambos lados había árbo– les primitivos. Atrás se elevaba una extraordinaria montaña, aparentemente partida en dos, semejando el lomo de un camello de <los gibas. Como el bote viró hacia el 1ugal', donde jamás un bote de vapor había antes estado, todo el pueblo se puso en conmoción:

las mujeres y los nifíos conl."fan por la ribel'a, y cuatro hombres bajaron al agua y salieron a encontrarnos en

una canoa.

Nuestro compañero de b:avesía, el padre, durante

Sll estancia en Belize, había tenido relaciones con mu– chos de los caribes, y, en cierta ocasión. invitado por su jefe, había visitado una colonia con el propósito de casar y bautizar a los habitantes. El nos preguntó si no tendríamos inconveniente en que aprovechase la

oportunidad para hacer aquf ]0 mismo; y, como naso...." tras no teníamos ninguno, en el momento del desem– barque apareció sobre cubierta, con una palangana grande en una mano, y un bien repleto pañuelo de bolsillo en la otra, que contenía sus vestimentas sa– cerdotales. Anclamos a corta distancia de la playa Y

nos dirigimos a Herra en el pequeño bote, Desembar– camos al pie de una ribera como de veinte pies de altura, y, al subir a la cumbre, nos encontramos a la vez, bajo un ardiente sol, entre la magnificencia de la vegetación tropical. Además del algodón y el arroz, el

CAHOON, el banano, el coco, la piña, la naranja, el li–

món, el plátano, y muchas otras frutas que nosotros no conocíamos ni aun de nombre, crecían con tal exu– berancia que su solo perfume era opresivo. Bajo la sombra de estos árboles la mayOl' parte de los habi– tantes se encontraban reunidos, y el padre inmediata– mente dió la noticia, a modo de al por mayor que él

había llegado para casarlos y bautizarlos. Después de una breve consulta fué seleccionada una casa para la ejecución de las ceremonias y Mr. Catherwood y yo, bajo la dirección de un caribe que habia pescado un

poco de inglés en sus expediciones en canoa hasta Be– lize, dimos un paseo por la colonia,

Esta se compone como de quiniento~ habitantes. Su lugar de nacimiento era en la costa del mar, abajo de Truxillo, bajo el gobierno de Centro América; y habiendo tomado parte activa contra Morazán; cuando su partido llegó a dominar, ellos huyeron a esta re– gión, quedando dentro de las fronteras de la autoridad británica Aunque vivian apartados, como una tr~bu

de caribes, no mezclando su sangre con la de sus conquistadores, estaban completamente civilizados; re– teniendo, sin embargo, la pasión indígena por las cuen– tas y ornamentos. Las casas o chozas estaban cons– truidas de palos de casi una pulgada de grueso, sem– brados a plomo en el suelo, amanados uno a otro con cuerdas de cort>:"za, y techadas con hojas de COHOON~

Algunas tell[an divisiones y tarimas hechas de los mismos materiales; en cada casa había una hamaca de pita y una imagen de la Virgen o de algún santo tu– telar; y nosotros quedamos sumamente impresionados con el gran progreso alcanzado en la civilización por estos descendientes de canibales, los más feroces de las tribus indígenas que los españoles encontl"aron. Las casas se extendían a lo largo de la ribera, al–

guna distancia aparte; y el calor era tan: opresivo que, antes de llegar a la última, estuvimos a punto de regresar; pero nuestro guía nos animó para ir a var a "una vieja", su abuela. Nosotros le acompañamos y la vimos. Era muy anciana; nadie sabía su edad, pero era considerablemente de más de cien años; y, lo que le daba mayor interés a nuestros ojos que la circuus– taucia de ser la abuela de nuestro guía, era que ella procedía de la isla de San Vicente, )a residencia de la más indomable porción de su raza; y ella jamás había sido bautizada. Nos recibió con una 50n118a idiota; su figura era encogida; su cara arrugada. marchita y per– versa; y parecía como si, en SU juventud, se hubiese gloriado danzando en un festín de carne humana. Regresamos y cncontramos a nuestro amigo, el padre, ataviado con el contenido de su pañuelo de bolsillo, enteramente como un respetahle sacerdote. A su lado se encontraba nuestra palangana del bote, llena de agua bendita, y en su mano un devocionario. Agustín estaba de pie, sosteniendo el cabo de una can– dela de sebo.

Los cal'ibes. como la mayor parte de los indios de Centro América, han recibido las doctrinas del cris– tianismo como les fueron presentadas por los sacer-

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