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« Previous Page Table of Contents Next Page »CAPITULO 19
ELIDO FLORES - EL RJO SAN JUAN --; SOLEDAD DE LA NATURALEZA - COCINA PRIMITIVA_ EL PUERTO DE SAN JUAN ...... TRAZO DEL GRAN CANAL PARA UNIR EL OCEANO ATLANTICO CON EL PACIFICO ...... NICARAGUA _ EL TRAZO DEL CANAL ...... EL LAGO DE NICARAGUA _ PLA· NO DEL CANAL - LAS ESCLUSAS - ESTIMACION DEL COSTO - ESFUERZOS ANTERJORES PARA CONSTRUIRLO - SUS VENTAJAS - LA HOSPITALIDAD CENTRO AMERICANA _ TIERRA CA-
LIENTE - LOS HORRORES DE LA GUERRA CIVIL
Me levanté como una hora antes de amanecer, y
al clarear el día ya estaba montado Les dimos agua
a nuestras mulas en el Río FIOl'es, .linea divisoria en– tre los Estados de Costa Rica y Nicaragua. En una
hora llegamos a Skamaika, nombre dado a una sola choza ocupada por un negro, enfermo y solitario Es_
taba tendido s()bre un catre hecho de palOS, verdadera
imagen de la miseria y la desolación, convertido en es_ queleto por los fríos y calenturas. Inmediatamente después llegamos a otra choza, donde dos mujeres se hallaban' enfermas con fiebre Nada podía ser más
miserable que estas chozas a 10 largo del Pacífico.
Ellas me pidieron remedios, y les dí un paGo de qui– nina, mas con poca esperanza de que se beneficiaran nunca con ella Probablemente todos, el negro y ellas estarán ahora en la tumba
A las doce del día llegam()s al Río San Juan, cuya desembocadura era el punto en que debería terminar el gran cmlal El camino para Nicaragua atravesaba
la corriente, y el nuestro la seguía hasta el mar, es– tando el púerto situado en la embocadura Todo nues– tro camino había sido bastante desolado, pero éste so– brepasaba en mucho a cualquiera de los que yo había visto; y cuando miré la insignificante vereda que con.,. ducía a Nicaragua, sentí como si estuviéramos salien– do de un gran camino real. El valle del río es como
de cien yardas de ancho, y en la estación lluviosa to_ do se llena de agua; pero ahora la corriente era escasa, y una gran· parte de su lecho, estaba seca Las pie_ dras estaban, blanqueadas por el sol, y no hab,ia rastro ni señal qll.e diera el más ligero indicio de algún paso Muy pronto este lecho de locas se estrechó y desapare– ció; el rjo corlía a través de un terreno diferente, y altas hierbas, arbustos y matorrales crecían frondosa~
mente sobre su,; riberas Buscamos alguna huella en ambos lados del río, y era evidente que desde la últi– ma temporada de lluvias ninguna persona había pa– sado por allí. Al salir del río, los matorrales eran más altos que ;nuestras cabezas, y tan tupidos que a cada dos o tres pasos me quedaba yo enredado y detenido; por último desmonté, y mi guía abrió un sendero de a pie para mí con su machete Pronto dimos otra vez con la corriente, la cruzamos, y penetramos en la mis_ ma densa m~sa del lado opuesto De este PIado con_ tinuamos pOl' casi dos horas, co~ el río como nuestra línea. Lo cruzamos por más de veinte veces, y cuan~
do era poco pro{undo caminábamos sobre su cauce Más abajo el valle era abierto, pedregoso_ y estéril, y el sol batí!!. sopre él con prodigiosa fuelza; bandadas de zopilotes o auras, apenas perturbados por nuestra aproximación se alejaban con tardo paso, o con pe– rezoso aleteo, y se subían a una baja rama del ál bol más cercano.En cierto lugar un hervidero de feos pa_ jarracos tenían un festín sobre el Cllel po muerto de un caimán. Los pavos silv~stres eran ,más nume_ lOSaS de los que habíamos visto antes y tan mansos que yo maté uno con pistola. Los venados nos mi– raban sin temor y a cada lado del valle, grandes monos negros andaban sobre las copas de los árboles, o sen~
tábanse tranquilamente sobre las ramas para mirar_ nos. Al cru'!ar el río por última vez, el cual se hacía más ancho y profundo hasta desembocar en el Paci_ fico, penetramos al bosque a la derecha, y llegamos a la primeIa estación de Mr Bailey; pela se hallaba cubierta. de tiernos i!rboles y malezas, el bosque era más tupido que antes, y 'el paso enteramente indistin– guible Yo había leído I elatos, papeles y folletos- so-
bre el asunto del gran canal, y esperaba, por lo me– nos, encontrar algún c~mino para el puerto; pero el desierto de Arabia no es más desolado, y la huella de los Hijos de Israel p~ra el Mar Rojo, un camino pú_ blico comparado con él.
Mi hermosa parda, degradada a la categoría de mula de carga, rabiaba bajo el peso; y aquí estorbada y tirada hacia un lado y hacia el otro, se le aflojaro~
las cinchas de la silla, la carga se le ladeó y entonces se lanzó ciegamente hacia adelante dando coces y se metió entre los matorrales Se lastimó el lomo gra– vemente, y se puso del todo amedrentada; pero. nos vimos obligados a cargarla de nuevo, y, por fortuna, estábamos casi al final de nuestro día de viaje A la orilla del bosque llegamos a un arroyo, el úl_ timo donde se podía obtener agua potable, y llenan– do nuestra calabaza, entramos en una llanura cubier– ta de altas hierbas 1\1 frente había obo poco de ar– bolado, y a la izquierda el Río San Juan, ahora una gran coniente, desembocando en el Pacífico En po~
cos minutos llegamos a un pequeño claro, tan cerca de la playa que las olas parecían romperse a nuestros pies Atamos nuestras mulas a la sombra de un ár.. bol corpulento a la orilla del claro El sitio del ran_ de Mr Bailey estaba. sobre una eminencia inmediata pero apenas qued~ban vestigios; y aunque dominab~
una espléndida vista (lel puerto y del mar, era tan ca– luroso bajo el sol de la tarde, que estableCÍ nuestro campamento debajo del árbol corpulento Colgamos de sus ramas nuestras sillas, mantillonef;! y nuestras armas; y mientras Nicolás y José recogían leña y ha· cían fuego, yo «ncontré, lo que siempre era la parte más impOl tante y satisfactoria del día de camino, ex– celente pastm a para las mulas.
La siguiente cosa era cuidar de nosotros mismos No tuvimos ninguna molestia en decidir lo que ha– blÍamos de comer. Hab,iamos hecho provisiones, según suponíamos, para tres días; pero, como de costumbre, siempre acontecía que, a pesar de la abundancia, no duraban más que uno Por el momento ya todas ha_ bían sido comidas por »osotros o POl las sabandijas; y, si no hubiera sido por el pavo silvestre, nos habría– rrios visto en la necesidad de tomar solo chócolate Fué un asunto de profunda e interesante meditación có– mo cocinaríamos el pavo Hi:I;viéndolo sería el mejor modo, pero nosotros no teníamos nada para hervirlo, excepto una pequeña cafetera. Intentamos hacer una parrilla con· nuestros estribos para asarlo; pero los de Nicolás eran de madera, y solo los míos no eran su– ficientes Asarlo era un largo y tedioso procedimien– to; pela nuestro guía se había visto a menudo ell ta~
les aprietos; y clavando en el suelo dos palos con hor– quillas, les puso otro atravesado, abrió el pavo y, a– segurándolo ron palos en forma de cruz, lo colgó flente a un flamante fuego como una águila extendida Cuando estuvo chamuscado de un lado lo volteó del otro Al cabo de una hora ya estaba cocinado, y en menos de .cliez minuto.s devorado Una taza de chocolate, lo su– ficientemente grande para evitar que se elevara si lo hubiéramos comido con todo y alas vino en segui– da, y terminado el almuerzo
Ya descansado y refrescado, bajé a la playa Nues~
tro campamento quedaba casi en el centro del puer~
to, que era el más espléndido que :vi sobre el Pacifi~
ca Este no es espacioso, pero está hermosamente protegido, teniendo casi la forma de la letra U Los brazos son elevados y paral~los, extendiéndose casi
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