Page 134 - RC_1968_12_N99

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ido al salu la luna y que le había Oldenado que lo si· guiera Por fin quedamos en que iría a alcanzar a su padre para hacerlo regresar; pero quizá su padre no vendria Insisti hasta llegar a este punto y en seguida fuí más indiferente. Después de todo ¿qué era lo que yo esperaba? Nicolás me dijo que podríamos hacer la" val' nuestras ropas en Nicaragua. DándOlue un paseo al aire libre resolví que era un tontería pelder la oca– sión de examinar el tr azo de un canal por la bella de Guanacaste ApresUl é mis preparativos y me despedí de ella, debo decirlo, con un adiós muy cariIloso No

abrIgo ni la más mínima esperanza de volverla a ver jamás Viviendo en una apal tada población, ignOlada más allá de los liimtes de su propio desconocido Esta– do entre los Andes y el océano Pacífico, probablemen– te 'a esta hOla ya será la esposa feliz de algún digno vecino, y habrá olvidado al extranjero que debe a ella algunos de los más dichosos momentos que pasó en Centro América

y ahora ya estábamos en pleno día Era muy ra– ro que yo abandonara un lugar con tanta pesadumble; pero converti mi tristeza en cólera, y la descargué ~o_

bre Nicolás y sobre el guía El viento estaba muy ViO–

lento y soplando sobre la glan planicie, levantaba ta_ les nubles de polvo que hacían la caminata desagl ada·

ble y difícil Esto debla haber tenido algún efecto

en restablecer mi ecuanimidad, pelo no fué así Todo el día tuvimos a nuestra derecha la gl an fila de Col'~

dilleras y coronádolas en este punto, los imponentes

volcane~ de Rincón y Orosi Desde allí una vasta lla~

nUla que se extendía hasta el mar y sobre la cual el viento· soplaba furiosamente A la una de la tar de llegamos a la vista de la hacienda de SalIta Telesa, situada sable una gran elevación, y todavía con un largo camino a nuestro frente La hacienda era plO~

piedad de don Agustín Gutiérrez, de San José, y, con otras dos estaba al cuidado de su hijo don Manuel Una cart~ de su padre le había avisado de mi llegada, y él me recibió como a un viejo conocido La situa_ ción de la casa era más hermosa que ninguna de las que yo había visto Era elevada, y dominaba la vista de una inmensa llanura, tachonada con ál boles en gru_ pos y en floresta El océano no ela visible, pero PU

v

dimos ver la costa frente al Golfo de Nicoya, y la pun–

ta del puerto de Colubre (Culebra), el más bello del

Pacífico solamente a tres y media legus de distancia La haci~nda contenía unas mil yeguas y cuatIocientos caballos, más de cien de los cuales se veian desde ]a pueI ta Era lo bastante grande para dar a su dueno las ideas de un imperio Al atardecer conté desde la puel ta de la casa diez y siete venados, y don Manuel me contó que él tenía un contrato para co_nseguir dos

mil pieles En la ~empo~ada un buen cazador !Ogl a veinticinco en un dla NI aun los labradores qUIeren comerlos y únicamente los matan por el cuero y los cuernos ' El tenia cualenta mozos, y cada día mata– ban un buey Inmediato a la casa había un lago al_ tifiClal, de más de una milla de circunferencia, cons_ truido para abrevadero del.ganado Y cOf!- todo eso los propietalios de estas haCiendas no son ncos; el íe_ nena no vale absolútamente nada. Todo el valor lo constituye el ganado: y abonando a diez dólares pOl cabeza por los caballos y las yegua~, p~obablem~I?-te

daria el precio total de esta, en aparIenCIa, magmfICa

propiedad.

AqUÍ, también, yo. pOdl Ía haber pas~do un~ s~ma­

na con gran satisfacclOn, pero a la ma.nana SigUIente reanudé mi viaje Aunque ela el comienzo de la es– tación seca el terreno estaba abrasado y los aH oyos se habían 'desecado Nosotros llevábamos una glan calabaza eon agua y parándonos a la sombra de un árbol, echamos nuestI as mulas al llano Y nos desayu– namos Yo caminaba por delante, con mi poncho agi_ tado por el viento, cuando ví que felozmente me mi_ l aba una pat tida de novillos que se habían detenido y que enseguida se precipitaron con furia SObl e mí Pen_

sé en huh, mas recordando las cOlridas de toloS en Guatemala, me quité el poncho y, cuando apenas me había amparado tras una roca, la manada entera pasó atlopelladamente frente a mí PIoseguimos nuestra l uta, mirando el Pacifico de vez en cuando, hasta que llegamos a un daro y abiel to paraje, completamente plotegido contra el viento y llamado la Boca de la Montaña ele Niral agua Ya había acampado allí una gran caravana, y entIe los afliclos halló Nicolás co– nocidos de San José Sus cargas se componían de pa· pas, pan dulce y dulces para NicalagUa

Por la taIc1e subl a la cumbre de una de las coli– nas y gocé de una espléndida vista de la puesta del sol Sable la cumbre el viento soplaba con tanta fu– lia que me ví obligado a guarecelme a sotavento A–

trás de mí quedaba la gran fila de cOl'dillelas, a cuyo largo habíamos cabalgado todo el día, con sus volca– nes, sobr e la izquíerda los promotolios de las bahías de Tal tugas y Salina, y al frente la gran masa del Océano Pacífico, y lo que ela un espectáculo suma– mente agladnblf' pala un viaiero, mis mulas estaban hasta las lodillas entre la hiel ba Regresé al campa– mento y me encontré con que mi guía me había hecho una casita para dormir Estaba fOlmada con dos pa– los cortados como de cuatro pies de altura, y tan grue– sos como el brazo de un hombre, y clavados en tierra con una 1101 quilla en la punta Puso sobre las hor_ quillas abo palo. y en seguida arlÍmó a éste otros ses_ gados, entretegiéndoJos con hojos y con ramas pal a ploiegelme del seleno, y como mediana defensa COll–

tra el viento

Jamás tuve un cliado en Centro Amélica que no fuera inhümano con las mulas lVle veía en la necesi dad de atender yo mismo a su pastura, y también a cuidar que sus lomos no fueran lastimados por la silla A mi macho siempl e yo mismo 10 ensillaba Nicolás había ensillado tan mal el día antelior a la mula de carga, que cuando le quitó el apparecho (una enOlme silla que cubre la mitad de la bestia), tenía el brazue– lo desollado. y por la mañana al solo señalarla se en– cogía como si la tocal an con un hierro candente Yo no' estaba dispuesto a poner sobre sus lomos el appa– lecho, y traté de alqüilar una mula a uno de los alrie_ lOS, pero no lo conseguí, y, colocando la c.arga sobre la otra mula, hice que Nicolás Se fuera a pIe. dejando eammar en libe! tad a la de cal ga Abandoné el appa–

1 echo en la boca de la montaña: un gran acto de disi~

pación¡ COllÓ Nicolás y el guía 10 consideraron SClpenteamos por una eoIta distancia entIe las lomas que nos circundaban, subimos una pequeña ex– tensión y descendimos directamente a la playa del mal Siempi'e me sentía muy conmovido al tocar en las pla– yas del Pacifico y nunca lo estuve tanto como en este desolado lugar ' Las olas se movían majestuosamente, y se rompían con solemne estruendo Las mulas es– taban ~spantadas, y mi macho se apartaba de las, olas Yo lo espoleaba para adentro, y en los momentos en que me echaba en los bolsillos algunas conchas que Nicolás había recobido, se escapó Ya lo había inten– tado antes en el bosque varias veces; y ahora, aprove– chando la ocasión, le di todo el alcance de la costa Seguimos casi durante una hora por la playa, mientr as que Cl uzamos un elevado y es~abroso promontorio. v bajamos otra vez al mar. Cuatro veces subimos pro– montorios y otras tantas descendimos a la playa, y el calor se nos hizo casi intolel abIe El quinto as– censo era empinado, pero llegamos a una meseta cu– bíer ta por una tupda floresta, a través de la cual pro_ seguimos hasta salir a un pequeño clalo con dos cho– zas Paramos en la primela, que se hallaba ocupada por un negro y su mujer El tenia abundancia de maíz, había allí cerca un buen potrero, tan bien cerca– do por el bosque, que no había peligro que las mulas se escapman, y pagué al hombre V a la mujer pata que dUImielan al aire libre, y dejaran la cabaña para mi

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