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Habíamos efectuado hemendas jornadas, y esta eIa la primel a vez en cuatro días que veíamos algo más que simples haciendas; pero nosotros lo pasamos sin detenernos, salvo para pedir un vaso de agua Ya avanzada la taIde llegamos a una ancha ave· nida y notamos señales de ruedas. Al anochecer lle_ gamos al lío que corre por los suburbios de Guana_ caste, el pueblo frontelizo de Costa Rica El paso es_ taba obstruido por una carreta con cuatro testarudos bueyes, que no querí~n avanzar ni podían 1 etroceder Quedamos detenidos durante media hora, y ya estaba obscUlo cuando entramos Atravesamos la plaza, fl ente a la puerta de la iglesia, que estaba iluminada pala víspelas, y nos encaminamos a una casa que se me había señalado pala hospedarme Nicolás entró en ella para hacer las pl€guntas preliminar es, y al salir, me dijo que me apeara y descargó la mula del equipaje Yo entré, me quité las espuelas y me ten_ dí en un banco Pronto tuve la impresión de que mi posadOla no se había alegrado mucho al verme Va– rios niños eutral on y me miraron asombrados, y des· pués rctl ocediel on a otra habitación; y a los pocos minutos 1 ecibí los cumplidos de la señora de la casa y su excusa por no poder darme posada Yo estaba indignado contra Nicolás, que sólo había preguntado si allí vivía don Fulano, y sin más ni más me había hecho entrm Salí de la casa, y con el cabestro de mi macho en una mano y las espuelas en la otra, segui– do de Nicolás con las mulas, buscamos la casa del co– mandante Lo encontré paI ado en el corredo!', con la llave en la mano, y toda su caSa llena de fardos afue_

1 a sólo esperando que saliera la luna para marchar a otro puesto Yo creo que él sintió mucho el no po_ der dalme alojamiento, ni tampoco dirigirme a ningu– na otra casa; pero mandó a su criado para buscar una, yaguar dé casi una hora esperando postor.

Mientras tanto le interrogué con respecto a mi ca· mino Yo no deseaba seguir la ruta directa hasta Ni– cal agua, sino ir pI imero al pueJ;1:.o de San Juan en el Paci1ico la proyectada termmaClon del canal pal a co– nectar los dos océanos El comandante me dijo que sentía murho que yo no hubiera llegado un día antes Mencionó un suceso el cual yo ya sabía: que MI' Bai_ ley, un caballero inglés, había sido empleado P?l el gobierno pala trazar la ruta del ca~al,. y que habIa re_ sidido algún tiempo en el lugar, anadrendo que desde su pal tida éste había quedado enteramente abandona– do, nadie lo visitaba nunca, ninguna persona del lugar conocía el camino para allá, y, por mala suerte, un hombl e que había sido empleado de MI Bailey había salido esa mañana para Nicaragua Por gl an fOl tuna, al preguntar resultó que el homble se hallaba toda– vía en el lugar, y que él también pensaba partir tan planto como saliera la luna Yo no tenía aliciente par a quedarme, nadie pal ecía muy ansioso del honor de mi compañía, y habría proseguido inmediatamente si las mulas hubieran estado en condiciones de seguir; pela hice un al'1eglo con él y con su hijo pala que aguardaran hasta las tres de la mañana para conducir– me al puer to y de allí hasta Nicaragua Por fin re_ glesó el criado del comandante y me llevó a una casa con una tiendec~ta al frente, en donde fuí recibido por una señal a anciana con un buenos noces (buenas no_ ches) que casi me sorprendió con la idea de ser un huésped bienvenido Entré por la tienda, y pasé a una sala donde había una hamaca, una armazón de cama entrelazada y un catrecito muy aseado con un mosquL tero de gasa con lazas C010l de losa en las esquinas Quedé agladablemente SOl prendido con mi posada, y mientras convelsaba con la anciana, estaba cabecean– do sobre una taza de chocolate cuando oí una animada voz en la puerta y al punto entró una señolita con dos o tres jóvenes en su compañía, quien se acercó a la mesa frente a mí, y echando para atrás su negla mantilla, me dió las buenas noches y me tendió la ma–

llO, diciéndome que había oído en la igles'Í.a que yo es~

taba en su casa y que se alegraba mucho de ello; que ningún extranjero había llegado allí jamás, que el lu_ gar estaba enter amente apal tado del mundo y que era muy triste, etc, etc Yo estaba tan admirado que de_ bo haberle palecido muy estúpido Ella no era tan hermosa que digamos, pero su boca y sus ojos eran bellos, y sus modales tan diferente del frío, zafio y esquivo aire de sus paisanas, y tan parecidos a la fran– ca y fascinante bienvenida que una señal ita de mi tie– rra le dalia a un amigo después de laIga ausencia, que si la mesa no hubiera estado entre nosotros, yo la ha– bl ía tomado entre mis brazos y besado Me arreglé el nudo de la COl bata y olvidé todas mis tribulaciones y pt;lplejidades Aunque viviendo en aquella peque– ña y remota población, lo mismo que las señolitas de las gl andes ciudades, ella sentía inclinación hacia los exttanjeros, ]0 que en aquel tiempo estimé como un delicioso lasgo del csrácteI' en la mujer Sus preten_ dientes locales estaban denotados Ellos al princi– pio se mostralon conmigo muy atentos; pero pronto

sz tOlnaron malhumOIados y áspelos, y, para mi ma_ yor satisfacción, se despidieron Hacía ya tanto tiem– po que yo no había sentido el más mínimo interés por una mujer, que me hice a mí mismo un beneficio Las más sencillas historias de otlos países y de atlas gen– tes despertaban vivamente su atención, y su mil ada se encendía al \"scuchallas; planto llegó la tIansición de las realidades a las emociones, y en seguida al más alto placer terrenal: el de sentirse uno muy por enci– ma de las preocupaciones de cada día por el entusias_ mo de una muchacha de elevados pensamientos Velamos hasta media noche La madre, que al ptincipio me habría aburrido, me paleció excesivamen_ te amable; en verdad yo rara vez había conocido una anciana más interesante, pues ella me instaba a que me lluedara dos o tres días pala descansar; decía que el lugar era triste, pero que su hija trataría de hacer que me agradara, y su hija no decía nada, pero daba a entender cosas inefables

Todo placer es momentáneo Llegalon las doce de la noche, una hala inaudita para aquella tierra Mi acostumbrada prudencia de buscar un lugar para dor_ mir no me hahía abandonado Dos pequeños mucha– chos habían tomado posesión de la cama de cuela; la anciana se habia letirado; el diminuto cab~cito per· manecía desocupado, y la señorita se fué, diciéndome que esta sería mi cama. Yo no sé por qué, pero me sentí desasosegado Abrí el mosquitero En aquel país no se usan las camas, y un cuelO de buey o un petate, a menudo no tan limpio como debe ser, es el substituto Este era un petate, muy fino y limpio co– mo si fuera perfectamente nuevo En la cabecera ha_ bía una atractiva almohada con una funda de museli_ na color de rosa, y sobre ella una sutil sobrefunda blanca con hechiceIos vuelos ¿Las mejillas de quién habían descansado en esa almohada? Me quité la cha– queta, anduve de un extremo a otro del cuarto, y des~

perté a uno de los muchachos El a como yo lo supo– nía lVIe acosté. pero no pude dormir y determiné no continuar mi viaje al día siguiente

A las tles de la mañana tocó la puerta el guía Las mulas ;ya estaban ensilladas, y Nicolás cargando el equipaje Yo a menudo me había pegado a mis aL mohadas, pero nunca como lo hice en la de color de r osa con su orilla rizada Le dije a Nicolás que el guía debía use a su casa y espelar un día más Pero éste no consintió Era el muchacho, su padre ya se había ido Oldenándole que lo siguiera Muy pronto pprcibí un leve paso, y una suave voz que trataba de disuadirlo Indignado por su obstinación le ordené que se fuera, mas pronto reflexioné que no podría conseguír otro, y que sin duda perdelÍa el principal objeto que tenía en mira al emplender este largo via_ je Lo llamé pala que regresara y traté de sobornar_ lo, pero su única respuesta fué, que su padre se habia

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