This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »uno de ancho, hechos de arcilla mezclada con paja para darles adherencia; y colocados cuando todavía es– tán blandos, con postes verticales en medio, de modo que se secan por el sol en una sola masa que se mue– ve juntamente coI1 la superficie de la tiell'a Antes de la hora de acostarnos olvidé el temblor por una molestia secundaria Los terrenos incultºs de Centro Amélica están plagados de insectos peInicio– sos Caminando todo el día por el bosque, y chocan_ do mi cabeza contra las ramas de los árboles, me ha– béan llovido garrapatas en tal númeIo que me las lim– piaba con la mano Fué tanto lo que SUfIí durante el día que dos veces tuve necesidad de desnudatme jun· to ~ un arroyo para arrancármelas del cueIpo; pero esto me propOlcionó solamente un alivio pasa.jero, me
quedaron ronchas por la ilritación; y en medlO de se– lias disquisiciones con don Juan, esto no el a de bue_
na crianza, pero me veía obligad~ a n~sal las uñ~s
violenta y constantemente Me VI precIsado a suph_ carle que saliera y que me dejara solo en el cuarto El se retiró y al momento eché todas mis ropas fue_ ra de la ca~a, y me arranqué los insectos como pude,
y, por .fortuna, también don Juan me envió para
consuelo~- un muchacho sordomudo, que, tocándolos con un bodoque de cera negla, los sacaba de su ma– driguera sin ningún dolor; sin embargo me dejaron e! cUelpo lleno de llagas, de las cuales no me recobre por largo tiempo.
Por la mañan temprano ya estaban dos bestias en
la puerta y dos criados a nuestlo servicio pala un pa– seo a caballo Don Juan montaba el mismo caballo que había montado en su destierlo
J
y estaba atendido por los mismos criados Hasta el día yo siempre ha– bia oído constantes quejas relativas a los criados, y para hacerle,; justicia, pienso que en verdad son los pCOles que en mi vida he conocido; pero los de don Juan elan los mejores del mundo, y era evidente que ellos pensaban que él ela el mejor amo
La hacienda de don Juan cubría tanto terl eno co– mo un principado alemán, pues tenía doscientos ~il
acres, y estaba limitada, qe un lado ~ por larga d.!.s– tancla por el océano Pa~ülco Pero. solo una pequ.ena parte de ella estaba cultIvada, no mas que la sufIcIen– te para pI aducir el maíz de los trabatadores,. y el !,esto era campo libre para el ganado Mas de dIez mIl ca– bezas andaban enantes por el campo, casi tan ariscas como los venados, y nunca se les miraba, salvo cuan– do ah avesaban un sendero por el bosque, o dUl ante la estación del lazo para tomar nota del aumento No habíamos andado mucho cuando vimos tres venados juntos, y no lejos de nosotros Era excesiva– mente enfadoso que la primera vez que me hallaba en un país donde había algo qué matar, me encontla–
1'a tan complptamente desprevenido, sin tener la espe· ranza de proveerme hasta salir de esa región Don
Juan estaba incapacitado para la cacería por su coje– la; en realidad, el matar un venado no se consideraba cacería y su carne no se tenia como buena para la co– mida 'En el curso de una hora miramos más de vein_
te.
Yo había salido para este largo viaje sin una mu– la de caIga, por la dificultad de cons~guir al~una que caminara al mismo paso que las bestIas de SIlla; pero habíamos sentido la inconveniencia de viajar embara– zados con el equipaje¡ y, a más de las atenciones que don Juan me dispensó en su casa, me proporcionó- una
mula que había domado expresamente para su pI opio uso en los viajes rápidos entre Cartago y la hacienda, la que me garantizó que con una liviana carga, tro– taría y se mantendría al paso de la mía.
Ya avanzada la tarde abandoné su hospitalario do– micilio Don Juan, con su muchacho sordomudo, me
acompañó una legua del camino, en donde nos apea– mos y nos despedimos Mi nueva m:u.la, lo mismo que yo, se mostr.3.ba muy renuente a deJar a don Juan, y parecía tener el plesentimiento de que jamás volvería a ver a su antiguo amo Verdaderamente, era tan di_ fícil hacerla caminar, que Nicolás la amatró del ca_ bestl o a la cola de sp mula, al estilo común del país, y conducida de este modo seguí yo tras ella pisándole los talones Los venados eran más numelOSOS que los que ya había visto, y ahora los mil aba sólo por la vida que impartían al bello panorama Al anochecer co– menzamos a sentir temol es con respecto al camino Había un paso difícil en la montaña frente a nosotros,
y Nicolás quería detenelse y esperar hasta que saHe– la la luna; mas como esto podría desarleglar la jOl– nada del siguiente día. yo avancé durante más de una hora por entle la selva Las mulas tlopezaban en la obscuridad y muy pronto pel dimos toda señal de algún camino; mientras tratábamos de encontrarlo, oímos el estallido de un árbol que caía, el que en la obscuridad vibl Ó espantosamente, y nos hizo vacilar en la entra_ da al bosque Yo me decidí a esperar la luna y des– monté Atisbando en la obscuridad, distinguí una vacilante luz hacia la izquierda Gritamos con todas nuestras fuerzas, y nos respondió un conjunto de pe· llos ladradores, y moviéndonos en esa dirección, lle– gamos a una choza donde tres o cuatro jOlnalelOS es_ taban tendidos en el suelo, quienes, al principio, tra– talan de brnlarse de nosotros, haciendo impertinen_ tes advel tencias cuando les pI eguntamos por Un guía para la hacienda más cercana; pela Uno de ellos re– conociendo mi mula de carga, dijo que la había cono– cido desde que era niño (alabanza algo dudosa de mi nueva compra)} y fué al fin inducido a oflecernos sus sel vicios Trajeron un caballo, grande, cerrero y fu–
lioso, como si nunca se le hubiera enfrenado; leso– pIando, encabritándose y casi haciendo temblal el sue_ lo con sus cascos; Y antes que el jinete se hubiera aco– modado sable sus lomos ya estaba corriendo veloz– mente por el llano en la obscuridad Después de una gran vuelta repesó, y el guía, soltando la mula de carga de la de Nicolás, la amarró a la cola de su ca– ballo, y enseguida tomó la delantera Todavía con el al rastre de la mula de caIga le era imposible mode– rar el paso, y nos vimos precisados a seguirle a un paso en verdad desagradable Este era el primer tra_ mo de mal camino con que nos habíamos encontrado, pues tenía vueltas muy cerradas, y subidas y bajadas, quebrado y pedregoso Afortunadamente, mientlas estábamos en el bosque salió la luna, tocando con su plateada luz las copas de los árboles, y cuando llega_ mos a la orilla del río estaba casi tan claro como el día Aquí mi guía me dejó, y yo perdí toda confian_ za en la luna, pues por su engañosa luz deslicé entre las :nanos de mi guía una pieza de oro en vez de una
de plata, sin darnos cuenta de ello ninguno de los dos Cuando subimos por la ribera, después de Cl uzar la corriente. la hacienda quedó a plena vista Los o– cupantes se hallaban en la cama, pero don Manuel, a quien iba yo recomendado por don Juan, se levantó para recibirme Sobre la margen del lío, celca de la casa, estaba una gran máquina de aserrar, la pri~
mera que ví en el país, instalada, según me refhió don Manuel, por un americano, quien más tarde rodó has– ta Guatemala, donde lo mat310n en una levuelta po–
pula>
A la mañana siguiente, al clarear el día, cuando los jOlnaleros de la hacienda se alistaban pala ir a su trabajo, nos pusimos nuevamente en marcha Al ca– bo de una hora oímos el sonido de un cuerno, dando aviso de la aproximación de una pat tida de ganado
Nos metimos entre e? bosque pala dejarla pasar, y ne– gó en medio de una nube de polvo y los arreadores con las caras tapadas; y habrían atlopellado mal tal– mente a todo aquél que se interpusiera en su camino
A las once del día entramos al pueblo de Bagases
98
This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »