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« Previous Page Table of Contents Next Page »mena blanc;¡ y cascajo, claro como el cristal, y 50m–
bl eado pOI ftrboles, cuyas ramas se juntaban en el va· do, y fOlmaban una enramada completa Nos apea– mos, desensillamos nuestras mulas y las amarramos a
un tnbol, encendimos fuego en la milla y nos desayu_ namos Las escenas silvestres hacía mucho tiempo que habían perdido su novedad, pero ésta yo no la habria cambiado por un déjeuner á la fourchette en el me– ior 1 estaurante de París El pavo silvestre sólo fue suficiente para mí y mi familia, que la folmaba Nico_ lás
Poniéndonos en mal clla nuevamente, en dos ho–
1 as r:.alimos de la selva, y llegamos a un campo abielto
a la vista de los Cen os de Collito, un espléndido pico
pelado que se yergue solitario, de fOlma cónica, y cu–
biel to de hiel ba hasta la cima A las doce del día lle– gamos a11 ancho de un indio A un lado había un gru_ po de naranjos calgados de fruta, y al flente un co_ beltizo techado con hojas de maíz Una india vieja se hallaba sentada en la puerta, y un indio enfermo estaba durmiendo bajo el sotechado Hacía demasia_ do calol, y entrando bajo el cobeltizo, desmonté, me mroJé en una hamaca heha jitones, y mienttas apaga– ba la sed con una naranja me quedé dOllUido Lo úl– timo que recuel do es habel visto a Nicolás acarl ean– do a la choza un miserable pollo medio mue1 to de hamble A las dos de la tarde me despertó y puso
f1 ente a mí a la infol tunada avecilla, casi quemada, cuyo costo, con naranjas a discreción, fué de seis y un cuatto centavos, que la vieja deseaba pelmutar pOI una carga de pólvora Yo me encontraba muy escaso de ésta y hubiel a preferido darle un dólar, pero no tuve más 1emedio que añadir la carga de pólvora al
dinelo
A las dos de la tal de emprendimos de nuevo la l11aIcha Ya habíamos hecho la jornada de un día, pe_ laYo tenía en perspectiva un buen lugar de descanso pala la noche Hacía excesivo calol, pero muy pron_ to negamos otra vez al bosque No habíamos camina– do mucho cuando un venado el uzó nuestl o sendero Es· te el a el primero que yo veía en el país, el cual se ha– llaba casi destituido de toda clase de caza En ve1 dad, durante todo el viaje, yo no había dispalado sino dos veces, exceptuando al pavo silvestre, y en tales oca_ siones sólo para conseguir pájaros raros, y para mayor infoltunio¡ en prosecución de mi plan de estOlbalme lo menos posible, no disponía sino de unas cuantas cargas de munición para patos y media docena de ba_ las de pistola Muy plonto divisé dos venados juntos y a tiro de fusil Ambos cañones de mi escopeta es– taban cargados con munición Desmonté y los seguí por el bosque, procmalldo tenel'1os al alcance En el curso de una hora vi tal vez una docena, y en ese tiem· po ya había acabado con mi munición Yo estaba re– suelto a no usar mis balas de pistola, y como ambos cañones quedaron vacíos, me quedé sosegado A me_ dida que se acercaba la noche aumentaban los vena_ dos y estoy segmo al decir que vi cincuenta o sesen– ta, 'y muchos a tiro de escopeta De vez en cuando el ganado nos espiaba por entre los ál boles, tan aris; co como los venados El sol ya declinaba cuando sa– limoS a un extenso claro, en uno de cuyos lados se hallaba la hacienda de Santa Rosa La casa estaba si_ tuada hacia la derecha, y dh ectamente al f1 ente, junto a la falda de una colina, quedaba un gran corral de ga– nado, circulando por una maciza paled de adobe, divi– dido en tres pal'tes, y lleno de vacas y telnelOS A la izquiel da había una l1anUl a casi ilimitada, con bos– quecil10s diseminados; y al avanZal nosotlos, un ca– ballelO que estaba en el patio mandó a un criado para ablü la puelia Don Juan José Bonilla me recibió en el cmredor, y antes que tuviera tiempo de presentar– le mi carta, me di6 la bienvenida a Santa Rosa Don Juan ela nativo de Cartago, un caballelo po~
nacimiento y educación y de una de las más antiguas familias de Costa Rica Había viajado por todo su país, y lo que -?ra muy ral'O en aquella 1egión, había visitado los Estados Unidos, y aunque tlopezando con
la desventaja de no hablar el idioma, se expresó con sumo intelés de nuesttas instituciones Había sido miembro activo del partido liberal y trabajado por lle_ var adelante sus principios en la administración gu_ belnativa, y para salvar a su país de la desgracia de retroceder al despotismo Se le había perseguido imponiéndole además fuertes contribuciones sobre sti propiedad, y cuatro años antes había salido de Carta_ go 1 eth ándose a esta hacienda Pero la animosidad política nunca se acaba. Un destacamento de solda– rlos fué enviado para a~lestarlo, y, pala no .excit31 sospechas, se les mandó por mar, y desembarcaron en un puel to del Pacífico dentro de los linderos de su propia hacienda Don Juan tuvo aviso de su aproxi– mación y mandó un criado a cerciol al'se de la verdad quien reglesó con la notiCia de que se hallaban a me~
dio día de camino Ivlontó en su caballo para escapar, pelo al saiil de la casa fué derribado por la bestia y
se le quebró una piel na Lo regresalon insensible, y cuando llegaron los ~oldados lo hallaron en cama; pe_ lO le hicieron levantar, pusiéronle a caballo, lo condu_ ielon plecipitadamente a la flontera del Estado y le abandonalon, comunicándole su sentencia de destie_ no y ]a pena de muerte si volvía La linea divisoria del Estado de Costa Rica es un río en medio de un desierto, y él se vió obligado a caminar a caballo has_ ta Nicalagua en un viaie de cuatro días Nunca leco~
bl Ó el uso de la pierna, la cual quedó dos o tI es pulga– das más COl ta que la otra Permaneció dos años en el destiel'loj y cuando fué electo don Manuel de Aguila, como Jefe del Estado, regresó A la caída de don Ma_ nuel, se l eth ó de nuevo a su hacienda, y por entonces se encontraba diligentemente empeñado en hacer re_ paraciones para recibir a su familia; pero no sabía en qué momento podIía llegar otra orden para expulsar_
lo de su hogar
Mientras estábamos sentados a la mesa para ce– nar, oímos un ruido sobre nuestras cabezas, que me par eció como si se hendiera el techo Don Juan alzó los ojos al cielo raso y súbitamente saltó de su silla, echó los brazos al cuello de un sirviente, y con las medrosas palablas de "¡temblor!", "¡temblor"!, todos se arrojaron por las puertas Yo salté de mi asien· to, atIavesé el cuarto de un blinco y salté al corre· dor La tierra se bamboleaba como el cabeceo de un barco en un mar agitado Salí a grandes zancadas, mis pies apenas tocaban el suelo, e involuntal iamente le_ vanté los brazos para libranne de cael Fuí el últi_
mo En salir, pero ya una vez en fuga, fuí también el último en parar En medio patlio tropecé contra un bomble arrodillado y caí Nunca antes me sentí tan insignificante En esos momentos oí a don Juan que me llamaba Estaba reclinado sobre el homb10 de su cliado, con la cara hacia la puerta, gritándome que saliera de la casa Ya estaba muy obscuro; dentro es– taba la mesa a que noS habíamos sentado, con una sola vela cuya luz se extendía lo suficiente pala dejar ver unas cuantas figuras arrodilladas, con las caras mi–
l ando hacia la puerta Obsel vamos ansiosamente pa~
la adentro, esperando el m.ovin1iento que derribalía las macizas par edes y aplastaría el techo Había al– go de espantr·so en nuestra posición, con las cal as mi_ Hmdo hacia la puel ta y huyendo del lugar que en cualquier otro momento oflece abrigo al homble Las sacudidas continuaron quizá por dos minutos, dmante cUYo tiempo se hizo necesario un gran esfuerzo par a mantenelse filme El retorno de la tierra a su esta_ bilidad fué casi tan violento como la sacudida Espe–
1 amos algunos minutos después de la última vibl ación, hasia que don Juan nos dijo que ya había pasado, y, con la ayuda de su criado, ellhó a la casa Yo había sido el último en abandonal1a, pero también fuí el poshelo en 1egresar; y mi silla caída con el 1espaldo :sable el piso, daba un indicio de la precipitación con que yo había escapado Las casas en Costa Rica son las ~nejOles 10'11 el país pala 1esistir estos movim:entos, y son como las otras, largas y baias, y constl uidas con adobE.s o ladrilles sin secar, de dos pies de largo por
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