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« Previous Page Table of Contents Next Page »leemplazo. quien tenía todo el ahe de ser el primer homble que había cogido por la calle. Su vestido con– sistía en un par de pantalones de algodón, con la cami_ sa de fuera, y un sombrero negro de petate, de copa alta y acampanada y de ala angosta; y todo lo que poseía en el mundo era lo que llevaba encima Tenía el pelo cortado al -rape, menos por delante, de donde le caía en largos bucles sobre la cara; en resumen, ela el beau ideal de un tunante cenhoamericano No me agradó su presencia; pero a la sazón me hallaba bajo la influencia de la fiebre, y le dije que no le po_ día dar una respuesta Volvió al día siguiente en mo_ mentos en que yo necesitaba algún servicio, y POl' gra– dos, aunque nunca lo recibí como criado, poco a poco me fué él tomando como su amo
En la mañana antes de partir, me llegó a visitar don Agustín Gutiérrez, y viendo a este hombl e en la puerta manifestó su sorpresa, contándome que él era el pillastrón de la ciudad, un borracho, fullero, ladrón y asesino j que en la primera noche en el camino me robaría y quizás me mataría Poco después entró Mr Lawlence, quien me dijo que él ya había oído la misma cosa Lo deppedí en el acto, cosa que, en apariencia, no muy le sorprendió, aunque todavía siguió rondando por el convento" según decía a mi servicio Era de suma importancia para mí salir a tiempo para tomar el barco, y no me quedaba sino ese día para buscar oh o sirviente 'Hezoos estaba admirado de los cam· bias que el tiempo había hecho en el carácter de su amigo Me dijo que lo había conocido cuando niño, y que no lo había vuelto a ver en muchos años, hasta el dia que tropezó en la calle con él y me lo trajo No sintiéndose enteramente libre, después de muchas ca– rreras me trajo otro, cuyo nombre era Nicolás. En cualquier otro país yo habría dicho que este hombre era un mulato; pero en Centro América hay tan gran~
surtido de matices que no puedo encontrar cómo lIa~
marle. Su oficio era albañil. 'Hezoos lo había ha– llado en su trabajo y lo había halagado con la espe– ranza de que conocería Guatemala y México y que re· gresaría tan lico como él Se plesentó tal como ha– bía dejado sU faena, con las mangas de la camisa arre– mangadas atriba del codo, y los pantalones arriba de las rodillas: un diamante en bruto para criado; pero era honrado, podía cuidar las muals y hacer un choco~
late Yo no pedía más También era casado; pela como su mujel no se il1terpuso, me pareció el más adecuado para el caso.
Por la tarde, la víspera de mi pal tida, en compa– ñía de Mr Lawrence visité las plantaciones de café de don Mariano Mcntealegre Estaban situadas en un lugar am0no, y con el mayor buen gusto don Ma– liana vivía allí una gran parte del año El estaba en su fábl ica y su hijo nos acompañó montado en su ca– ballo Era un hermoso paseo, pero en ese país los ca– balleros nunca andan a pie
El cultivo del café en los llanos de San José ha aumEntado rápidamente en pocos años Siete años atrás toda la cosecha no era mayor de quinientos quin~
tales, y este año se esperaba que llegar a más de no_ venta mil Don Mariano el a uno de los más gran– des plantadores, y poseía tres cafetales en esa vecin– dad; el que nosotros visitamos contenía veintisiete mil árboles, y él se estaba preparando para hacer grandes aumentos en el siguiente año Había invertido una fuerte suma de dinero en edificios y maquinaria, y aunque sus paisanos le decían que se atruinarfa, cada año sembraba más cafetos. Su esposa, la Señora, es– taba diligentemente empeñada en vigilar los detalles de la descascal ada y secada del grano En San José, entre pal éntesis, todas las señoras eran lo que podría llamarse buenas negociantas tenían tiendas, compra– ban y vendían mercaderías, buscaban gangas y eran particularmente expertas en asuntos de café
CAPITULO 18
SALIDA PARA GUATEMALA - ESPARZA - UN PUEBLO DE COSTA RICA - LA BARRANCA– )IISTORIA DE UN PAISANO._PAISAJE SILVESTRE - HACIENDA DE ARAN.JUEZ _ EL RIO LAGAR. TOS _ CERROS DE COLLITO - MANADA DE CIERVOS - SANTA ROSA - DON JUAN JOSE BONI. LLA _ UN TEMBLOR DE TIERRA - UNA HACIENDA DE GANADO - BAGASES - GUANACASTE – UNA AGRADABLE BIENVENIDA - LA BELLA DE GUANACASTE _ UNA GRATA POSADA - LAS CORDILLERAS - LOS VOLCANES DE RINCON y OROSI - HACIENDA DE SANTA TERESA - UNA
PUESTA DE SOL -OTRA VEZ EL PACIFICO
El día trece de Febrero monté pala mi viaje a Guatemala Mi equipaje se redujo a 10 más indispen_ sable: una hamaca de tela rayada de algodón, tendida sobre mi pellón, un par de alforjas y un poncho atado con correas atrás Nicolás había amarrado a su albar– da atravesados por detrás, un par de cochines (coji– nes) de cuero en forma de cubos, con la parte interior plana, conteniendo galletas, chocolate, salchichas y dul– ces; y por delante, sobre el pomo de la silla, mis ves_ tidos envueltos en un cuero de buey, al estilo del país. Durante toda mi permanencia en el convento, las aten_ ciones del padre fueron constantes Además de los servicios que realmente me prestó, no dudo que él considera qUE'. me salvó la vida: porque durante mí en~
fermedad entró a mi cuarto cuando me preparaba pa– la afeitarme, y me hizo desistir de tan peligrosa ope– ración Yo me lavé la cara a hurtadillas, pero su be– nevolencia añade otra a la lista de favores que yo ya ela deudor a los padres de Centro América
Sentí una gran satisfacción al encontrarme apto una vez más para reanudar mi jornada, contento con lo liviano de mi equipaje y con la fogosidad de mis mulas, y mné sin temor y de frente las mil doscien~
tas millas de mi viaje. De repente oí un ruido ppr detrás, y Nicolás llegó hasta mi a todo correr Mi ma_ cho era lo que se llama espantosa o espantadizo
y se asustó Como yo estaba muy débil se desbocó coll mucha facilidad Si yo hubiera comprado mis bestias para las carteras no habría tenido razón para quejar– mej pero, por desgracia, mi silla se volteó y caí al sue– lo, afortunadamente desenredándome de los estribos, mientlas la bestia siguió corriendo, dejando por el ca· mino las pistolas, las pistoleras, los mantillones y la silla, y siguiendo en pelo rumbo a la ciudad Para mi gl an consuelo, unos arrieros la atajaron. y salvaron mi leputación como jinete en San José Nos entretu– vimos más de una hora en recobrar los objetos espar– cidos y en reparar los jaeces rotos
Por tres días mi camino fué lo mismo que el que había dejado al llegar a Costa Rica A la cual ta ma_ ñana me levanté sin ninguna reaparición de la fiebre Ml Lawrence bondadosamente me habia acompañado desde San José, y todavía estaba conmigo; él me ha– bía relevado de toda molestia haciendo mi viaje tan fácil y confortable que, en vez de encontrarme cansa– do, me sentia reanimado y abandoné toda idea de re
gt eso por mar
A las siete de la mañana emprendimos la marcha, y a la media hora llegamos a Esparza Desde este lugar hasta Nicaragua, una distancia de trescientas millas, el camino se extiende a través de un desietto; salvo la ciudad fronteriza de Costa Rica, no había allí
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