Page 127 - RC_1968_12_N99

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El día anteliOl nos hahíamos encontlado en San José con el DI' Blayley, el único extlanjero lesídente en Cal tago, qulen había pIometido conseguh nos un guía, y hacel los all'eglos pala la ascensión al Volcán de Cal tago; y nos encontramos con que, además de hacl2l todo lo que había of} ecido, él mismo ya estaba listo para acompaña! nos Mientras se prepal aba la comida, Ml L y ya visitamos a otro paisano, MI' La–

vel, un caballero a quien conocí en Nueva Y01k El el a era l ecién casado y había tl aído a su esposa, una joven de Nueva YOlk, a quíen, para mí sol1nesa Y con gl an placel, 1econocí como una conocida muy a la li–

gela, es la veldad, pela el mela conocimiento pelso– nal, tan lejos de la pabia, Cla casi suficiente para cons_ tituil una intimidad Ella había hopezado con mu_ chas dificultades y su hogar estaba en 1 ealidad en tie_

11a extraña; pero todo lo sopoltaba con la abnegación de la muier que lentlllcia a su bienestar por amol a una persona, y se mostIaba contenta COll el cambio Su casa estaba situada a un lado de la plaza, dominando una vista del volcán casi desde la base hasta la punta, y aunque Na una de las mejores del lugar, la lenta

c~a solamente de seis dólares al mes

Inmediatam~nte después de la comida salimos pa– la subir al volcán Ela necesalio dOlmÍl en el cami– no y MI Lovel me PIOVCYÓ con un poncho mexicano para tapalme, y una piel de oso de las IHontai1as Ro– cosas para cama

Bajando POl la calle püncipal, Cl uzamos fl ente a la catedral e inmediatamente comenzamos la aSCell_ fiión Muy' pronto llegamos a una altm a que domina– ba una vista de un lío, de un pueblo y de un extenso valle no visibles dcsde el llano abajo Las faldas del volcán son patticulallnente favOlables pala ganado, y mientias que las llantnas de abaio elan implopias, todo el camino pm a auiba el a de potrel05 o campos de pastmas, y de chozas ocupadas por los individuos que cuidaban del ganado

Nuestra única ansiedad ela cl temor de pClde] el camino Pocos meses antes mis COll1paÍlelos habían in_ tentado ascender con Mr. Handy, mas, por la ignoran– cia de su guía, se extl aviaron, y después de vagar to da la noche por las faldas del volcán, leglesalon sin llegar a la cima A medida que subíamos, la tempela– tma se tornaba más fría Yo me puse mi poncho; an– tes de llegar a nuestro lugar de descanso me castañea– ban los dientes, y antes de apealme ya sentía los esca– loflios de la fiebre La situación Cla de lo más agl es – te y lomántica, suspendidos sobre el flanco de una in mensa barranca, pero yo hablía cambiado sus bellezas por un 1csplandeciente fuego de carbón La choza era la más elevada SObl e la montaña, consh uida de lodo , con ninguna otla abertura más que la puelta V las glietas de la paled Flente a ]a puelta estaba una imagen de la Vil gen y a cada lado había una allnazón 1)01' una cama, soble una de ellas, mis arnigos extendic– lon la piel de oso, y tumbándome encima, me envolvie_ ron en el poncho Yo me había prometido una noche de sociedad, pero ¿ quién puede estar segUl o de una hora de placer? 11e encontraba completamente in_ capacitado, pela mis amigos me plepalaron un poco de té caliente, el lugar Cla perfectamente tlanquilo, y, sobl e todo, yo tenía un resflÍo y una fiebre tan confor_ tables como los que siempre había expel imentado Antes de clarear el día leanudamos nuesho viaie, el camino elR áSPC10 y plecipitado, en cielto lugal un hmacán había ballido la montaña, y los álboles yacían a través del camino tan t.upidos que casi lo hacían im– pasible, nos vimos obligados a apealllOS, üepando so– bre ellos algunas veces y an astt ándonos oh as por de– bajo Mas adelante entramos a una región despejada, donde no crecían más que cedros y espinos, y aquí ví arándanos pOl la plÍmel a vez en Centro AmélÍca En esa agreste región ela un encanto el Vel' algo que fuera familiar pata mí en mi pahia, y quizá me hablia entelnecido, pC10 los encontré duros y desablidos A medida que nos elevábamos íbamos entrando a una l e_ gión de nubes, muy pronto estas se tornalon tan den_

sas que no podíamos distingUÍ! nada, las figmas de los de nuestt a plopia comitiva el an apenas pel cepti_ bles, y. pel dimos toda espel anza de alguna VIsta des–

d~ la ClIna del volcán La hiel ba todavía crecía, y su– hlmos"hasta llegar a una zona estéril, de arena V lava; y aqUl, pata nues.tIo glan gozO, salimos de la legión de las nubes y mu amos la cumln e del volcán, limpia de vapOles, que palecía confundilse con el ciclo azul claro, y cn aquella hOla templana el sol no tenía la al– LUla suficiente pala juguetear sable su cima

MI' Law1encc, que se había esfOlzado caminado se tendió a descansal, y el doctor y yo seguimos adeI'an_ te El cráter tenía como dos miUas de circunfel encia desgall ado y lOtO por el tiempo o POl alguna gl a11 con: vulsión, los ftagmentos pelmanedan elevados, desnu_ dos y enolmes como montañas; y en el interiOl había Íles o cuaba cláteres más pequeños Nosohos subi": mos sobre el lado Sur por una arl uga que cOllía de O–

liente a Poniente, hasta que alcanzamos un punto ele– vado, donde había un inmenso boquete en el cl átel imposible de Cl tIzar La elevada altura donde nos en c0!1hábamos estaba pelfectamente despejada, la at= mosfela ela de una transparente pUleza , y mÍlando más allá la desolada legión, abajo de nosobos a una distanci quizás de dos mil pies todo el tellit'Olio se hallaba cubiel to de nubes, y la 'ciudad al pie del vol_ cán. era invisible Por grados las nubes más lejanas se fueelon elevando, y sobre el inmenso lecho divisa– mos al mismo instante los dos océanos: Atlántico v Pacífico Este ela el grandioso cspectáculo que había mas ansiado pero que difíiclmente espelábamos con– pIar Mis compaÍleros habían ascendido v31ias veces al volcán, pela a causa de las nubes solamente una vez 1 abíarr visto antes los dos mal es Los puntos en que estos se veían eran el Golfo de Nicoya y el puel_ to de San Juan, no al frente diteetamente, sino casi en ángulo lecto cada uno, de modo que podíamos vellos sin voltear el cuerpo En linea lecta sable la cima de las monhñas ni uno ni otro se hallaban a más de veinte millas de distancia y, desde la glan altura en donde nos cnconhábamos pmccían casi a nueshos pies Este es el único lugal en el mundo que domina una vista de los dos males; y yo enfilé el espectáculo eon aquellas muy intelesantes ocasiones, cuando desde la cumbre del Monte Sinaí mÍ! é hacia el desielto de Al a_ bia, y vi el Mar Muel to desde el Monte Hor

No hay histOlia ni tladición lelativa a]a elupción de '?ste volcán, probablemente tuvo lugar mucho tiem_ po antes que el país fuera descubierto por los emo– peas Esta fué una de las veces en que lament~ la pér– dida de mi bal ómetro, pues la altura de la montaña jamás ha sido medida, pelO se Clee que tiene ahededor de once mil pies

Regresamos adonde estaban nuestlos caballos y en– contlamos a Ml Lawrence y al guía dOlmidos. Los despel tamos, encendimos fuego, hicimos chocolate V baiamos En una hOla llegamos a la choza donde ha– mos dOlmido y a las dos de la tarde a Cm tago 1'01

la hude salí con Mr Lovel a dal un paseo Todas las calles el an parecidas, lal gas y 1 ectas, y no había na die en ellas Dimos con una que parecía no tener fin, y a ciel ta dbtancia fuimos intelceptados por una pro– cesión que bajaba una calle transvelsal Venía enca– bezada 1301' muchachos tocando violines v en pos de ellos unas pequeñas andas plimolosamente decoladas y salpicadas de flOles Ela un ataúd que llevaba el cuelpo de un niño al cemenielio Nosobos lo segui_ mos, y pasándolo en la lJUel ta, entramos 1)01 una ca_ pilla, a cuya enhada se hallaban sentados ites o cua– ha hombles vendiendo billetes de lotelía, y uno de ellos nos preguntó si queríamos ver la tumba de nues ho paisano Consentimos, y nos condujo al sepulclo de un joven americano a quien yo había conocido de vista ,conociendo además pel sonalmente a val ios miembros de su familia Había fallecido como un año antes de mi visita y su entierro estuvo acompañado de tristes circunstancias El vicario se negó a dalle se– pultura en suelo consagrado, y el Dl Dlayley, quc

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