Page 125 - RC_1968_12_N99

This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

tauJes ancianas, las abandonó, y arrastrando hacia a– delante a una muchacha muy bonita, con los brazos alrededor de su cintura, y besándola a cada momento, me contó que ella era la aprendiza de su esposa; y aunque a cada beso él le hacia preguntas acerca de su mujer, no aguardaba las respuestas, y los besos se re_ petían con más rapidez que las preguntas. Durante todo ese tiempo yo me estuve a caballo mirando. No cabe duda que eso era para él muy agradable, pero ya empezaba a impacientarme; viendo lo cual, se separó, montó, y acompañado por media docena de sus amigos, de nuevo tomó la delantera. A medida que avanzá_ bamos aumentaban sus amigos. Esto era algo fasti– dioso, pero yo no podía perturbarlo en los más dulces ulaceres de la vida, la bi~nvenida que le daban sus amigos después de una larga ausencia. Al cruzar la plaza, dos o tres soldados de su antigua COI,1lPañía, re– clinados contra la baranda del cuartel le grItaron com– pañero, y, con el sargento a la cabeza, llegaron y se unieron a nosotros. Atravesamos la plaza -c~on quince o veinte en nuestra compañía o, mejor dicho, en su compañía algunos de los cuales, particularmente el sargento, 'en obsequio a él, se mostraron atentos con– migo.

Mientras que él tenía tantos amigos para darle la bienvenida, yo no tenia niriguno.En efecto, yo no sabía dónde dormiría esa noche. En las poblaciones C1randes de Centro América siempre me encontraba desconcertado para hallar- dónde alojarme. Por todo el pais el viajero n~ encuentra hospedaje públic?, sal_ vo el cabildo y un Jarro de agua. Todo lo demas de– be llevarlo consigo, o comprarlo en el lugar -si pue– de. Pero en lae;; grandes poblaciones no se tiene este recurso porque alli no sería decente alojarse en el ca– bildo. Yo tenia cartas de recomendación, pero era su– mamente desagradable el presentarme sobre el lomo de una mula, con el equipaje en los talones, como si ellas fueran. en realidad, libranzas a la vista para con–

seguir habibción Y mesa.

'~Iezoos me había contado que allí est~ba un vie_ jo chapitón, esto es, una persona de Espana, en cuya casa yo podría conseguir un. cuarto alquil~do para ~í,

pero desgraciadamente, el tIempo y las cIrcunstancIas habían obligado al v.iejo español a irse tan .lejos que los ocupantes de su casa ignoraban su paradero. Yo contaba con él con tanta seguridad que no había saca– do mis cartas de recomendación, y ni siquiera sabía los nombres de las personas a quienes iban dirigidas. El cura estaba en su hacienda y su casa se encontraba cerrada; un uadre que había estado en los Estados UnL dos se hallaba enfermo, y no podía recibir a nadie; los amigos de mi criado todos me recomendaban a distin– tas personas, como si yo tuviera toda la ciudad a mi disposición; y principalmente me animaban para hon– lar con mi compañía al Jefe de Estado. En medio de

í~sta consulta callejera, yo suspiraba por un hotel de cien dólares al dia, y tener al gobierno como pagador.

'HezDos. que durante todo este tiempo se hallaba en una terrible precipitación, después de una animada chal la con algunos de sus amigos, espoleó su mula y me hizo volver de prisa, cruzó una esquina de la pla– za, dobló una calle a la derecha, se detuvo frente a una pequeña casa, donde se apeó, y suplicándome que hiciera lo mismo, al momento arrebataron las montu– ras y las llevaron hacia el interior. Me entraron a la casa, y. me ofrecieron una silla baja en una pequeña habitación, donde una docena de mujeres, amigas de 'Hezoos y de su esposa, lo esperaban para darle la bienvenida a su hogar. El me dijo que no sabia dón_ de estaba su casa, ni si tenia algún cuarto demás, has_ ta que lo supiera por sus amigos; y llevando mi equi– uaje al interior de una pequeña y obscura habitación, que yo podría c lntar con esa para mí, y que él, su mu– jer, y todos sus amigos me servirían, y que estaría .allí con ·más comodidad que en nínguna otra casa en San

Jo~é. Yo me encontraba sumamente cansado, por ha– ber hecho un viaje de tres días en.dos, y muy fatigado por la molestia de andar buscando un lugar de des_

canso; y si hubiera sido más joven, y no hubiera te_ mido el qué dirán, no me habría tomado ninguna otra molestia; pero, desgraciadamente, la dignidad del car_ go podría haber sido lastimada con mi permanencia en casa de mi criado_; y, a más de eso, que no me po– día mover sin tropezar con una mujer; y, para ajuste, que 'Hezoos le echaba los brazos a la que se le antoja– ba y la besaba tanto como quería. En medio de mi perplejidad llegó "la póvera" seguida de media doce– na de las de la procesión, aficionadas a las tiernas esce– nas. No intentaré describir el encuentro. 'Rezoos, como atado por el deber, abandonó a las otras, y no obstante todo lo que había hecho, envolvió la diminu–

tf< figura de su esposa entre sus brazos, tan apretada– mente, como si hiciera un mes que no hubiera visto a una mujer; y "la póvera" descansó en sus brazos tan feliz como si no hubiera ni primas bonitas ni mucha.:. chas aprendizas en el mundo.

Todo esto ya era demasiado para mí: me abrí paso hacia afuera y después de consultar con el sargento, mandé que ensillaran mi caballo, y caminando por ter– cera vez a través de la plaza, me d~tuve frente al con– vento de don Antonio Castro. La mujer que abrió la puerta me dijo que el padre no estaba en casa. Le respondí que entraría para esperarlo, y mandé colocar mi (: quipaje en el zaguán. Ella me invitó a pasar al interior y, e11 consecuencia, ordené que en seguida en_ traran mi equipaje. La habitación ocupaba casi todo el frente delconvento, y fuera de algunas imágenes de santos, su único mueblaje se componía de una larga mesa, y de u.u amplio canapé de respaldo alto y asien_ to de: madera. Coloqué mis pistolas y mis espuelas so– bre la mesa y arrellenándome en el canapé, esperé al padre para darle la bienvenida a su casa.

Regresó POyO después deentrad~ la noche y se que– dó sorprendirlo y sin saber que hacer conmigo, no obs_ tante que parecía reconocer el principio de que la po– sesión es nueve puntos de la ley. Yo noté, sin embar_ go, que su embarazo no era por falta de hospitalidad, sino por la creencia de que no me la podía hacer muy confortable. En Costa Rica los padres son pobres y más tarde supe que allí es raro que Un extranjero lle_ gue a pesar sobre uno de ellos. Desde entonces he pcm,ado que el Padre Castro debe haberme considera– do xtraordinariamente fresco; pero, sea lo que fuere, al entrar en seguida su sobrino, ellos sin tardanza me prepararon chocolate. En cada extremo de la amplia habitación había una más pequeña que ocupaban el padre y su suhrino respectivamente. Este dejó vacan– te la suya y con unas pocas piezas de las del padre, me acomodaron tan bien, que cuando me acosté, yo mismo me congratulaba de haber hecho todo lo posible para entrar allí, y sin duda, antes que ellos Se hubiesen re· cobrado de la sorpresa yo ya estaría durmiendo. Pronto corrió la noticia de mi llegada, y a la ma– ñana siguiente recibí varias invitaciones para las ca_ sas de algunos vecinos -una de la señora de don Ma– nuel de Aguila-; pero yo estaba tan satisfecho en el convento que no me hallaba dishpuesto a abandonarlo. Como era natural, pronto me di a conocer a todos los extranjeros residentes, quienes, sin embargo no eran más que cuatro' los señores Steiples y Squire el uno alemán y el otro inglés, asociados en negocios; Mr. Wallenstein, alemán; y el cuarto era un paisano, Mr. Lawrence, de Middletoy, Connecticut. 1'odos vivían con MI'. Steiples; y tuve inmediatamente una invitación unánime para hacer de su casa mi residencia. San José es, yo Cl'eo, la única ciudad que ha creci– do o mejor dicho, prosperado desde la independencia de Centro América. Bajo el dominio español la capi– tal real era Cartago; pero al estallar la revoluc;ón, el fervor patriótico era tan ardiente, que se resolvió abo· lir este recuerdo de_la servidumbre colonial, y estable– cer la capital en San José. Sus ventajas locales quizás sean iguales. Cartago está más inmediata. al Atlánti_ co, y San José al Pacífico; pero entre ellas sólo hay una distancia de seis leguas. Los E!difici,os en San José son

t )dos republicanos; allí no líay ninguno grandioso ni

Page 125 - RC_1968_12_N99

This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »