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« Previous Page Table of Contents Next Page »estaba hecha dt' caña de azúcar; era como de cuatro pies de alto y tirada por bueyes amarrados por los cuenlOS en lugar de la nUCa.
Al entrar en Alihuela me detuve para preguntal' por uno que llevaba el nombre inmortal en la histo_ ria de la conquista española. Era el apellido de Alva_ rado. Si era su descendiente o no yo no lo sé, ni tam– poco él; y cosa extraña; aunque me encontré con va– rios que llevaban ese apellido, ninguno pretendía ha– cer constar, su linaje hasta el conquistador. Don Ra–
món Alvarado, .dn embargo, me fué recomendado por cualidadef que 10 ligaban en carácter con su gran toca_ yo. El era el correo de la English Minning Company para Serapequea (Sarapiquí) y el Río San JuaI}. . Además de la ventaja del viaje por mar, mI prIn_ cipal objeto al dejar Zonzonate, era el adquirir alg~na
información relativa a la ruta del canal entre el Atlan– tico y el Pacífico, por medio del Lago de Nicaragua y
del IlÍo San ~Tuan, y mi interés con Alvarado era el as€– gur:nlo como guía hasta el puerto de San Juan:. ,En media hora se hicieron todos estos arreglos, se fIJ? el día, y pagué la mitad del precio ?:l contrato. M;en– tras tanto "'HeZ'oos" se hallaba sohü1tamente empenado en diseñar una cubierta n~gr~ glasea~a sobre mi som_ brelo, y en colocarle un agulla amerlcana que yo ha_ bía comprado a bordo del barco.
En Costa Rica hay cuatro ciudades y todas ellas se
hailan situadas dentro de un. espacio d~ quin~e leguas; no obstante eso, cada una bene un chma d1Íel~ente y
(l1stln!as produrciones, Incluyendo los suburbiOS, A_
líhuela contiE'ne una población alrededor de ~O 000 ha– bitantes. La plaza estaba hermosamente sIt~ada, y la iglesia, e~ cabildo y )a~ casas del frente tem.an bue–
na aparienCIa. Estas ulbmas eran largas Y bailas, con nchos portales y grandes ventanas con balcones cons– trUidos con barrotes de madera. Era día domingo, y
los habitantes, Jimpiamente vestidos, .estaban se!1tados en lOS portales, o, con las puertas abIertas, reclmados en hamacas, o en canapés de madera de a~to respaldo, en el interior. Las mujeres estaban traJeadas como damas, y algunfis eTan hermosas y todas blancas. Un viejo de aspeck respetable, :p~rado ~n, la puerta de una de las mejores casas, grIto "amIgo', y nos p~e_
guntó quiénes éramos, de dónde veníamos y. para don_
de íbamos encomendándonos a Dios al partIr; y todos
a lo largo' de la calle nos saludaban amistosamente.
A una distancia de tres leguas pasamos por Hcre_ día sin apearnos. Yo había caminado todo el día con un ;entimiento de extraordinaria satisfacción, y si ta– les eran mis sentimientos, ¿cuáles serían los de He– zoos? El estaba de regreso a su tierra, c!=Jn. su amor acrecentado por la ausencia y por los SUfrImIentos le– jos del hogal. Por todo el camino se encontraba con viejos conocidos y amigos. Era él.un muchacho de buena presencia, ostentosamente vestzdo,.y p~rtaba una espada peruana guacaluda de más de seIS pIes de lar_ go. Llevaba amarrado par detrás con correas, un ma_ letíll de paño escarlata, ribeteado de ne/?ro, .parte <;lel uniforme de un soldado peruano. Habna SIdo cuno– so el recordar cuántas veces refirió su historia: del servicio militar y de los combates en el Perú; de su re– clutamiento forzado para la marina y de su deserción; de su viaje a México y de su regreso a Guatemala por tierra· y siempre terminaba preguntando por su mu– jer d~ quien no había sabido desde que dejó el hogar, "la' p6vera~' ella pobre") erall regularmente sus últi– mas palabras A medida que nos acercábamos a su casa su ternura por "la póvera" aumentaba. No pudo
obt~ner ningunos informes directos de ella; pero un amigo bien intencionado le sugirió que probablemen_ te ya se habría casado con algún otro, y que él sola_ mente perturbaría la tranquilidad de la familia con su re¡" .. eso.
Una legua más allá de Heredia llegamos a otra gran barranca. Descendimos y cruzamos un puente sobre el Río Segundo. Pocos meses antes, este río se hflbía crecida de súbito y sin ninguna causa aparente, arrastrando una casa con todo y familia cerca del
puent(~, y dejando a su paso consternación y muerte
Pero la geografía del interior de ese país es muy po_
co conocida, y se supuso que algún lago se lJabría des–
bordado. Al subir por el lado opuesto señaló 'Hezoos el SItiO de la batalla en la que el oficial de "La Gari· ta" había perdido el 1J1'azo y en la cual él mismo ha– bía tomado parte, y, como' era habitante de San José habló de las gentes de la otra ciudad como un inglé~
del tiempo de Lord Nelson se habría 'expresado de un Ílancés.
En la cumbre de la barranca llegamos a una gran mes,eta cubierta con las ricas plantaciones de café San Jose. Estaban ~oIocadas en cuadros de doscientos pies, cercadas por setos vivos de árboles en flor, con cami– nos de sesenta pies de anchura; y~ con excepción de los cortos senderos para bestias, los caminos tenían un césped de invariable verdor. El verde obscuro de los cafetales, la verdura de los caminos, y los paisajes a través de los árboles en todas las encrucijadas eran hermosas; a cieJ:ta distancia a cada lado había' mon_ te3, y al frente, elevándose sobre todos, estaba el gran Volcán de Cartago. Era casi la misma hora cuando el riía anterior, desde la cima del monte de Aguacate' yo había mírado los ínmensos barrancos y las cumbrcd de las elevadas montañas, y divisado el Océano Pací– fico. La perspettiva ahora era tan risueña como agres– te la otra; y hablaba por sí misma a todos los sentidos, pues no se hallaba, como en el resto de Centro Amé– ric<.l, retrogradando y marchando hacia la ruina, sino Satlltellte, como una recompensa de su industria. Sie– te años antes todo el llano era un inmenso erial. Al final de esta meseta divisamos San José, en una planicie abajo de nosotros Sobre la cima de la loma pasamos por una casa que tenía un arco de flo_
re~ frente a la :;merta, indicando que en el interior ya_ cía alguien que necesitaba recibir los últimos sacra– mentos, antes de partir al otro mundo para dar cuen·
ta final de su existencia. Al descender miramos a lo lejos una larga procesión, encabezada por una cruz con ja imagen del Salvador crucificado Se aproxima– ba con música de violines y con un ruidoso coro de voces, e iba acompañando al sacerdote hacia la casa del hombre agonizante. A medida que Se acercaba,
los de a caballo se quitaban el sombrero y los de a pie se arrodillaban. Nosotros la encontramos cerca de un angosto puente al pie de la colina. El sol estaba de_ clinando, pero sus últimos rayos eran abrasadores pa–
ra la cabeza descubierta. Al CUl'a lo llevaban en una
silla de manos. Nosotros esperamos hasta que él pa– só, y aprovechándonos de una parada de la procesión cruzamos el puente, pasamos una larga fila de hom– bres y una más larga de mujeres, y al encontrarme ya algo retirado me puse el sombrero. Un fanático suje– to, con semblante ceñudo me gritó: "quittez el sombre–
:'-"0". Yo respondí espoleando mi caballo, y al propio momento toda la procesión se desorganizó. Salió pre_ cipitadamente de la fila una mujer y 'Hezoos saltó de
~ u caballo y la tomó en sus brazos, acariciándola y be_ sálluola tanto como la decencia en las calles públicas lo podía permitir. Con la mayor sorpresa supe que la mujer no era más que su prima, y ella le contó que su esposa, que era la principal modista del lugar, ya iba adelante en la procesión. 'Hezoos estaba fuera de sí; retrocedía, regresaba, cogía su eaballo y tiraba de la bestia en pos de él; en seguida montando y espolean_ do, me suplicó que me apresurara y que le permitie– ra regresar adonde estaba su mujel.. Al entrar en la dudad, pasamos por una casa de apariencia respeta– ble, donde cuatro o cinco mujeres bien vestidas estaban sentadas en el corredor. Ellas, al vernos lanzaron una exclamación. y 'Hezoos, avanzando sobre las gra– das con su mula, se apeó y las abrazó a todas por tur_
no. Después de unas pocas precipitadas palabras, las abrazó a todas otra vez. Algunos amigos varones tra_ taban de arrancarlo de allí, pero él volvía a las mu– jeres. En verdad, el pobre muchacho parecía loco, aunque pude observar que era una locura muy metódi– ca, porque, después de dos vueltas con las más respe·
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