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Han tan bien marcados que todo el que busca puede encontrarlas. Los filones () venas 'metalíferas corren regularmente de Norte a Sw:', en filas de diorita pór_ fido con estrato dE!: pórfido basáltico, y de un promedio como de tres pies de anchura,. En ciertos lugares se han practicado excavaciones laterales, de Este a Oes– te y en otros se han taladrado' pozos hasta tocar la

vena, La primera abertura que visitamos fué un coe

te transversal de cuatro pies de ancho, que penetra– ba doscientos cuarenta pies antes de tocar el filón; pe_ ro estaba tan lleno de ,agua que no entramos. Arriba de este había otro corte, y más aiTiba todavía estaban taladrando un, pozo. Bajamos. a éste por una escala formada del tronco de un árbol, con muescas cortadas en él hasta que llegamos a la vena y la seguimos con una ~andela hasta donde estaba trabajada. Era como de una yrd de ancho y sus lados rélucían -pero. no por el oro,~ éstos eran de· cuarzo, y feldespato, _1m.., pregnados de sulfuro de hierro, y oro en partí~ulas tan pequeñas que eran invisibles a)a simple VIsta. Los obj etos más sobresalientes en estos depósitos de rique_ za eran los ctesnudos trabapjadores con sus picos, en– cOl'vados y sudando bajo lo~ pesados costales de pie–

di'as.

Ya había avanzado la tllrdé cuando salimos del pozo. Don Juan me condujo por una empinada senda hacia arriba por la falda' de la montaña, hasta una pe– queña nieseta ~obre la cual estaba un grn edificio ocupado por mineros. La vista era magnífica:, abajo quedaba una inmensa barranca; arriba, encaramada sobre una pmiia, 'como un nido de águilas, la casa de otro superintendente; Y sobre el lado opuesto, la gran cadena de montañas de Candelaria. Yo aguardé has.. ta que luis mulas subieron, y con muchos agradeci– mientos por su benevolencia, me despedí de don Juan. A medida que seguíamos subiendo, a cada instante la perspectiva sellacía más grande y hermosa; y de repente, desde una elevaci,ón de seis mil pies, llliré allá abajo el Pacífico, el Golfo de Nicoya, y, asentado como un ave sobre el agl,la, nuestro bergantín La Cosmopo– Hta Y aquí, en los más elevados 'puntos, en los más

agrestes y bellos lugares que jamás los hombres eli– gieroil para sus viviendas, estaban las chozas. de los mineros. El sol rozaba ligeramente el mar, alumbran– do la superficie del agua, y suavizando las ásperas montañas; era la más hermosa escena que jamás yo

"1, y esta gratísima visión fué la última; porque súbi– tamente se obscureció, y inuy pronto entró la más ne–

}~\'a noche de cuantas yo había conocido. Cuando des_ eendimos, el bosque era tan tupido que aun en pleno dia interceptaba la luz, y en algunos lugares. el cami–

lla estaba cortado a través de escarpadas lomas más altas que nuestras cabezas, y cubierto por arriba con denso follaje "Hezoos" iba adelante dé mí, con som""'" ¡--;rero blanco y chaqueta y caminando junto a él un perro blanco; pero yo no podía ver los contornos de su figura El camino era empinado pero bueno, y no pl etendí guiar la mula. En uno de los más obscuros pasajes" Hezoos" se detuvo, 'y, con una. voz que hizo re sonar el bosque, gritó "un león", "un' león"; Yo que–

dé espantado, pero ~l se apeó y pténdió un cigarro

Qué frescura, pensé yo; pero él me tranquilizó dicién_ dome que este león era un anima1. diferente del que

ruge en los desiertos africanos, pequeño, que se asus– taba con un grito y que sólo comía niños. Largo co– mo parecía, nuestro total descenso no nos ocupó tres horas, y a las dIez de la noche llegamos a la casa en la

Boca de la 1'ilo!ltaña. Estaba cernida, y todos se en– contaban durmH:ndo; pero. tocamos fuerte, y un hom....:. bl'e abrió la puerta, y, antes que 'pudiéramos hacerle algunas 'preeuntas, desapareció Medi.a vez dentro, sin embargo" hicimos bastante ruido para despertarlos a tallos, y conseguimos lllaíz para las mulas y una luz. Allí había un amplio cuarto abierto a todo el que lle– gaba, con tres catres, todos ocupados, y dos hombres durmiendo en el suelo. El ocupante de una de las ca– mas, después de mirarme por algunos instantes, lo des_ ocupó, y yo i amé su lugar. El lector no debe suponer que yo fuera enteram~nte falto de escrúpulos, él se llevó toda su ropa de dormir,es decir, su chamarra La cama y todo su ajuar se componía de un cuero de res sin curtir.

CAPITULO 17

I,A GARITA - AL!HUELA - UN PUEBLO BENEVOLO - HEREDIA - RIO SEGUNDO - CAFETALES DE SAN JOSE _ EL VIATICO PARA UN MORIBUNDO - UN ENOUENTRO FELIZ - PERPLEJIDA· DES EN EL VIAJE _ HOSPEDAJE EN UN CONVENTO - EL SEÑOR CARRILLO. JEFE DEL ESTADO– LAS VICISITUDES DE LA FORTUNA - VISITA A CARTAGO - TRES RIOS - UN ENCUENTRO IN– ESPERADO - ASCENSION AL VOLCAN DE CARTAGO - EL CRA'rER - VISTA DE LOS DOS MARES. EL DESCENSO - PASEO POR CARTAGO - UN ENTIERRO - OTRO ATAQUE DE FIEBRES INTER.

MITENTES ~ UN VAG>ABUNDO- EL CUI.TIVO DEL CAFE

A la mañana siguiente entramos a un campo a_ bierto, Hano y ondulado, que me trajo a la memoria las escenas de mi tierra. A las nueve llegamos al bor_ de de un magnífico barranco, y serpenteando hacia abajo por una empinada pendiente de más de mil qui_ nientos pies, las montañas se juntaron a nuestro alre_ dedor y formaron un anfiteatro. En el fondo del ba_ rranco había un tosco puente dem,adera, cruzando un angosto arroyo que corría entre rocas perpendiculares a ciento cine,uenta pies de altura, muy pintoresco, y que me hizo reeordar las cataratas de Trenton. Subimos por un camino escarpado hasta la cum– bre del barranco, donde estaba una larga casa, como para evitar todo paso excepto a través de ella. Se fla– ma La Garita, y domIna el caniino desde el puerto has– ta la capital Algunos empleados están estacionados aquí para tomar nota de las mercaderías y examinar los pasaportes. El que comandaba entonces había per_ dido un brazo al servicio de su patria, esto es, en una batalla entre su propio pueblo y otro a quince millas de distan("ia, y el puesto le había sido concedido pOl'

premio por c;;us patrióticos servicios.

A medida que avanzál1amos mejoraba la región

Y, por espacio de upa legua antes de entrar a Alihue_ la (Alajuela) había casas de ambos lados del camino a una distancia de tres a cuatrocientas yardas aprte, construids con adobes, blanqueadas, y los frentes de algunas ornamentados con pinturas. Varias tenían pintada en rojo a cada lado de la puerta la figura de un soldado, con su mo~quete al hombro y bayoneta ca– lada, de tamaño natural y firme como un militar bien disciplinado. Pero todas, las imperfecciones quedaban

OCUi~as por ringleras de árboles en ambos lados del camino, muchos de ellos cqn, hermosas flores, los que en algunos lugares se encorvaban completamente cu– briendo las .casas. L"os campos se hallaban cultivados con caña de azúcar, Y cada casa tenía su pequeño tra

7 piche o molino de azúcar; había señales de. ruedas de carruajes Ji r-ronto íomoo? el ruido de un vehÍCulo que se acel'(~aba. El crujido de sus ruedas producía casi tanto ruido como la Zillenthal Patent Cold Amalga– rnatil1g Machine en la montaña de Aguacate. Estaban hechos de un trozo de árbol de guanacaste, como de diez a doce pulgadas de grueso, con un hoyo en el cen_ tro, que jugaba sobre el eje casi ad libitum, y hacían el más lúgubre ruido que pueda concebirse. La cama

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