Page 118 - RC_1968_12_N99

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ter, y torrentes de fuego rodando hacia abajo por sus faldas. Por fortuna, Mr. Blackburn, un comerciante escocés, por muchos anos residente en el Perú, arribó

y convino en acompañarme. A la mafiana siguiente, antes de las cinco estábamos a caballo. A una milla de distancia vadeamos el Río Grande, aquí un turbu~

lento río, y cabalgando por un fértil campo, a la me_ dia hora llegamos al pueblo indígena de Naguisal, un

paraje agradable, y literalmente una floresta de frutas

y de flores. Grandes árboles estaban enteramente cu–

biertos de rojo, y a cada paso podíamos cortar frutas. Diseminadas entre estos hermosos árboles se encon_ traban las rris2rables chozas de los indios, y echados en el suelo o en algún tedioso trabajo estaban los mis– mos infelices indios. Continuando otra legua por el mismo fértil campo, subimos a una meseta, desde la

cual mirando h.:lCia atrás, vimos un inmenso llano al'·

bolado que se extendía basta la playa, y más allá, las

ilimitadas aguas del Pacífica. Frente a nosotros, .al e~_

tremo final de tina larga calle, se encontraba la IgleSIa de Izaico destacándose vigorosamente junto a la ba_ se del vo'leán, el cual en aquel momento, con un es_

truelJdo vio10nto semejante al fragor de la tormenta, lanzó por el aire una columna de humo negro y ceni– zas iluminada por un solo relámpago de llamas.

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Con dificultad conseguimos un guia, pero estaba tan ebrio que apenas podía guiarse a sí mismo a lo l:.ngo de una calle recta; y no quería salir sino hasta el dguiente día, pues dijo que ya_era tan targe que

1105 entraría la noche en la montan~. y que alll había muchos tigres. Mientras tanto la hIJa de nuestro po– sadero halló otro, y, colocando cuatro cocq.s verd~~ en sus alforjas. emprendimos la marcha. Pronto salImos

ti. un llano abierto y sin un arbusto que interrumpiera la vista miramos' a nuestra izquierda todo el volcán desde s{¡ base hasta su

cima. Se yergue desde casi al pie de la montaña , a una altura quizás de tres mil pies, con sus faldas morenas e infecundas, y por millas en todo ei derredor está la tierra cubierta de lava. En_ contrándose en plena erupción, era imposible ascender a él, pero atrás queda una montaña más alta que ffi–

cUita una vista del al'díente cráter. Todo el volean era visible enteramente arrojando al aire una columna de humo negro y una inmensa .canitdad de p.iedras, mientras la tierra temblaba baJO nuestros pIes. A las once del día nos sentamos a la orilla de una hermo_ sa corriente par3 almorzar. Mi compañero había traí– do abundantes provisiones y por ),a primera vez, des– de que salí de Guatemala, sentí el ansia del apetito restaurado. A la media hora montamos y 'poco des– pués de las doce entr~mos en la se.1va, ~aclendo una

muy empinada ascenSIón por una mdefmida vereda¡ que pronto perdimos enteramente. "!,!uestro guia cam_ bió de dirección varias veces, y por flll, hallándose ex_ traviado amarró su caballo y nos dejó esperando mien– tras bus'caba el camíno. Nosotros sabíamos que nos encGntrábamos cerca del volcán, porque las explosio– nes sonaban como el profundo refunfuño de un formi~

uabíe trueno. Encerrados como estábamos en el bos~

que estas expliJsiones eran espantosas. Nuestros ca~

ball'os bufaban de terror, y la montaña temblaba de_ bajo de nuestros pies. Regresó nuestro guía y a los pocos minutos nos encontramos de pronto sobre un luw gar abierto más elevado que la cima del volcán, domi– nando una 'vista del interior del Cl'áter, y tan cerca de él que veíamos las, enormes piedras cuando se par–

tían en el aire y caían golpeando alrededor las faldas oel volcán. En pocos minutos nuestros vestidos se pu– sieron blancos {'on las cenizas que caían a nuestro al– rededor con un ruido semejante al de una llovizna. El cráter tenía tres orificios, uno de los cuales es_ taba inactivo; otro arrojaba constantemente un abun_ dante humo azul; y después de un estallido, del abis– mo de la enorme garganta del tercero aparecía un va– por azulado, y en seguida un volumen de denso humo negro arremolinándose y agitándose en enormes co– ronas, y elevándose en una obscura y magestuosa co– lumna, iluminada momentáneamente por un relámpa_

go de fuego; y cuando el humo se disipó, la atmósfe~

1'a fué obscurecida por una lluvia de piedras y cenizas. Concluido esto, siguió un momento de quieutd y en

seguida hubo otro trueno y erupción, sucediénd~se así regularmente, a intervalos, según dijo nuestro guía de

cinco minutos exactamente, y en realidad él no estaba muy descaminado. La vista era espantosamente su– blime. Nos Tefrescamos con un trago de agua de coco

y, pensando que esta grandeza sería realzada cuando

el silencio y obscuridad de la noche fueran interrum– pidos por el estruendo y laS llamas, sin tardanza re·

solvimos dormir sobre la molitaña.

Un cura de Zonzonate, todavía en plenitud de vida

me dijo que él recordaba cuando el terreno donde se eleva este volcán no tenia nada que lo distinguiera de cualquier otro lugar alrededor. En 1798 se descubrió

un pequeño orificio que soplaba pequeñas cantidades de polvo y guijas.. Entonces él vivía en Izaleo, y, co– mo muchacho, tenIa la costumbre de ir a verlo; y que

10 había observado, y marcado su crecimiento de año

en año, hasta llegar al tamaño que tiene en la actua_ lidad, El capitán D.e Nouvelle me refirió que él pudo notar desde el mar que habia crecido mucho durante Jos ~ltimos dos años. Dos años, antes su resplandor no podIa verse de noche al otro lado de la montaña en queyo estaba. Noche y día hace subir por la fuerza piedras de las entrañas de la tierra, arrojándolas al

aire y recibiéndolas sobre sus faldas. Cada día está creciendo, y probaqlemente continuará así hasta que f:e extingan los fuegos internos, o hasta que una vio_ Jent'l convulsión lo haga pedazos.

Los viajeros experimentados no están exentos de ocas;onales rapt?s de entusiasmq, pero no pueden sos– tenerlos largo tiempo. Como a la hora empezamos .a

~star cavilosos y aUn vacilantes. Algunas de las erup– cíones eran mejores que las otras, y varias de ellas eran comparativamente sin importancia. Gon tales pensamientos preferimos nuestro deseo de comodida– des a pasar la noche en la montaña y dispusimos re_ gresar. Mr. Blackburn y yo pensamos que podríamos evitar el rodeo de la montaña descendiendo directa_ mente a la base del volcán, y cruzándola salír al ca– mino; real; pero nuestro guía dijo que era una tenta– ción a la Providencia, y no quiso acompañarnos. Tu– vimos un descenso a pie muy escarpado, y en algunos lugares nuestros caballos se resbalaban sobre sus ano cas. Una inmensa capa de lava, detenida en su rodan_ te curso por la falda de la montaña, llenaba por com_ pleto el ancho espacio entre nosotros y la base del voL f'án. Nosotros pasamos directamente sobre esta ne– gra y horrorosa capa, pero tuvimos gran dificultad pa– 1'a hacer que nuestros caballos nos siguieran. La la– va 8e extendia en ondas tan irregulares como las olas del mar, abrupta, escabrosa y con enormes gríetas, di_ fíciles para nosotros. y peligrosas para los caballos. Con mucho trabajo los hicimos avanzar hasta la base y alrededor de la falda del volcán. Macizas piedras, arrojadas al aire, caían y rodaban por las faldas, tan cerca que no nos atrevimos a arriesgarnos a mayor dis_ tanc;a. Estábamos temerosos de romper las patas de nuesttas cabalgaduras en los hoyos en que constante~

mente caían, y regresamos. Sobre el punto más ele– vado desde el ;'ual habíamos mirado hacia el cráter del volcán, estaba sentado nuestro guía, contemplán– donDs, y, según podíamos imaginar, riéndose de noso– lros. RetroC'edimos penosamente atravesando la capa de lava y subimos por la falda de la montaña, y al lle_ gar a la cima, ambos, mi caballo y yo, estábamos casi agotados. Afortunadamente el camino de la casa era para abajo. Ya era muy entrada la noche cuando pa– samos al pie de la montaña y salimos al llano. Cada estallido del volcán lanzaba una columna de fuego; en

cuatro lugares había constantemente llamas, y en uno de ellos una corriente de fuego rodaba hacia abajo por su falda. A las once de la noche llegamos a Zonzo_ uate, habiendo raminado algo más de cincuenta millas además de las fatigas que habíamos soportado alrede~

dor de la base del volcán; y tal había sido el interés

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