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« Previous Page Table of Contents Next Page »del día de trabajo que, aunque era mi primer esfuerzo, nunca sufrí por él.
Pronto quedaron hechos los arreglos para mi via– je por el Pacífico. El sirviente a quien me he referi– do era un nativo de Costa Rica, entonces en viaje para su hogar, después de una larga ausencia, con una car_ ga de mercaderías de su pertenencia. Era un sujeto nito, .bien parecido, vestido con una chaqueta o cotón guatemalteco, y un par de pantalones mexicanos, de
cuero, con botones a los lados y un sombrero pardo de oelo; de copa alta y ala ancha, del todo superior a cualquier sirviente de los que yo -había visto en el país; y pienso que si no hubiera sido por él, yo no habría emprendido el viaje. Al lector quizá le chocará el saber que su nombre era Jesús, que se pronuncia en español "Hezoos", por cuyo segundo nombre, para evi_ tar lo que pudiera ser considerado como una irreveren_ cia, le llamaré de aquí en adelante.
CAPITULO 16
ENFERMEDAD Y MOTIN - CONVULSIONES DEL CAPITAN JAY - SITUACION CRITICA _ PENOSA ASISTENCIA - UN PAISANO EN APUROS - LOS DELFINES - SUCESION DE VOLCANES. _ EL GOLFO DE NICOYA - EL PUERTO DE CALDERA - OTRO PAISANO _ OTRO PACIENTE _ LA HA– CIENDA DE SAN FELIPE - EL MONTE AGUACATE - "ZILLENTHAL PATENT SELF.ACTING COLD AMALGAMATION MACmNE" - MINAS DE ORO - VISTA DESDE LA CUMBRE DE LA MONTAÑA._
El lunes veintidós de Enero, dos horas antes de amanecer, salimos para el puerto. "Hezoos" mostra– el camino llevando por delante todo mi equipaje, en– vuelto en una baquette (vaqueta), que' erasimplemen_ te un cuero de res, al estilo del país. Al clarear el día oímos detrás de nosotros el resonar de cascos de caba_ llos, y don Manuel de Aguila, con· sus dos hijos, nos al– canzó. Antes que hubiese pasado 'la frescura de la ma- , ñana llegamos al puerto y nos dirigimos a la antigua ' choza que no esperaba volver a ver jamás. La hamaca se balanceaba en el mismo lugar. El miserable rancho parecía destinado a ser la morada de la enfermedad. En un rincón yacía el señor D'Yriarte, mi capitán, exhausto por una noche de fiebre, e imposibilitado pa· ra darse a la W' la en ese día.
El Dr. Drivin estaba otra vez en el puerto. El no había desembarcado. todavía su maquinaria; el hecho
el'a que el trabajo había sido suspendido por un mon_ Un a bordo elel bergantín inglés, cuyo cabecilla, según queja del doctor, era un poco arriba de la señal de la alta marea, casi barridas por las olas, estaban unas tos;. cas cruces de madera, marcando las tumbas de los in_ felices marineros que habían fallecido lejos del hogar. Al regreso me encontré en el rancho con el capitán Jay, del ber~antín inglés, quien también se quejó con– migo del marinero americano. El capitán era un jo– ven que hacía su primer viaje como patrón; su esposa, con quien se había casado una semana antes de darse a la vela, le acompañaba. Había tenido un desastroso Yiaje de ocho meses desde Londres: al doblar el Cabo de Hornos su tripulación se vi6 quemada por el hie– lo y sus mástiles arrebatados. Con un solo hombre sobre cubierta había subido hasta Guayaquil, donde incurrió en gran pérdida de tiempo y de dinero para hacer las reparaciones y embarcar una tripulación en_ teramente nueva. En Acajutla se encontró con que sus botes no eran suficientes para desembarcar la ma_ quinaria del doctor, y tuvo necesidad de esperar has_ ta que pudiera construirse una balsa. Mientras tanto su tripulación se amotinó, y algunos de ellos rehusa– ron trabajar Su esposa estaba entonces en la hacien– da del doctor; y yo pude observar que, mientras le es· cribía a ella una esquela con lápiz, su atezado rostro estaba pálido, y grandes gotas de sudor pendían de su frente. Luego después se arrojó a la hamaca, y pensé que se había dormido; pero a los pocos minutos noté que la ham"lca se sacudía, y, recordando mi propia sacudida allí, supuse que estaría con sus viejas mañas de dar a la gente la fiebre intermitente; pero muy pronto observé que el pobre capitán tenía convulsio_ nes. Exceptuando el Capitán DYriarte, que estaba echado junto a la pared enteramente imposibilitado, yo era el ú:rlÍco hombre en el rancho; y como había pe– ligro de que él mismo se tirara fuera de la hamaca, yo procuraba sostenerlo en ella; pero con un convulsivo esfuerzo me arroj ó al otro extremo de la choza, y se inclinó de un lado de la hamaca, con una mano enre·
dada en las cuerdas y con la cabeza casi tocando el suelo. Lf! vieja decía que el diablo había tomado po_ sesión de él, y corrió hacia afuera gritando. Afortu_ nadamente esto trajo al interior a Un hombre a quien yo no h~bia visto antes, Mr. Warburton, un ingeniero que habla llegado para montar la maquinaria siendo él mismo una máquiña de muchos caballos de' fuerza pues tenía un par de hombros que parecían hecho~
exprofesamente para sujetar a los hombres con convuL
s~ones. Al principio quedó tan conmovido que no sa– bIa qué hacer. Yo le dije que al capitán había que sUJelarlo, por lo que, abriendo sus poderosos brazos los apretó alred~dor ~e los deLcapitán con la potenci~
de una prensa hldráuhca, volvlendole las piernas sobre mí. Estas ~ier~as eran un par de las más robustas que soportaran Jamas un cuerpo humano; y sinceramente creo que si los pies hubieran tocado una vez mis cos– ül1as, me habrfan lanzado a través de la pared del rancho. Velando mi oportunidad, enrollé la hamaca alrededor de SUB piernas, y mis brazos alrededor de la hamaca. Mientras tanto él se libró del abrazo de MI' Warburton, quien, aprovechándose de mi idea envol~
vió su parte entre los pliegues de la hamaca y le dió su .ten;ate desde afuera. El capitá~ force'jeaba, y, arrastrandose como una enorme serpIente, deslizó su cabeza fuera del extremo de la hamaca, y retorció las cuerdas all'ededor de su cuello, de tal modo que noso~
tros temíamos que se estrangulara él mismo. Está~
bamos en la mayor desesperación cuando entraron vio_ lentamente dos de sus marineros, los que, estando fa~
miliarizados con las cuerdas, le desenredaron la cabe–
7.8, lo hicieron retroceder entre la hamaca, la enrro. lIaron a ru alrededor como antes, y yo me retiré com_ pletamente exhausto.
Los dos suplentes eran Tom, un marinero de ofi– cio, co~no de cuarenta años, y el cocinero, un negro y amigo particular de Tom, a quien él llamaba Darkey Tom tomó toda la dirección para asegurar al capitán· y aunque el Dr. Drivin y varios indios entraron, la vo~
de 'I'om era la única que se oía, y dirigida solamente a "Darkey" "¡Sosténgale las piernas, Darkey!". "¡A_
gárrelo duro!". "¡Firme Darkey!" pero todos juntos no lo pudimos sostener. Volviendo hacia arriba la ca– ra y doblándose para adentro, se amarró la espalda y empujó ambas piernas a través de la hamaca. golpeán– do los pies violentamente contra el suelo; todo su cuerpo pasó por enmedio. Sus esfuerzos eran terri. bIes. Súbditamente la masa de cuerpos sobre el piso rodó contra la ~ama del Capitán D'Yriarte, la que se quebró con un estallido, y el capitán atacado por la fiebre se vi6 obligado a retirarse del lugar gateando. En el intervalo de uno de los más violentos esfuerzos, oímos un extraño y estúpido sonido, que parecía como Un intento de cantar Gomo gallo. Lbs indios que llena– ban el rancho se rieron, y el Dr. Drivin se puso tan in_ dignado por su falta de piedad, que agarró una tranca
y los arrojó a todos hacia fuera. Un viejo y desnudo
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