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« Previous Page Table of Contents Next Page »ba en VIaje de comercio, procedente de Burdeos, con
nn surtido cargamento de mercaderías francesas; ya
habla tocado en los puertos del Perú, Chile, Panamá
y Centro América, dejando en cada uno mercaderías francesas; ya habia tocado en los puertos del Perú,
Chile, Panamá y Centro América. dejando en cada uno mercadería para su venta, cuyos productos serían in~
vertidos en la compra de producciones del país; y es~
taba destinado a MazaUán, en la costa de México, de donde volvería, tomaría su carga y a los dos años .re_ gresaria a Burdeos. Tuvimos un déjeuner a la for~
chette, abundante en lujos parisienses, con vinos y ca~
fé, como en París, para lo cual, afortunadamente para las provisiones del buque, Yo no traía mi acostumbra_ do vigor; y allí habla estilo en todas las cosas, aun para el nombre del mayordomo de los camareros, a quien llamaban el maitre d'hotel.
A las dos de la tarde nos fuimos a bordo del Me_ l;mie. Este era casi del mismo tamaño, y si no hu.
biéramos visto primero al BeHe Pon1e, habríamos es_
tado contentos con él. La comodidad y el lujo de es– tos wpalacios flotantes" estaba en abierto contra.ste con la pobreza y miseria de la desolada costa. El ca–
pitán del Relle Potile vino a bordo a comer. Fué un
gran placer para nosotros mirar el gozo con que estos dos hombres de Burdeos y sus respectivas tripulacio– nes se juntal'on en esta lejana playa. El Cabo de Hor_ nos Perú y Chile fueron el objeto de la conversación,
'i n'osotros hallamos a bordo un legajo de periódicos, eme nos dieron las últimas noticias de nuestros amL gas en las Islas Sandwichs. Mr. C. y el capitán del .Bella PouJe permanecieron a bordo hasta que nos pu_ Gimas en ruta. Les dijimos adiós sobre la,. barandi– lla; la brisa de la tarde hinchó nuestras velas; por unos momentos los miramos; después como un punto negro sobre el agua; se hundió la ola y los perdimos tie vista por completo,
Poco tiempo permanecí sobre cubierta. Yo era el único pasajero. y el maitre d'hotel me hizo una ca– ma con canapés directamente bajo las ventanas de po– pa, pero no pupde dormir. Aún con las ventan~§ y las puertas enteramente abiertas el camarote estaba excesivamente ~aluroso. El aire era caliente y lleno de zancudos. El capitán y los contramaestres durmie_ ron sobre cubierta. A mi se me advirtió de no hacer_ lo aSÍ, pero a las doce de la noche salf. Brillaba]a luz de las estrenas¡ las velas aleteaban contra los mástiles; el océano parecía una lámina de vidrio, y la costa obscura e írregular, lúgubre y portentosa con sus volcanes. La osa mayor estaba casi sobre mí; la estrella polar se encontraba más baja que como la ha_ bía visto antes. y, así como yo, en decadencia. Un joven marino, de guardia sobre cubierta, me habló de lo engañoso del mar, de ]a pérdida de embal'cacjones,
del naufragio de un buque americano donde él se en– contraba en su primer viaje por el Pacifico, y de su hermosa y amada Francia. La frescura del aire era agradable; y mientras él conversaba conmigo me ten– dí sobre un canapé Y me quedé dormido.
Al siguiente dia me repitió la fiebre, que se sostuvo por todo el dia, y el capitán me puso bajo la discipli~
na del buque En la mañana el maitre d'hotel se paró ante mí con una copa y una cuchara: ¡"Monsieur, un vomitif", y por la tarde, uMonsieur, une purge". ·Cuan_ do llegamos a AcajutIa yo me encontraba incapaz de
~altar a tie1'l'a. Tan pronto como echainos el ancla el capitán desembarcó, y antes de salir para Zonzona_ te contrató mulas y hombres para mi. El puerto de Acajutla no es tan enteramente abierto como el de 1s_ tapa, teniendo hacia el sur un prQIPontorio de rocas li–
geramente visible. En la ensenada estaba un berga– Un-goleta con destino a un puerto del Perú. una gole_ ta dinamarquesa para Guayaquil y un bergatíu inglés procedente de Londres. Toda la tarde me estuve sen_ tado sobre ·cubierta. Algunos de los marineros se en_
contraban dUl'miendo y otros jugando baraja. A la vista teníamos seis volcanes: uno arrojando humo cons~
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tantemente y el otro llamas. Por la noche el volcán de Izalco parecía una constante bola de fuego.
A la mafiana siguiente el contramaestre me con~
dujo a tierra en una lancha. El procedimiento fué el mismo que en Istapa, y fuimos detenidos algún tiem_ po por el bote de un barco inglés que ocupaba el ca· ble. Tan pronto como encallamos, una multitud de indios, desnudos excepto una banda de género de aL
godón ah'ededor de los ijares y pasada entre las pier– l.as, se apoyaron contra los costados del bote. 1\1:on–
t~ en ].os hombros de uno de ellos; cuando regresaba
la ola él me llevaba hacia adelante varios pasos en
f3eguida se paraba y braceaba contra la ola que llega– ba. Yo me adherí a su cuello pero ya me iba escu– rriendo a toda prisa por sus' resbaladizos costados cuando me depositó en las playas de San Salvador 11a:
mada por los indios "Cuscatlán" o la tierra de l~ ri.
queza. Alvarado, en su viaje al Perú fué el primer español que puso los pies sobre esta piaya y como yo tuve especial cuidado .de no. moj~rmelos, n'o pude me_ nos ~ue. pensar en la Ultréplda figura y en los nervios de hierro de los conquistadores de América
El contramaestre y los marineros se despidieron de mi y regrf..saron al buque. Yo anduve a lo largo de
la playa y subí a una empinada colina. Apenas eran las ocho de la mañana y ya hacía excesivo calor. So– bre la ribera frente al mar estaban las ruinas de ~Tan
des almacenes, usados como depósitos de lnerca~erías
bajo ~l dominio españOl, cuando todos los puertos de AmérIca estaban cerrados para los buques extranje_ ros En un extremo del arruinado edificio habia una especie de cuarto de guardia, donde unos pocos solda.
d~s estaban comiendo tortillas, y uno de ellos lim_ pumdo su mosquete. Otro departamento estaba OCll.
pado por el capitán del puerto, quien me dijo que las
mulas contratadas para mi se habían soltado y que los arrieros las andaban buscando. Aquí tuve yo el
placer de encontrarme con el Dr. Drivin, Un caballero de la Isla de Santa Lucia, que poseía una gran hacien– do de azúcar a pocas. l~guas de distancia, y que estaba en ~l puerto para. VIgilar el desembarque de maqui. na,na para un mohno, que venía en el bergatín inglés. MIentras esperaba las mulas él me condujo a una cho_
z~ ~onde tenía colgadas dos hamacas de Guayaquil, y smtiéndome ya cansado de mis esfuerzos, tomé pose– sión de una de ellas.
La mujer del rancho era una especie de gobierno económico de los buques; y como estaban al11 tres barcos en el puerto, el rancho Se encontraba repleto c?n legumbres, uutas, huevos, aVes de corral y provi– 510n&8 para los buques. Estaba cerrado y caliente, pero muy pronto hube menester de toda la ropa que pude conseguir. Tuve un violento escalofrío seguido ele fjebre. en comparación con el cual, todo lo
que yo había sufrido antes era nada. Pedí agua hasta que
~a vieja mujer se can.só de dármela, saliéndose y de–
Jlindorn:e solo. :!\1e puse a delirar, aturdido por el do_ lor y vag~mdo en medio de las miserables chozas con la sola conciencia de que mi cerebro estaba ardiente Cons¿rvo un vago recuerdo de que hablaba en jnglé~
a algunas india", pidiéndoles que me consiguieran un caballo para irme a Zonzonate; de que algunas se reían otras me mel'iban con lástima, y otras me quitaron deí sol y me acostaron a la sombra de un árbol. A las tres de la tarde el contramaestre vino otra ve21 a tieITa. Ya babía yo cambiado de postura y me encontró ten~
dido boca abajo durmiendo y casi agotado por el sol El quería regresal'me a bordo del buque, pero yo le rogué que me consiguiera mulas y que me llevara a ZOJlzonate, al alcance de la asistencia médica. Dificil sE'rfa el encontrarme peor que como estaba cuando monté. Pase tres horas de agonía, abrazado por el intenso calor, y poco antes de anochecer llegué a ZOll'_ zQnate, afortunado, como el Dr. Drivin me dijo más tarde, de no haber sufrido una insolación. Antes de entrar a la ('iudad y al cruzar el puente sobre el Río Grande. encontré a un caballero bien montado que He\ aba un rojo pellon del Pe.'ú sobre la silla,' cuya
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