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« Previous Page Table of Contents Next Page »Por respeto a los recuerdos de la patria, fui a vi– sitar a mi bella compatriota; comí en casa de MI'. Hall,
y por la tarde fuí al patio de gallos, un gran edificio cil'cular, hermosamente proporcionado, con un eleva– do asiento para los jueces, quienes tocaron una cam– panilla como señal para la rIña, y comenz6 la algara-
mía: «¡Yo voy cinco pesos!" "Yo voy veinte", etc.; y
me es satisfactorio decir, que en este repleto antro s610
ví a un hombre a quien jamás había visto antes; de allí me dirigí a la corrida de toros, y en seguida al teatro. El lector admitirá Que YO comenté del modo
más brillante el año de 1840.
CAPITULO 15
EN BUSCA DE UN GOBIERNO - DIFICULTADES DIPLOMATICAS ~ SALIDA DE GUATEMALA – LAGUNA DE AMATITLAN - ATAQ¡UE DE FIEBRE INTERMITENTE - OVERO - ISTAPA - UN BU_ QUE MERCANTE FRANCES - EL PUERTO DE ACAJUTLA - ENFERMEDAD - ZONZONATE -EN CUENTRO DEL GOBIERNO - VISITA AL VOLCAN DE IZALeO - CURSO DE LAS ERUPCIONES -
DESCENSO DEL VOLCAN.
El día domingo cinco de Enero, me levanté para emprender el viaje en busca de un gobierno. Don Ma– nuel Pavón con su acostumbrada benevolencia, me trajo un paquete de cart~s de presentación para sus amigos de San Salvador. MI'. CatherYood intentaba a– compañarme hasta el Pacifico. No teníamos arregla– do el equipaje, el arriero no había aparecido, y no me habían enviado mi pasaporte. El capitán De Nouve– He esperó hasta las nueve, y en seguida se adelantó.En medio de mi confusión recibó la visita de un distingui_ do canónigo. El reverendo prelado se mostró sorpren_ dido por mi salida en ese día. Yo estaba a punto de exponer mis necesidades como una excusa por viajar en día domingo; pero él me relevó de hacerlo agre· gando que allí habría un banquete de amigos, corrida de toros y una representación teatral, adrnirnndose de que yo pudiese resistir a tales tentaciones. A las on– ce llegó el arriero, con sus. mulas~ su mujer, y :un pe– queño hijo andrajoso; y Mr. Savage que era SIempre mi amparo en las pequeñas molestias que son inheren– tes para hacerlo todo en aquel pais lo mismo que en los asuntos de mayor importancia, regtesó de la Casa del 'Gobierno con la noticia de que mi pasaporte ya se me había remitido. Yo sabía que el gobierno esta– ba descontento por mi propósito de ir a la capital. La noche anterior había corrido la voz que yo intentaba presentar mis credenciales en San Salvador, Y recono– cer la existencia del gobierno federal; los periódicos recibidos esa misma noche por el col'l'eO de México es_ taban cargados con relatos de una invasión de aquel país por los Tejanos. Yo había recibido antes un es– crito de información que era nuevo para mi, y en el cual se consideraba diplomático que yo manifestase ignorancia, es decir, que aunque no fuera declarado abiertamente, los Tejanos estaban apoyados y empu– jados por el gobierno de los Estados Unidos. Se nos consideraba muy empeñados en la conquista de Méxi– co; y, por supuesto, Guatemala vendría en seguida. El odio por nuestras ambiciosas pretensiones acrecen– tó el sentimiento de frialdad y desconfianza hacia mí, originado por no haberme adherido al partido domi_ nante. En general se me consideraba como el sucesor de MI'. De Witt. Era sabido entre los políticos que los procedimientos estaban pendientes de la renova_ ción de un tratado, y que nuestro gobierno pensaba hacer reclamaciones por la destrucción de propiedades de nuestros ciudadanos en una de las revoluciones del país, pero algunos se imaginaban que el obieto espe_ cial de mi misión era muy obscuro y a favor del parti– do en San Salvador. Cuando Mr. Savage volvió sin ningún pasaporte, sospechando que allí había inten– ción de estorbarme y hacerme perder la oportunidad de irme por mar, me dirigí inmediatamente a la Casa del Gobierno, donde recibía la misma respuesta que le fué dada a Mr. Savage. Yo solicité otro pasapor– te, pero el Secretario de Estado me 10 negó, fundán– dose en que ninguno podría ser expedido en ese dia. Había vados empleados en ]a oficina, y yo insistía alegando mi urgente necesidad, la próxima salida del capitán De Nouvelle, mi oportuna petición y fundán_
dome en la promesa de que me sería enviado a mi casa Después de una desagradable conferencia, me fué dado uno, pero sin asignarme ningún carácter oficial. Hice notar la omisión, yel secretario me contestó que yo no había presentado mis credenciales. Respondí que mis credenciales eran para el gobierno general y
no para el del Estado de Guatemala, único a quien él representaba; pero persistió en que no era la costum– bre de su gobierno reconocer ningún carácter oficial a
menos que fuesen presentadas las credenciales. Su
gobierno había estado en existencia alrededor de seis meses, y 'durante ese tiempo ninguna persona que pre_ tendiese tenr carácter oficial había estado cerca del
país. Puse en sus manos mi pasaporte de mi propio gobierno, recordándole que yo ya había sido arresta– do y hecho prisionero una vez, asegurándole que de todas maneras emprendería mi viaje para San Salva– dor, y que deseaba saber si él me daría el tal pasapor– te que yo tenía derecho a solicitar. Después de mu– cha vacilación y con muy poca gracia, interlineó an– tes del título oficial las palabras con el carácter. Yo soy bastante indulgente con el sentimiento partida– rista en un país donde las divisiones políticas son cues_ tiones de vida o muerte, más particularmente para con
don Joaquin Durán, cuyo hermano, un sacerdote, ha– bía sido fusilado poco tiempo antes por el partido de Morazán; pero este intento de dificultar mis movi– mientos, privándome de los beneficios del carácter o– ficial, excitó en mí un sentimiento de indignación que no pude reprimir. El rehusar por completo la acep– tación del pasaporte o esperar un día para protestar, me ocasionaría la pérdida de mi pasaje 1'01' mar, Y
haría necesario el emprender un peligroso viaje por tierra, o el abandono de la ida a la capital; lo cual, yo creo, era lo que deseaban. Yo estaba resuelto a no
ser estorbado por ningún medio indirecto. Necesita– ba solamente un pasaporte para el puerto -el mejor que ellos podían darme no lo valuba yo muy aIto- en San Salvador ya no tendría valor alguno; y con el descortés papel dado con tan mala voluntad, regresé a
la casa y a las dos de la tarde partimos. Era la hora más calurosa del día, y cuando pasamos por la garita, el sol estaba abrasador. Aunque y era tarde, nuestro arriero no habia terminado sus despedidas. Su mu– jer y su pequeño hijo le acompañaban; y en las afue– rasras de la ciudad, a cierta distancia, nos vimos obli– gados a parar bajo el ardiente sol hasta que llegaron. Sentimos una grande alegría cuando ellos cambiaron sus últimos abrazos, y la muje'r y el hijo regresaron para su hogar en Mixco.
No obstante lo avanzado de la hora, nos apartamos del camino ordinario con el propósito de pasar por la laguna de Amatitlán, pero ya era tarde cuando nega– mos a la cima de una elevada fila de montañas que limitan esas hermosas aguas. Mirando hacia hacia abajo parecían como niebla condensada en el fondo de un profundo valle. El descenso era por montaña, muy escarpada, y en la profunda obscuridad difícil y peligrosa. Nos sentimos felices cuando llegamos a la orilla de la laguna, aunque todavía un poco arriba del
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