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« Previous Page Table of Contents Next Page »que jamás yo había visto; pero de todos modos esta era una pueril exhibición, y las mejores clases, entre quienes se encontraba mi bella compatriota, la consL deraban únicamente como una simple oportunidad pa_ ra cultivar las relaciones sociales.
POi' la noche fuimos al teatro, que se abría por pri– mera vez. Se había comenzado a construir un gran edificio en la ciudad, pero en una de las revoluciones había sido demolido, quedando la obra abandonada. La representación tuvo lugar en el patio ?-e la caSa. El escenario se levantó en una de las esqumas, el lu– netarío era en el patio, y el corredor fué dividido por tabiques provisionales' para los palcos; los asistentes mandaron de antemano sus propios asientos o los con_ ducían los criados al llegar. Nosotros teníamos invita_ ción para el palco del señor Vidaury. Carrera estaba alH sentado en un banco un poco elevado junto al
mu~o de la casa y a la derecha del jefe del Estado Ri_ vera Paz. Algunos de SUs oficiales le acompañaban con vistosos uniformes, pero él había colocado el suyo a un lado y tenía puesta su chaqueta negra de alepín
y pantalolIes. manifestándose muy modest9 e.n su por~
te. Yo lo consideraba como el hombre mas Importan– te de Guatemala, Y procuré darle la II}ano al pasar. ~a
primera pieza era Saide, una tragedIa. La compama estaba formada enteramente por guatemaltecos y su representación fué muy ~uena. No !Iubo cambio de decoraciones Cuando baJaron el telan, todos encen_ dieron sus cigarros incltiso las damas, y, afortunada_ mente había allí u'n patio abicI'to para el escape del humo.' Al terminar la representación los ~e lo~ pal_ cos esperaron hasta que el lunetario quedo vaclO. Se había tenido especial cuidado en colocar cenllinelas y
todos se fueron a sus casas pacíficamente.
Durante la semana se hicieron esfuerzos para es–
tar alegres pero todo se hallaba más o menos mezcla– do con las' solertmidades religiosas. Una de ellas era la Novena o período de nueve días de rezos a la Vi~'_
gen. Una' dama, que se distinguía por ~a observancIa de 0sta devoción, tenía un altar construIdo a 10 largo de todo un extremo de la sala, con tres gradas, deco_ rado con flores. Y una plataforma adornada con espe_ jos, cuadros e imágen~s, en 1?edio de las ~uales esta– ba una imagen de la VIrgen r.ICame,nte atavlad~, y toda ornamentada de una manera ImposIble para mI de des– críbü: pero que puede imaginarse en un lugar donde las fl~res naturales se encuentran en la mayor profu_ sión, y las artificiales se ha~en más perfectas que e? Europa, y donde las damas tienen un ~gusto extraordI_ nario para arreglarlas. Cuando entre, los caballeros estaban en una antesala, con sus sombreros, bastones
y espadines' y en la sala las señoras, con sus criadas
Iimpiament~ vestidas, estaban arrodilIadas rezando, frente al encantado altar había una dama que parecía un hada' y mientras sus labios se movían, su errante mirada ;'esplandecía y se miraba como más digna de que se le arrodillaran que la linda imagen que tenía al frente, y ella parecía comprenderlo así también Con respeto a mis asuntos oficiales yo me encon_ traba enteramente sin saber qué hacer. En Guatema_ Ja todos estaban del mismo lado; todos dec:ían que allí no había Gobierno Federal; y MI'. Chatfleld, Cónsul General Británico cuya opinión yo respetaba más, es– taba de acuerdo c~n esto, y había publicado una circu~
lar negando su existencia Pero el Gobierno Federal pretendía existir, y la simple insinuación de la mar_ cha del General Morazán contra Guatemala excitaba el terror. Varias veces circularon rumores de tal co– sa y una vez se dijo que ya estaba determinado a veri~
fiéarla' que ni un solo sacerdote sería perdonado y que por ]a~ canes correría sangre. Los más atrevidos par– tida:dos temblaban por sus vidas. Morazán nunca ha.. bía sido derrotado; Carrera siempre huía de él; no te_ nían confianza en que pudiera defenderlos, y no po_ drían defenderse a sí mismos De todas maneras, yo
hasta entonces sólo había oído a los de un lado, y no creía justificado el presumir que allí no hubiera go– bierno. Yo esb1.ba obligado a verificar una ucuidado.. sa investigaci.ón", y entonces podría dar cuenta, en es– tilo jurídico, "cepi corpus",. o "non est inventus", de acuerdo con las circunstancIas.
Con esta mira tomé la determinación de ir a San Salvador, que era al principio, y aun pretende ser la capital de la confederación y el asiento del gobierno federal, mejor dicho, a Cojutepequc, a cuyo lugar se había, a la sazón, trasladado posteriormente el gobier_ no con motivo de los terremotos de San Salvador. Es– te proyecto no dejaba de tener sus dificultades. Un tal Rascón, con una cuadrilla de insurgentes lanzados al pillaje, ocupaba una región intermedia del país, sin reconocer a ningún partido y peleando bajo su propia bandera. Mr. Chatfield y MI'. Skinner habían llegado por mar, en i'uta indirecta, para esquivarlo y el capi– tán De Nouvelle, patrón de un buque francés anclado en el puerto de San Salvador arribó a Guatemala casi huyendo, después de haber cabalgado sesenta millas el último día sobre una región montañosa y referia ho– rribles atrocidades, y de tres hombres ásesinados cer_ ca de San Vicente, cuando iban en camino para la fe_ ria de Esquipulas, con las caras tan desfiguradas que no pudieron ser rec,Onocidos. Inmediatamente que lle– gó envió un correo ordenando a su buque navegar para Istapa, con el único objeto de tomarlo a bordo, evitán–
dole el tener que regresar por tierra, Ya hahía yo ma–
nifestado mi intención al gobierno del Estado, el cual por cierto no estaba de acuerdo con mi viaje a San Salvador, pero me 'ofreció una escolta de soldados ad~
virhéndome, sin embargo, que si encontrábamos ~JgU
nos de los de Morazán, seguramente había lucha. Esto no era de Jo más agradable. Yo estaba poco dispues~
to a viajar por tercera vez en el camino de Istapa pero. obligado por las circunstancias, acepté la invitación del capitán De Nouvelle para tomar un pasaje en su bu– que.
Mientras tanto ocupé mi tiempo en visitas de so– ciedad En nuestra propia ciudad, la aristocracia es Hamada por el cuerpo diplomático en Washington, la aristocracia de las calles. En Guatemala ésta es la aristocracia de' las casas, pues ciertas familias viven en las casas construidas por sus padres desde la fun– daCión de la ciudad, siendo ellas en verdad antiguas mansiones aristocráticas Estas familias, con motivo de ciertos monopolios de importación, adquirieron, ba_ jo el dominio de España, inmensas riquezas y distinción como "príncipes del comercio". Al mismo tiempo fue_ ron exceptuadas de todos los servicios y de toda obli– gación en el gobierno. En tiempo de la revolución, una de estas familias era noble, con el título de mar– quesado, y su jefe hizo pedazos la insignia de su dig_ nidad y se agregó al partido revolucionario. Inme_ diatos en posición a los oficiales de la corona, pensa– ron que, emancipados del yugo de España, tendrían ellos el gobierno en sus propias manos; y así sucedió, pero fué solamente por breve tiempo. Los principios de la igualdad de derechos empezaban a comprenderse y a ellos se les hizo a un lado. Durante diez años per– manecieron en la obscuridad, pero accidentalmente volvieron al poder y en la época de mi visita goberna– ban tanto en la vida social como en la política. No es mi deseo expresarme con dureza de estas gentes, pues eran las únicas personas que constituían la socie– dad; mi comunicación era casi exclusivamente con ellas; mi bella compatriota era una de tantas; y yo me encuentro obligado a estas personas por sus muchas bondades, y, adGmás, porque son personalmente ama– bles, pero me refiero a ellos como hombres públicos. No simpatizaba yo con su política.
A mí la situación del país me parecía de 10 más crítica po!' una causa que en Hispano_América nunca había operado antes. En la época de la primera inva~
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