This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »nna carta de MI' Catherwood, fechada en Esquipulas, diciéndome que su sirviente le había robado, que él
había caído enfermo y había abandonado las ruinas
yéndose a casa de don Gregario, y que ahora se en_ contl'aba en via~e para Guatemala. Mi mensajero ha_ bía pasado por Copán y caminado sin saber adonde. Yo me encontraba en un gran apuro, y l'esolví, después
de un día de dpscanso, salir en busca de él
Me vestí y me dirigí a una tertulia en ca– sa del señor Zebadours, antes Ministro en Inglate– ITa, dond~ sorprendí a los guatemaltecos con el relato de la jira que había hecho, y particularmente por ha– ber llegado solo de Istapa. Aquí encontré a Mr Chat– íield, Cónsul General de Su Majestad Británica, y a Mr Ckinner, que había llegado durante mi ausencia. Era la víspera de Navidad, la noche de El Nacimiento de Cristo. En un extremo de la sala se había levan_ tado una plataforma, con un piso verde, y decorada con ramas de pino y ciprés, con pájaros posando sobre ellas, espejos, papel de lija y con figuras ele hombres
y animales, representando una escena rural, con una enramada y una muñeca de cera en una cuna; en resu–
men' la gruta de Belén y el Niño Salvador. Siempre, en esta época del año. cada casa en Guatemala tiene su nacimiento, de acuerdo con la riqueza y gusto del propietario, y en tiempo de paz, la imagen del Salva– dor es adornada con las joyas de familia, perlas y pie_ dras preciosas, y por la noche todas las casas están a_ biertas, y los habitantes, sin ser conocidos ni invitados,
y sin distinción de rango ni persona, van de casa en ca_ sa visitando; y la semana de El Nacimiento es la l"l1ás alegre en el año; pero, desgraciadamente, por ahora, se observaba solamente por fórmula; la condición de
la ciudad era demasiado incierta para permitir la en– trada general en las casas y para andar por las calles
de noche. Podría ser pretexto para que entraran los soldados de Carrera.
La reunión era pequeña, pero se componía de la élile de Guatemala, y principió con la cena después
de la cual siguió el baile, y, me veo obligado a añadir, la fumadera. La pieza estaba mal alumbrada, y la compailía, dada la precaria situación del país, nada alegre; pero el baile se sostuvo hasta las 12 de la noche, cuando las clamas se pusieron sus mantos y todos nos fuimos a la catedral donde se celebraban las imponen– tes ceremonias de Nochebuena. El piso del tem.plo estaba lleno de vecinos de la ciudad, y una gran con–
currencia de los pueblos alrededor. 1\'1r. Savage me
aCOlrpañó a mi casa y no nos acostamos sino hasta las tres de la mañana.
Las campanas habían estado repicando, y la misa de Navidad ya se había celebrado en todas las iglesias antes que yo despertara Por la tarde sería la prime_ l'a corrida ele toros de la temporada. Mi amigo Vidau
J
l'y había venido a buscarme, y ya me preparaba para irme a la Plaza de Toros, cuando oí un fuerte golpe en la puerta cochera, y entró a caballo Mr. Catherwoocl, armado hasta los dientes, pálido y flaco, lo más feliz de llegar a Guatemala, pero ni siquiera la mhad de lo que yo estaba de verle a él. Se había adelantado a su equipaje, pero yo le proporcioné un vestido y lo llevé inmediatamente a la Plaza de Toros.
Está situada cerca del templo del Calvario, al fi– nal de la calle real, de construcción y forma parecida al anfiteatro romano, como de trescientos cincuenta pies de largo y doscientos cincuenta de ancho, capaz de contener, según supusimos, cerca de ocho mil almas, por lo menos la cuarta parte de la población de Gua– temala, y ya por entonces se encontraba llena de eS– pectadOl es de ambos sexos y de todas las clases socia– les, de las mejores y de las más bajas de la ciudad, sentados linos junto a otros indistintamente, desco
w lIando entre ellos los puntiagudos sombreros c1e- an– chas y volteadas alas y las negras sotanas de los sacer_ dotes
Los asientos comenzaban como a diez pies arriba de la superficie, con un corredor y una valla de made– ra abierta al frente para proteger a los espectadores,
sobre la cual se montaron los desordenados soldados de Carrera para celar el orden. A un extremo, bajo
el corredor, había una puerta grande a través de la cual se dejaría r,mt}'ar al toro. Al extr~mo opuesto, se~
parado por un tabIque de la parte ocupada por el res~
tú de los espectadores, estaba un ~ran palco, vacío, des~
tinad.o al principio, para el Capitán General y otros principales empleados del gobierno, y ahora reservado para Carrera. Abajo estaba una banda militar com_ puesta de indios en su rnaYor parte. A pesar de' la in_ mensa cantidad de gente y de la espera de un excitan_ te
l' ~gocijo, no se oían aplausos ni pataleos, o alguna otl:a manifestación de impaciencia o ansiedad por el prlllcipio de la función Al fin entró Carrera al paL
ca del Capitán General. ataviado con una levita mili~
tal' de color azul, muy mal tallada por cierto, con búr~
dado:" de oro, y asistido por Monte Rosa y otros oficia_ les l'lcamente vestidos, y por el alcalde y los miembros de la municipalidad. Todas las miradas se volvieron hacia él, como cuando un rey o emperador entra a su
palc~ en un teatro de Europa Un año antes era per_ segUIdo entre las montañas, y se ofrecía un premio por su cuerpo, "vivo o muerto
U ,
y las nueve décimas par~
tes de quienes ahora le adulan, entonces le habrían ce~
nado la entrada a la ciudad como ladrón, como asesi. no y como paria.
lVI amentos después entraron los matadores ocho en nú!Uero, montados y llevando cada uno una 'pica y un rOJo poncho; galoparon alrededor del redondel y
se pararon apuntando con sus picas hacia la pue~ta
por donde el toro debía entrar. Un padre, gran pro_ pietario de ganado, dueño de los toros de esta lidia abrió la puerta de un tirón y el animal entró a la are~
na, pateando con sus pezuñas como si jugara, pero a la vista de la fila de jinetes y de las picas se volvió para otro lado y retrocedió con más ligereza que como había entrado. El toro del padre era un buey, y como bestia juiciosa, más quería correr que luchar; pero la puerta estaba cerrada frente a él y por fuerza hubo de correr alrededor del área, mirando a los espectadores como implorando misericordia, y buscando por debajo una salida para escapar. Los jinetes le perseguían pU~
yándolo con sus picas; y por todo el contorno del re~
dondel, hombres y muchachos, sobre la barrera le ano_ jaban dardos con cachinflines ,:mcendidos y amarrados los cuales. hincándose en su carne y tronando por to~
das partes sobre su cuerpo, le irritaban, haciéndole revolverse contra sus perseguidores. Los matadores le hacían dar vueltas por un lado y otro extendiendo lucientes ponchos frente a él, y cuando los estrujaba, la habilidad del matador consistía en tirarle el poncho sobre los cuernos como para cegarlo, y entonces colo_ carle en la nuca, exactamente detrás de la quijada, una especie de bomba de fuegos artificiales; cuando es– io se verificaba diestramente promovía entre la mul– titud grit.os y aplausos. El gobierno, por un exceso de humanidad, había prohibido matar los toros, res_ tringiendo la lidia al laceramiento y la tortura. En consecuencia, esta era muy diferente de las corridas de toros en España, y carecía aun del excitante ínte_ t'és de una fiera lucha por la vida, y del riesgo del matador de ser herido de muerte o lanzado al aire en_ tre los espectadores. Pero al observar la ansiosa es– peetación de millares de gentes, era fácil imaginarse la intensa excitación en una edad guerrera, cuando los gladiadores luchaban en la al'ena ante la nobleza y hermosura de Roma. A nuestro pobre buey, después ele estar reventado de cansancio, se le permitió salir. Luego siguieron otros por el estilo. Todos los toros del padre eran bueyes. De vez en cuando un matador de a pie era perseguido hasta la barrera entre la risa ge_ neral de los espectadores. Después que el último buey terminó su corrida, salieron del redondel' los matado– res, y los hombres y muchachos saltaron a la arena en tal número que casi a empujones sacaron al buey. La bulla y confusión, el brillo de los ponchos de color, las carreras y volteretas, ataques y retiradas, y las nu_ bes de polvo, hicieron de esta la más animada escena
77
This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »