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« Previous Page Table of Contents Next Page »gucna, un cambio de administración y que le quita– ran el empleo!
Por la tarde, ya descansado y refrescado, di un paseo por la playa El puerto es una rada abierta, sin hahía cabo, roca o an'ecife, o alguna cosa que lo dis_ tinga de la lín2a de la costa. Allí no hay alumbrado de noche, y los buques en el mar toman su situación por los grandes volcanes de la Antigua a más de se_ sctna millas tierra adentro. Una boya estaba anclada más allá de las reventazones, enganchada con un cable, y bajo los cobertizos había tres grandes lanchas para el embarque y desembarque de la carga. El barco, que era de Burdeos, descargó a más de una milla de la playa. Su bote había desembarcado al sobrecargo
y a los pasajeros, antes de lo cHal el buque no había tenido ninguna comunicación con tierra y parecía 01'-
gullosamente independiente de tan desolado lugar. Detrás de la barra estaban unas pocas chozas de in·
dios, y algunos de ellos semidesnudos se encontraban sentados junto a mí en la playa. No obstante, este desatado lugar fu& en un poco tiempo el foco de ambi... ciosas esperanzas, elevadas aspiraciones, codicia· de poder y de oro y de románticas aventuras. Aquí AI~
varado preparó sus naves y se embarcó con sus segui_ dores para disputar con Pizarra las riquezas del Perú. El sol se hundía y su rojo disco rozaba el océano; se veíal:' nuves sobre su faz, y cuando desapareció, océano y tierra se vieron iluminadas por una rojiza bruma Regresé a la choza y me tendí en mi hamaca. ¿Sería posible que yo me encontrara otra vez tan lejos de mi hogar, y que estas olas¡ que se rompen a mis oídos fueran las del grandl" océano del sur
CAPITULO 14
EL REGRESO. - BUSCANDO UNA MULA. - OVERO - MASAGUA - ESCUINTLA - LAS CATARA. TAS DE SAN PEDRO MARTIR - EL mo MICHATOYA - EL PUEBLO DE SAN PEDRO - UN MAYOR· nOMO - SAN CmSTOBAL - AMATITLAN - UN AMERICANO ERR'l.NTE ~ ENTRADA A GUATE· MALA - CARTA DE MR. CATHERWOOD - VISPERA DE NAVIDAD - LLEGADA DE MR. CATHER. WOOD _ LA PLAZA DE TOROS _ UNA CORRIDA DE TOROS - EL TEATRO - ASUNTOS OFICIA. LES _ LA ARISTOCRACIA DE GUATEn'IALA - LA CONDICION DEL PAlS - DIA DE AÑO NUEVO _
FEROCIDAD DE LOS PARTIDOS.
A las tres de la mañana me despel'tó Romaldi para emprender mi viaje de regreso. Los rayos de la luna . brillaban sobre las aguas, y la canoa ya estaba prepa_ rada Me despedí de mi hospedador estando él en su hamaca y crucé el río Aquí me encontré con una in~
esperada dificultad. Mi mula de repuesto había roto el cabestro y no se la veía por ninguna parte. La bus. camas por los alrededores entre la selva hasta el ama~
necer y, pensando que debería haber tomado el único sendero abierto, y emprendido el viaje a casa por su propia cuenta. ensillamos y cabalgamos hasta Overo, a una distancia de veinte millas. Pero ninguna mula extraviada habia pasado por la hacienda, y yo me de~
t uve v envié a Romaldi de regreso al puedo. Muy pronto me cansé de esperar en la miserable hacienda, ensillé mi mula y parli solo El camino es– taba tan sombl'f~ado (me ya no me detuve por el calor del medio día Hasta veintiuna milla más adelante el {'an1ino era enteramente desolado, siendo el único ;onido ocasional el crugido de algún árbol que caía En el pueblo de Masagua me dirigí a una casa donde ví a una muíer hl1jo un cobertizo, y, desensi1Tando mi mula, conseguí que enviara a un hombre a cortar za_ cale. y que me batiera un chocolaie. Esiaba yo tan satsifecho de mi independencia, que casi resolví via– jar para siemm_'~ solo sin criado ni cambio de vestidos
'p. la media hora reanudé mi viaje. Bacia la lJuesta del sol, encontré unos indios borrachos qne venían de Escuintla, y, mirando hacia atrás sobre la llanura vi al
Rol que se hundía veloz en el Pacífico. Poco después del anochecer me encaminé a la casa del corregidor, hahiendo caminado en los dos días ciento diez millas Desgraeiadamente allí no había zaeate para mi mula Este artículo es acarreado a los puehlos diariamente por los indios, y cada persona compra lo suficiente pa_ ra la noche y nada más No había en el lugar ningún potrero disponible. Con un criado del corregidor hice una salida de exploración por el pueblo y por una tier– na súplica a una vieja, reforzada con un precio triple, compré en sus puras naríces la ración para dos mulas y las dejé sin cenal'.
Esperé hasta las dos de la tarde del día siguien_ te a Romaldi con la mula, y, después de un vano empe_ ño por conseguir un guía para las cataratas de San Pe_ dro Mártir, E'mprendl mi viaje solo directamente para Guatimala. A una distancia de dos leguas, ascendien– do una empinada colina, pasé por un trapiche o molí... no de azúcar, magníficamente situado, dominando una
vista completa de la llanura qUe yo había cruzado y del océano en lontananza. Dos bueyes estaban mo,–
liendo caña de azúcar, y bajo un cobertizo había un gran caldero hirviendo para hacer panela un azúcar morena, en marquetas como de dos libra~ cada una de la que se consume en el país una enorme cantidad: Aquí se apoderó de mí el capricho de hacer algunas preguntas respecto a las cataratas de San Pedro Mártir. Un hombr~ con los ~odos ~e fuera, 01 mismo que toda otra menclOnable e mmenclOnable parte de su cuerpo contento de poder librarse de un trabajo ordenado s¿ ofreció a conducirme. Ya había pasado a una legua más atrás, el lugar donde- yo de-bia dar la vuelta; y ca– minando hacia adelante, al pueblo de San Pedro, se desvió a la derecha y regresó casi en la misma direc– ción por una angosta vereda, descendiendo entre un espeso bosque obstruido por matorrales, y al bajar al barranco llegó al Río Michatoya, que yo había cruza_ do en rstapa A.quí era angosto y rápido, rompiéndo_ se impetuosamente sobre un lecho de piedras, con una elevada montaña del lado opuesto Sigui.endo su cur_ so, llegamos a la catarata, compuesta de cuatro caí– das de agua separadas por roes de graníto, parcialmen_ te escondidas entre arhustos, y precipitándose desde una altura Com(\ de doscientos pies, formando, con el agreste escenario alrededor, una admirable y encanta_ dora perspectiva. Un poco abajo había un molino de azúcar movido por agua, y una, hermosa hacienda po_ co común, que domina una vista de las cataratas, y en la que yo estaba muy dispuesto a pasar la noche. El mayordomo, un negro, se mostró algo sorprendido de mi visita; pero <,uando él compn~ndi6 que yo no había venido a ver el molino, sino solamente las cataratas, pareció sospechar que yo no era üna persona muy re– comendable' y cuando le pregunté si podría llegar a San Cristóbal antes de anochecer, me respondió que podría si partía inmediatamente Esta no era preci– samente una invitación para quedarme y me despedí. Una muestra de la falta de curiosidad e indolencía del pueblo es qpe, 8.unque a estas cataratas se puede lle_ gar en una tarde de agradable paseo a caballo desde Escnintla, que durante dos meses se llena de visitan_ tes de Guatimala, nadie las visita jamás
Apresurando nuestro regreso por la misma agres– te vereda salimos al camino real, y, como ya era tar_ de, contraté a mi guía para que fuera conmigo a San Crisl óbal Pasamos por el pueblo de San Pedro, que era una coleccién de miserables chozas¡ con un estan_
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