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« Previous Page Table of Contents Next Page »encaminamos al convento que está a cargo del CUfa de San Juan Obispo, pero estaba deshabitado y no habla quien nos recibiera, expecto un pequeño viejo muy
parlanchín que había llegado áquella misma mañana Muy pronto tuvimos una irrupción de indios, con el
Alcalde y sus alguaciles, que llegaban a ofrecernos sus servicios como guías vara subir a la montaña. Ellos fueron los primeros indios que encontré que no hablaban el español, y su vehemencia y vociferación me recordaba a mis viejos amigos los árabes. Des– cribían el ascenso como inuy dificil, con· peligrosos precipICios, y con mucha dificUltad para hallar el pa–
so, decidiéndonos que era necesario, para cada uno de nosotros, llevar diez y seis 40mbres con lazos para tre– par, pagan(lo doce dólares. por cada hombre. Pare– ciero,n algo asombradqs cu~ri4q. yo les dije que noso– tras necesitábamos dos hombres cada uno y que les daríamos medio dólar por cabeza, pero inmediatamen– te rebajaron a ocho hombres para cada uno y un dó–
lar por cabeZa: y después de un ruidoso ált~rcado, es... cogimos seis entre cuarenta y todos se rebraron, A
los pocos minutos olmos un vJolín
a'u~ra,. que pensa– mos seria en nuestro honor; per9 er~ el veJete que ('ra titiritero y que pensaba dar una exhibición e.sa noche.
E! músico penetró a la habitación y un hombre se paró en la puerta para aOmi~ir a los visitantes. El precio de la entrada era de t.res centa,;,os y hubo fre– cuentes disputas por, consegwr la rebaJ~. de un centa– vo o para que se admitieran dos por tres centavos. Lo
elevado, del precio impedía la entrada del populacho, la concurrencia era muy selecta y todos se sentaron en el suelo. Los ingresos, según supe por,el pQrtero, fue– ron arriba de cinco chelines. ROIp.aldi, que era un dies_ tro aficionado dirigió la orquesta es, decir, al otro violinisto. Los' títeres estaban en la habitaCi(m veci_ na y cuando se abrió la puerta se descubd6 una cha– marra negra colgando como cortina, la que al ser levan. tada dejó ver al titiritero sentado junto a una mesa con 'sus pequeñas figuras ante sI. Los juegos de ~os
títeres se nevaban a cabo por medio ~e: cónVer"saclO· nes de ventriloquía en medio de las cuales me dormí. No salimos sino hasta las siete de la mañaQ"a si_ guIente. El día tenía mala apariencia y toda la mon_ taña estaba cubierta de ,nubes. Hasta aquí la falda del volcán estaba cautivada. AI·cabo de media hora el camino se tornó tan empin.ado y resbaladi~o que d~s_
montamos y comenzamos el ascenso a pie. Los indIOS se habian adelantado llevando agua y provisiones, y cada uno de nosotros se proveyó de un fuert~ cayado. A las ocho menos cuarto llegamos a la 1."egión med.ia que se encuentra cubierta p.or una ancha fija de es– peso bosque; el camino era escarpa~o y. lodoso y c.:,d~
tres o cuatro minutos nos veíamos obllgados a parar y qescAnsar. A las nueve menos cuarto salimos a un claro donde se encontraba. upa gran cruz ·de madera. Este era el primer lugaJ;" de descanso y DOS sentamos al pie de la cruz a merendar. Había empez.ado. una llovizna, pero, con la esp~ranza de un cambIO, a las nueve y media reanudamos nuestro ascenso. El pa~
so se hizo más empinado y fangoso, los árboles se aglo_ meraban tan densamente :que ni el m.ás leve rayo de sol -peneh·aba por alli y t~w~~ sus tronc(}s y ra~as ~u.
biedos de verdes excreceñcJ.as. .El camIno habla SIdo abierto y mantenido por los indiqs que su.ben en in_ vierno a conseguir nieve y ,hielo para Guatemala. El trabajo para trepar por esta ,lodosa ladera era excesivo y muy pronto mi joven compañero ~intióse fatigado y fué impotente para continuar sin ayuda. Los indios iban preparados con lazos
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uno de e~tos se le ató alre· dedor de la cintura y dos indios pasaron adelante con el lazo sobre los hombros. A las diez.y media nos en~
contrábamos arriba de la región de Jos bosques y sali_ mos a un lado abierto del volcán. AlU aún había ár_ boles dispersos, abundante hierba y una gran variedad de .curiosas plantas y flores aportando rico material para los botánicos. Entre ellos había un árbol con. Una flor roja q.enominado el árbol de las ~anitas, pe.
ro más parecido a la mano de un manó, creciendo él
una altura de treinta o cuarenta pies, con el interiOl' de un ligero tinte bermellón y por fuera bermellón con listas amarillas. Mi compañero, cansado con el trabajo de la ascensión, no obstante la ayuda del lazo, se montó por fin sobre los hombros de un' indio. Yo me veía obligado a parar a cada dos o tres' minutos, siendo mis descansos casi iguales al tiempo que cami· naba. La gran dificultad consistía en la humedad y
el lodo, que al ascender, nos hacía perder una parte en cada paso. Este era tan resbaladizo que aun con el cayado y la ayuda de las ramas de los árboles y ar– bustós se hacía dUíci! evitar una caída. Como media hora ántes de llegar a la cima y quizás a unos· mil o mil quinientos pies de ella, los árboles se volvie~'on
escasos y parecían secados por los rayos o marchita_ dos por el frío. Las nubes se aglomeraban más espe_ sas que antes y yo perdí toda la esperanza de un claro día A las· once y media llegamos a· la c(¡spide y des– ce'ndimos al, Ól'áter. Un torbellino de nubes y vapo– res batía violentamente en sus contornos Estábamos sudando' nuestros vestidos se encontraban empapad9s por la liuvia y el fango y en pocos momentos ~ el frío nos caló hasta los huesos. Intentamos encender una fogata pero 'las ramas y hojas estaban mojadas y no
podia~ arder.. por unos pocos instan.tes logramos una débil llama y todo 'se
abatió a su alrededor; pero ca–
yó una llovizna lo sUficiente para apagarla. No po– díamos ver nada y los temblorosos indios me supl¡ca– ban que regresáranws. Sobre la,s rocas inmediatas había inscripciones,' una de las cuales llevaba la fe_
é6i 1548; y 'sobre una piedra cortada estaban las si– guientes palabras:
Alexandro Ldvertj De San Petersburgo; Edvardo Legh Page, De Inglaterra; José Croskey, De FyJadelfye, B:byrnos aquí unas Boteas: De Champana, el día 26 de Agosto de. 1634.
Parecía ext"año que tres hombres de tan lejanas y diferentes partes del mundo, San Petersburgo" In– glat2rra y Filadelfia, se hubiesen juntado para bebe~·
champaña en la cima de es~e volcá~. ~ie!1tras que yo me soplaba los dedos y coplaba la mscrIpclón, el vapor se aclaró lin poco, permitiéndome ver el interior del cráter. Era una hoya de forma ovalada, de fondo pia– no cubierto de hierba. Los lados eran en declive co– mo de cien a ciento cincuenta pies de altura, y en todo el dErredor' había montones de rocas apiñadas en es:. pléndida confusión y elevándos~ en picos inaccesibles. No hay ninguna tradici6n respecto a que esta montaña alguna vez haya arrojado fuego, y no existe por ningún lado en sus con.orDOS materia calcinada o alguna otra señal de erupción volcánica. La historia dice: que en 1541 un formidable torrente, no de fuego, sino de agua y' piedras, fué vomitado del cráter, destruyendo la antigua ciudad. El Padre Remesal refiere que en est.a ocasión la cima de la montaña se vino abajo. La altura de esta pat.'te separada era de una legua, y de la cima restante h!1sta el valle había una dlstancia de tres leguas, la que él afirma que midió en 1615. El área, seg(ln mis medidas, es de ochenta y tres pasos de lar– go por sesenta de ap..chura. De acuerdo con Torque_ mada (y tal es la tradición, según el Padre Alcántara, de Ciudad Vieja), esta inmE:nsa hoya, probablemente el cráter de un volcán extinguido, con bordes mucho más altos que los actuales, se llenó de agua por las a– cumulaciones de nieve y de las lluvias. Allí nunca hubo una erupción de agua, síno que uno de los lados se rompió y la inmensa cantidad de liquido salió pre_ cipitadamente, inundando y destruyendo todo cuanto se opuso en su camino. La i'nt'PE!llta barranca por don· de descendió, todavía era espantosa~ente visible a un
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