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CAPITULO 13

EXCURSJON A LA ANTIGUA Y AL OCEANO PACIFICO.-SAN PABLO.-PAISAJE EN LA MONTAl'l"A. -EL RIO PENSATIVO.-LA ANTIGUA.-RELATO DE SU CONSTRUCCION.-UN OCTOGENARIO.– LA¡ CATEDRAL.-SAN JUAN OBISPO.-SANTA MARIA.-EL VOLCAN DE AGUA.-ASCENSION A LA MONTAJ\lA.-EL CRATER.-UN ELEVADO PUNTO DE REUNION.-EL DESCENSO.-REGRESO A LA ANTIGUA.-EL CULTIVO DE LA COCHINILLA.- TERRENO CLASICO.-CIUDAD VIEJA.-SU FUN– DACION.-VISITA DE LOS INDJOS.-SALIDA DE CIUDAD VIEJA.-PRlMERA VISTA DEL PACIFICO - ALOTENANGO -EL VOLeAN DE FUEGO.-ESCUINTLA.-UNA PUESTA DE SOL.-MASAGUA.-

PUERTO DE ISTAPA.-LLEGADA AL PACIFICO.

El martes diez y siete de Diciembre, saH en ex–

cursión para la Antigua Guatemala y el Océano Pací_ fico. Me acompañaba un joven que vivía al lado 0–

pue~to y que deseaba ascender al volcán de Agua. Ya había yo despedido a Agustín y tuve mucha dificul– tad para conseguir un hombre que conociera el cami– no. ROMALDI (ROMUALDO) tenía sólo un defecto: era casado y como algunos de los de su gremio, muy aficionado a la vida errante; pero a su esposa no le agradaba esta inclinación' decía ella que yo iría a EL MAR Y que podría llevármelo, que jamás le volvería

a ver, y la afectuosa mujer lloraba ante la simple, idea de perderlo; pero al pagarle poniendo el dinero en SUS

manos antes de la partida, accedió. Mi único equi– paje consistía en una hamaca y un par de sábanas, que Romaldi llevaba en su mula, y cada uno teníamos uTIt par de alforjas. En la puerta encontramos a don José VIDAURY (Vidaurre) a quien yo había visto pri– mero en la silla presidencial de la Asamblea Constitu– yente, que iba a visitar su hacienda a la Antigua. Aun– que ésta se encuentra solamente a cinco o seis horas de distancia, el señor Vidaury, que era un hombre muy corpulento, tenía dos caballos de remuda e insistió en mi admiración por el animal dijo, en la frase usual de cortesía española, que el caballo era mío, Esto dicho en el mismo espíritu con que un francés que ha sido atendido hospitalariamente en una casa de campo en Inglaterra, declara su amor a siete de las hijos por mero cumplimiento. Y mi digno amigo se habría sor– prendido en extremo si yo hubiese aceptado su oferta. El camino a Mixco ya 10 describí. E'n el pueblo nos detuvimos para ver a Chico. Le habían amputa– do la mano y ya seguia mejor. Saliendo del pueblo ascendimos por una escarpada montaña, desde cuya cima disfrutamos de una hermosa vista de la pobla– ción a sus pies~ del valle y de la ciudad de Guatemala

y del lago de AmatitIán circundado por una fila de montañas. Descendiendo por un agreste y áspero ca– mino llegamos a una llanura,~ mirando hacia la iz– qúierda la aldea de San Pablo y hacia la derecha, a alguna distancia. otro pueblo. Entramos en seguida por un sitio arbolado y, después de subir y bajar por la precipitada falda de una montaña con un espléndido barranco a la derecha, llegamos a una hermosa cO~

triente. En este lugar nos encontramos rodeados de montañas; pero las orillas del arroyo estabDn cutier~

tas con delicadas fiores y papagayos de vistoso pluma~

je posados sobre las ramas de los árho]es o volando so– bre nuestras cabezas, formando, en medio del gigan~

tesco esceliario, un sitio encantador. La corriente pa– saba por entre 40s filas de montañas tan estrecha– mente unidas, que apenas había lugal' -para el paso de un camino de herraduras. A medida que avanzábamos, las montañas dirigíanse hacia la izquierda, habiendo del otro lado dd la corriente algunos recodos cultiva– dos con cochinilla entre el propio hueco de la base. Un nuevo rodeo del camino y después, siguien~o rec– to, nos permitió una vista de más de una milla por entre las montañas a cuyo extremo divisamos la An–

tigua, situada en un delicioso valle, rodeada de mon~

tañas y colinas que siempre conservan su verdor, re~

gada por dos rios que surten numerosas :fuentes, con un clima en que ni el calor ni el frío predominan; empero, esta ciudad rodeada de bellezas naturales ma-

yores que las que yo jamás he visto, ha sufrido qui– zás más calplÍ1idades que ninguna otra ciudad edifi– cada nunca. Pasamos la puerta y caminamos PQj~ los suburbios en la entrada del valle, en uno de

cuyos lados se encontraba una casa nueva que me recordó una villa italiana, con una gran plantación de cochi– nilla extendiéndose hasta la base de la montaña. A–

travesamos un río que tie'ne el poético nombre de El Río Pensativo; del otro lado había una primorosq. fuen– le y, en la esquina de la calle, las ruinas de la iglesia de Santo Domingo, un recuerdo de los formidables te– rremotos que derribaron la angua capital arrojando a Los habitantes de sus hogares.

A cada lado se encontraban las:' ruinas de las igle~

sias, de los conventos y, de las residencias privadas. grandes y valiosas, algunas reducidas a escombros, otras con las fachadas aún en pie, ricamente decora– das con estuco, agrietadas y con grandes aberturas, sin techo, sin puertas ni ventanas y con árboles creciendo en el interior hasta arriba de los muros. Muchas de las casas ya han sido reparadas, la ciudad está repo– blada y presenta un extraño contraste de ruina y res-– tauración. Los habitantes, 10 mismo que los morado-~

loes de la sepultada Uerculaneoum, parecían no tener temores de nuevos desastres. Me encaminé a la casa de don Miguel Manrique, la que Se encontraba ocupada por su familia cuando ocurrió la destrucción de la ciu– dad, y, después de recibir una afectuosa bienvenida, fui a dar un paseo por la plaza en compañía del se– ñor Vidaury. El grabado del frente dará una idea, mejor que yo, de la belleza de la escena, !Los gran– des volcanes de Agua y de Fuego se destacan sobre ella. lEn el centro se encuentra una majestuosa fuen~

te de piedra, y los edificios que la circundan, esp€,":"" cialmente el palacio del Capitán General, ostentan al frente los escudos de armas conferidos por el Empe~

radar Carlos V a la noble Y leal ciudad, y elevándose sobre todos el Apóstol Santiago a caballo, con arma~

dura y blandiendo una espada; y la maje~tuosa, aun– que destechada y arruinada catedral, de trescientos pies de largo y ciento veinte de ancho, como de seten..... ta pies de altura y alumbrada por cincuenta ventanas, manifestando en la actualidad que la Antigua fué en un tiempo una de las más hermosas ciudades del Nue– vo Mundo, merecedora del altivo nombre que le dió Alvarado, de Ciudad de Santiago de los Caballeros. Esta fué la segunda capital de Guatemala, funda– da e'n 154:;:, con motivo de la destrucción de la prime– ra por un volcán de agua. Su historia es una serie no interrumpida de desastres. "En 1588 una 0nfer– medad epidémica, acompañada de violenta hemorragia nasal, arrebató gran número de sus hahitantes; ni po– dían los facultativos idear métt>do alguno para atajar los progresos del mal. Muy severos temblores de tie– rra se sintieron en difere'ntes periodos; uno en 1585 que dañó seriamente a muchos de los principales edi– ficios; los de 1575, 76 'Y 77 no fueron menos ruinosos. El 27 de Diciembre de 1581 la población se vi6 alar– mada otra vez por el volcán, que empezó a arrojar lla– mas, siendo tan grande la cantidad de cenizas aventa– das y esparcidas por el aire, que el sol se obscureció por completo y se hizo necesaria la luz artificial en la ciudad al mediodia". •

"Los años de 1585 y 6 fueron espantosos en extre-

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