Page 102 - RC_1968_12_N99

This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

Todo esletiempo el alboroto continuó, cambiando de lugar, con estallidos ocasionales de armas de fue-' go; una tía estaba retorciéndose .las manos porque su

hijo andaba fuera y nosotros teníamos razón para te– mer una noche trágica. Nos fuimos a la cama, pero

durante largo tiempo el ruido en la calle, los gemidos del pobre Chico y los sollozos de su madre y hermana nos <¡nitaron el suefio.

No despertamos sino hasta cerca de las gj.~ez. Era día domingo; la mañana estaba I5'rillante y hermosa, los arcos y floree todavía adornaban las calles, y los

indios con sus vestidos limpios Se dirigían a la misa

dominical. Nadie, excepto los inmediatos interesa~os,

sabía o se cuidaba· de los sucesos de la noche antenor. Al atravesar la plaza, encontramos a un indio alto,

ostentoso a caballo con una larga espada a un lado,

quien sal~.d6 al seño~ Pavón y siguió su camino pasan~o

frente a la casa de Chico. lEste era Espinosa. NadIe intentaba molestarle Y nlnguna información se babia seguido por las autoridades con respecto a lo acon– tecido.

La puerta de la iglesia estaba tan llena de gente que no pudimos entrar; y al pasar por' la casa del cura, nos paramos en una entrada a ,un lado ?el altar, El cura ataviado con sus más rICas vestiduras, y con indi¿S jóvenes ayudantes en trajes sacerdQtales, con sus largos cabellos negros Y sus i.ndolentes fac~il)nes

en extraño contraste con sus vestidos y ocupaclOnes, estaba oficiante ante el altar. Sobre las gradas del frente, con sus negros mantos echados sobre la cabe– za y los ojos inclinados hacia el suelo, ~taban .las da'nzadoras de nuestra comitiva de la noche antenor; arrodilladas a lo largo de todo el piso del inmenso templo había una densa masa de mujeres indias con rojos tocados; y recostados contra los pilare~ y parados en el fondo estaban los indios envueltos en negras chaDlarras.

Esperamos ,hasta que terminó la misa y en segui– da acompañamos a las da!TIas a la casa y. nos desay1;t– namos. Aunque era domIngo, las ocupacI0E-es del dla consistian en Ona' riña de gallos por la manana Y una corrida de toros por la tarde. Nuestra comitiva ha– bía aumentado con la llegada de una distinguida fami– lia de Guatemala Y todos nos preparamos para la prj~

mera. Esta se verificó en el patio de una casa des– habitada la <¡ue ya estaba repleta; y yo observé, para honra d~ los indios y vergüenza de las mejores c1a-– ses que todos éllos 'eran mestizos o blancos, y, siem–

pr~ exceptuando a los soldados de Carrera, jamás -yi

gentés de peor catadura o con más aspecto de aseSI– nos que este grupo de hombres. Por todo el largo de las paredes del patio habia gallos amarrado¡:; de una pata, y hombres ~ndando alrededor con otros gallos bajo e\ brazo, poniéndolos en el suelo para comparar su tamaño' y peso, regulando apuestas' y tra~ando de engañarse recíprocamente. Por fin se arreglo una pa– reja- las damas de nuestra compañía tenían asientos en el corredor de la casa, y el espacio fué aclarado frente a ellas. Las navajas eran instrumentos san– guinarios, de más de dos pulgadas de largo, macizas y afiladas como agujas, y las aves apenas estaban en el suelo cuando ya tenían rizadas las plumas de la nuca y volando una sobre otra. En menos tiempo del que sd había empleado para ponerle el arpón, una ya es– taba tendida en el suelo cap. la lengua de fuera y la sangre chorreándole por el pico, muerta. El ansia y vehemencia, ruido y alboroto, pendencias, apuestas, juramentos Y' riñas de la multitud, exhibfan un triste cuadro de la naturaleza humana y de un pueblo san– guinario. Yo debo decir, en favor de las damas, que ellas en la ciudad jamás están presentes en tales es– cenas. Aquí ellas fueron por ninguna otra razón que yo pudiera ver, sino porque estaban fuera del hogar y

esta eql una parte de la fiesta. Nosotros debemos: se-r indulgentes teniendo en cuenta que Se -trata de' una educación y condición social en todo diferente a la

n~estra. Ellas no carecían de sensibilidad y refilla– mIento; y atUlque no se apartaban con disgusto pare– cían no tomar. interés en la pelea, y no estab~n dis~

puestas a esPerarse p~ra la ~gunda;

Dejando la repugnante escena dimos un paseo. por los suburbios, un lugar de los cuales domina una ma– jestuosa vista de la llanura y ciudad de Guatemala COn

montañ~s alrededor, y uno se pregunta cómo p~ede

ser pOSIble que, en medio de tan grandes y gloriosus panoramas los hombres puedan crecer can sentimieu– tos tan vile~. Al... cruzar la plaza oímos música en una casa grande perteneciente a qn rico arriero; y entran– do nos encontramos con un joven arpista y dos frailes mendicantes con las coronillas rasuradas vestidos de blanco, ~on largas capas blancas y capu~has, de una orden nuevamente revivida -en Guatemala, y bebiendo AGUARDIENTE. MANTOS Y sombreros fueron ~rro_

jados, las mesas y asientos arrimados a la pared, y a los pocos momentos mis amigos estaban valsando; si– guieron dos o tres cotillones y volvimos a la POSA– DA, donde después que fué servida fruta de diversas clases, todos nos sentamos en el corredor de atrás del portal. Por casualidad andaba suelio un caballo en el patio, y un muchacho, poniéndole las manos en! los cuartos traseros, saltó sobre sus lomos. Los mucha– chos restantes siguieron el juego, y entonces uno de ellos levantó al caballo por, las ,patas delanteras; al soltado otro lo tomó, y así $iguieron todos con gran asombro del pobre animal. En seguida hubo una exhi-– bición en el corredor, saltando uno sobre; la cabeza del otro; después uno Se agachó con las manos descansan– do en el piso del corredor, montándose otro sobre sus espaldas mientras el primero trataba de botado sin retirar las manos del suelo. Siguieron otras pruebas, todas improvisadas y cada una más absurda que ia ·'in– terior; y todo terminó con un? corrida de toros,: en la que dos muchachos se montaron sobre las espaldas de otros dos como matadores y uno, con la cabeza entre los hombros, los persegUía ~omo toro. Aunque- estas diversiones no eran muy elegantes, todos Se mostra–

ban tan cordiales uno con otro, y había allí tan per...,. fecto abandono, que la reunión terminó COn gritos y risas.

Concluido ésto, los jóvenes sacaron los ma:ntos de las damas y de nuevo salimos pata. dar un paseo; pero al llegar a la PLAZA los muchachos cambiaron de pen_ Samiento; y sentando a las damas, a quienes yo me a– gregué, en la sombra, comenzó el RESCATE. Todo el que pasaba se paraba y los vecinos parecían gOZOf;Q8

con la alegría de nuestra comitiVa. Los jugadores se revolcaban uno a otro entre el polvo, con gran alegria de los mirones; y asi siguió hasta que vimos que los azafates venían atravesando la plaza, 10 cual era un signo de comida. Por fin, pensando que ya habíamos tenido 10 suficiente para un domingo, decidf renun– ciar a la corrida de toros; y en compañía de don Ma– nuel y de otro prominente miembro de la asamblea y su familia, preparé mi regreso a la ciudad. La ma– nera de viajar era prhüitiva. Todos iban a caballo, y él mismo con un su hijo pequeño en ancas: su hija sola; su esposa sobre un sillón can un criado para sos– tenerla, una muchacha sirvienta Can un niño en los brazos, y un criado encima del equipaje, Era ulla hermosa tarde,. y el valle de Guatemala con su verde césped y obscuras montafias, presentaba una hermosa perspectiva. Al entrar eh la ciudad nos encontramos con una, procesión religiosa, con sacerdotes y monjes, todos llevando cirios encendidos, y precedida por hom– bres que disparaban cohetes. Evitamos la plaza por causa de los soldados, y a los pocos minutos me eH·

contraba ya en mi casa solo.

68

Page 102 - RC_1968_12_N99

This is a SEO version of RC_1968_12_N99. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »