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E son g¡andíssimos pescados -aglcgaba- y yo

108 lIle visto tan grandes que lIn par de bueyes COIl

U11a carreta tienen assaz carga en tal pescado.

Otro dato curioso que suministra es el de los perros tigreros que cuidaban Jo cría de cerdos de Jo estancia que Diego de Morán y un Avilés tenían en la costa del Gran Lago flente a la isla de Ometepe Allí durmió Oviedo y tuvo la ventura de ver la cumbre de esa isla durante ciertas horas claras Platicó con Avilés, el socio de don Diego, que tenía dos años de vivir es ese sitio y

nunca había visto la cima de la isla, o más exactamen~

te del actual volcán de la Concepción, "a causa que siempre está coronada é cubierta de nublados o niebla" A una legua más o menos de Ometepe -isla fértil po– blada de indios, venados y conejos- distaba la estan– cia de esos puercos cuya carne abastecía a la ciudad de Granada.

Cómo comían infinito pescado de aquel charco -escribe Oviedo refhiéndose a la parte del lago en~

tre Ometepe y la estancia-, parábanse muy gordos, tanto, que de gOl dos, é porque tenían sabor e aun

0101 de pescado, eran aborrescibles, é por esso los tiaían ya apartados del agua, é no los dexaban en~

trar en ella para más de beber.

Allí en la costa de Songozama (así se llamaba el charco) hay cierta generación de tigres negros, que avían hecho harto daño en aquellos puercos; é

aqueste Avilés, con muy buenos é denodados perros, avía muerto algunos. Y entre atlas perrOl¡ tenía uno, que decía que aquel solo, sin ayuda de otlos canes, avía matado a dos ó tres de aquellos tigres. El me mostró el cuero de uno dellos tan negro como un ter– ciopelo é muy lindo el pelo; é me decía que eran ma– yores e más fit~lOS tigres los neglos que los pintados:

é el peHO se le parescía bien en la lucha e insignias de sus batallas, porque assi la cara é cabeza, como todo el cuelllO, tenía lleno de las señales de las beli– das e cicatrices que avía baratado é avido de las uñas e dientes de los tigres. E me juraba aquel Avilés que no daría el pelta por quinientos pessos de oro; pOlque deCÍa que sus puercos valían más de mill, é que si los tenía, era pOl aquel pellO, porque sin él ya se los ovieran mueito todos los leones é tigres, é assi ya no osaban llegarse al charco de los puercos, en oyen– do ladrar un l)erro quaJquiera que fuesse, pala el qual efetto estaba yo bien proveydo de canes.

Antes de hablar de los "montes espantables y fogo– sos, que a la verdad me parece que exceden a Mongibel

é Vulcano é otros que son muy nombrados por el mundo", cuenta que en Jo parte baja de la laguna de Masaya, tocando el agua con la mano, estabo tan caliente que solo de mala gana y con mucha sed podía beberse; "pe– ro subida en lo alto fuera de aquella sierra é profundo

en el instante se torna templada é fría, y es de las me· jores aguas que pueden aver en el mundo" El capItulo V lo dedica, pues, al "ardentíssimo" monte de Masaya, "del qual continuamente todas las noches sale fuego, o tal ,esplandor que muchas leguas lejos del se ve aquella claridad" y de "otros montes que arden y echan humo en aquella provincia de Nicaragua"

En el sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo ca– pítulo refiere la temeraria y osada expedición de Fray Bias del Castillo en el cráter del volcán Masaya, de cu– yo fondo planeaba extraer oro y plata encontrando so– lamente lava hirbiendo. El XI trata de "los areytos é

de otras particularidades", ritos y ceremonias Y el XII "de la luxuria é casamientos de los indios, é de otras costumbres é diverssas materias", como la fertilidad de la gobernación -"sana é aplacible, é de buenas aguas é pesquerías, é de mucho caza é montería, nin~

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guna cosa en todas las Indias hay tanto que le haga venta¡a, é muy pocas provincias hay que con esta se iguales"-; de las perdices de los Ilano$ de Nicoya, par– das como las de Castilla; hilados, tintas, cabuya y hene– quén -de las cuales "más é mejor la hay aquí (en Ni– caragua) que en parte de todas las Indias pude ver"-, hierbas, bl ujas, carnes, etcétera

En el capítulo XIII cuenta la historia de cómo halló y vio al cacique Agateyte, señor de Tecoatega, el jue– ves 2 de enero de ¡ 529 En el XIV habla de la muerte de Pedrarlas Dávila, de la sucesión que cayó en el Al– calde Mayor frandsco de Castañeda -quien se marchó

al Perú donde se hizo rico-- y del nombramiento de Ro– drigo de Contreros que "estuvo exercitando su oficio, co– mo buen gobernador, é tuvo en paz e buena iusticia aquellas tierras e provincias, que por su magestad le fueron encomendadas". En el XV de lo que le pasó a un vecino de la ciudad de León "con una zorrilla de las hediondas". Y en el XVI de la vida y muerte de Cas– tañeda -después que de Santo Domingo pasó a Espa– ña a rendil cuenta de sus oblas- y algo del goberna– dOI Rodrigo de Contreras

Julio Ceiador dice que la descripción de Oviedo y Valdés es llana y sin pretensiones, con aquella fresca naturalidad del historiador imparcial y grande obser– vador de fas cosas. "Es el Plinio americano -agrega textualmente- y el más imparcial de los historiadores de aquella época . No abarca como filósofo en conjun– to los grandes acontecimientos, pero en cambio se detie– ne en p01menOles que otro despredarJa"

Oviedo y Valdés -afirma MOlltalváu- es tan

l'Clidico como Bernal Díaz; al referir un hecho no ol~

vida ni el día ni la hOla, ni los testigos que lo pre– senciaron. Todo sitio a que llega lo describe. La

enumelación no falta en su relato. Poseía más cien– cia que Belnal y las noticias que da respecto a la flola costarricense y nicaragüense son de glan inte–

lés (9).

Oviedo y Valdés, capitán español, fue soldado an– tes que literato; mas ello no le impidió ser el cronista de Indias de mayor autol ídad Esto es reconocido por casi todos los historiadores literarios Fitzmaurice Kelly, por ejemplo, sin dejar de reconocer que "la frescura de sus

observaciones desordenadas le presta un interés positi–

va", afirma que carece de mérito y que es un escritor

desaliñado. Y Menéndez y Pelayo, para sólo citar dos autores, sostiene algo parecido. Dice que el famoso compañelO de Enciso distaba de sel mucho un historia~

dar clásico y que ni siquiera era un veldadero escritor; "sin embargo -apunta don Marcelino~ escribió la Histo· ria de Indias más interesante entre todas las Historias Primitivas de Indias" Y resulta inapreciable colector de memo! ias -añade-, que de todos saca partido y

muchas veces encuentra en lo pequeño la reveladón de lo grande"

El resto de las obras de Oviedo y Valdés fueron Las Quinquagenas de la Nobleza de España -"montón pesado de trovas", como dice Abigail Me¡ía en su His.. toria de la Literatura Dominicana-, otras Batallas y Quinquagenas -al parecer inéditas- y un Sumario de la Naturaleza y General Historia de las 'ndias (15261.

B) LAS CASAS

Fray Bartolomé de las Casas 11474-1566), cuyas obras llenas de inexactitudes, anacronismos, exageraciO– nes e inventos adredes dieron pie a la leyenda negra

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