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« Previous Page Table of Contents Next Page »Alonso de Villasante, Fr. Mártín de la Fuente, Fray Miguel Duarte, Fr. Felipe del Castillo, Fr. Pedro de los Reyes y Fr. Agustin de la Hinojosa, sacerdotes,
y Fr. Juan de Carrión, diácono; por todos, nueve. En tanto, los Padres que se habían quedado en Campeche, estaban disponiendo todo lo necesario pa– ra continuar su viaje por tierra, el que pensaban emprender el día 26, La víspera, estaban celebrando con mucha solemnidad la fiesta de la Conversión de San Pablo, cuando recibieron la noticia de lo acae– cido a sus hermanos en el mar: y asi la fiesta, que con tanta alegria habían comenzado, hubiéronla de ter– minar con lágrimas de sentimiento por la impensada muerte de sus hermanos, a quienes encomendaron al Señor con el fervor que es de suponer, y por quienes cantaron un Responso muy solemne, que ofició el Sr. Obispo. Hecha esta primera obra de misericordia para con sus hermanos difuntos, vieron el modo de so– correr a los náufragos supervivientes, enviando quienes fueran a socorrerles; volviendo con ellos el P. Fr. Fran-cisco de Quesada. ., . Ya todos juntos pensaron en contmuar el Vlale. Como anteriormente lo tenían dispuesto. dividiéronse;
y el P. :Las Casas, con aIgunos Religiosos, fuese por mar, llegando felizmente a Chiapa; en tanto que el P. Casillas con los demás emprendieron el viaie por tierra. No. nos ~endremos aquí a referir porme– nares del viaje que *)os y otros hicieron; sólo si haoe– mos constar que al fin todos llegaron felizmente al término. _ El Iltrmo. Las Casas, con los que le acompanaban llegaron los primeros; y el 12 de Marzo de 1545, esto es, a los oatorce meses de haber salido de Salamanca, llegó con los demás el P. Casillas. Los que habian llegado los primeros, salieron a recibir a éstos, y todos juntos fuéronse a la iglesia procesionalmente, danrlo allí gracias a Dios por haberles concedido llegar al fin de su jornada; y recordando a los fallecidos en el ca– mino, volvieron a rogar al Sefior por ellos, (1).
Al tercer dia de llegados comenzarOn a disponer la casa que les habian destinado en forma de Convento y a hacer vida de comunidad, guardando la más rigurosa observancia. "Comenzaron a vivir tan pobremente, dice en su Historia el P. Araya (2), que algunos les pareció demasia, aunque no Iv era, llevando el fin que llevaban. Los vestidos eran de jerga muy vasta. y de la misma materia sin diferencia se cortaban los hábitos. capas, escapularios y túnicas. Llevar los de éstas, yen– do fuera del lugar, se tenia por abuso y demasia. La comida era lUnas tortas de maiz, y unos huevos coci.– dos, y tal vez plátanos u otras legumbres. Los enfer– mos, que al principio hubo muchos, por no haberles probado la tierra, eran tratados con mucha caridad, porque además de que todos miraban a Cristo en su hermano, era mucho el amor que se tenian. Mas con todo eso era muy poca la diferencia entre sanos y enfermos en cuanto al regalo de la comida, porque lo que se añadía para los enfermos era un cuarto de ave cocido en agua sola, sin condimento ni aderezo, por– que en aquella Provincia no se supo en mucho tiempo qué era especia, y si habia de ser asado. de asado)' servía un palo, sin conocer en aquel tiempo otro aliño. .. Las camas eran unos horcones cubiertos con una estera; en ésta se acostaban vestidos, y se cubrían con una manta; almohada en mucho tiempo no la hulJo.
"El edificio del Convento, continúa diciendo el mismo autor, ni fue vistoso ni curioso en aquel tiem~
po. Todo se reducia a cuatro horcones hincados en la tierra, sobre los que se formaban paredes de caña encubiertas con lodo, y el tejado de heno, que era bien poca defensa y no mayor abri¡:(o. Las celdas eran muy pequeñas; mas como no había alhajas que poner en ellas, por pequefia que la celda fuese es~
taba bien desocupada. En la clausura de los Con~
ventas y en todos los demas rigores y observancias de la religión; todo fue digno de admiración en aquel
(1) Don Carlos Gutiérrez, Obra citada, Cap. X.
tiempo, porque el celo y el ejemplo de los fundadores no fue inferior al del rigor primitivo de la Orden" De esta suerte se comenzó a fundar aquel conv'en– to de Santo Domingo de Ciudad Real de Chiapa que fue luego u.no de los más principales de aqUella' san– ta Provincia dominicana; y que entonces fue como el centro de los trabajos apostólicos de aquellos misio– neros.
A poco de llegar habían escrito a México, comuni– cando al P. Fr. Pedro Delgado, que era entonces Pro– vincial, el orden que en todo habían puesto, y cómo quedaban por súbditos suyos. Tuvieron pronta res– puesta, por la que el P. Delgado daba por bueno to– do lo hecho, animándoles para lo demás, y les reco– mendaba le fuesen avisando de los posteriores suce– sos: con lo. que los Religiosos quedaron muy anima– dos, y se d'eron de lleno a procurar la salvación de aquellas almas, que era el fin que a tan lejanas tie– rras les había llevado.
Cuando el P. Tomás Casillas con los Religiosos que le acompañaban llegó a Ciudad Real, ya el Iltrmo. Don Fr. Bartolomé de las Casas había tomado pose– sión de su obispado. Por 10 que, puestas ya en orden las cosas de su Iglesia, quiso también poner en orden las del obispado. Viendo pues, lo mal que allí, como en otras partes, se trataba a los naturales, no perdo– nó medio ni diligencia para poner término a ciertos abusos, en 10 que se sirvió de la ayuda que con el mayor gusto le pre::¡taban sus hermanos en Religión siempre dispuestos a acudir allí donde pudieran ha~
cer algún bien. Mas todos cuantos trabajos encami– naron a este fin fueron inútiles.
Viendo el Sr. Obispo que no eran suficientes sus razones y consejos, apoyados por la predicación de los Religiosos, tomó la grave resolución de acudir a medios extraordinarios. Y 10 que hizo fué, suspen– der de confesores a todos los sacerdotes de la ciudad. excepto al Deán y al Canónigo de su iglesia, que eran los que por entonces formaban todo su Cabildo, dan– do a éstos un memorial de casos cuya absolución re– servaba para sí; a grandes males grandes remedios. Esta tan' rigurosa medida produjó enorme impresión en los españoles que, teniendo indios a modo de es– clavos, llegaban a confesarse, viéndose remitidos por los confesores al Sr. Obispo, para que éste les absol– viese.
No estando muchos de ellos dispuestos a dejar
10 que creían que en justicia era suyo, comenzaron a manifestar exteriormente el gran enojo que en su in– terior sentían; y hubo quienes con empeño quisieron obligar al Sr. Ob'spo para que desistiese de su man– dato, y aun le requirieron con la Bula de concesión de Indias, que ellos interpretaban a su modo en jus– tificación de sus actos. Pero como era de' esperar, el P. Las Casas se mostró firme en su resolución; y respondió que dicha Bula en manera alguna autori– zaba la concesión de esclavos, y que el Papa no le podía mandar que absolviese a quienes, no sólo no querían arrepentirse del pecado, pero que ni aún que– rían dejar de seguir pecando.
Amenazáronle entonces con querellarse al Arzo– bispo de México, al Papa, al Rey y a su Consejo de Indias, como hombre alborotador de la tierra, inquie– tador de los cristianos y amparador injusto de los in– dios. A lo que el Sr. Obispo contestó: "¿Que me amenazáis con vuestras quejas? pues sabed que aun– que por la Ley de Dios estoy obligado a hacer 10 que hago, y vosotros lo estáis a hacer lo que os digo, tam– bién os fuerzan a ello las leyes justísimas de vuestro Rey, ya que os preciáis de ser tan fieles vasallos su– yos" (1). Y sacando luego las Nuevas Leyes de In– dias, les leyó la cláusula sobre la libertad de los es– clavos, y dijo a continuación: "Según esto, harto me– jor me puedo yo quejar de vosotros, que no obede– céis a vuestro Rey".-"De esas leyes, interrumpió uno de ellos, ya tenemos apelado, y mientras no ven– ga sobrecarta del Consejo, no nos obligan".-"Esto
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