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« Previous Page Table of Contents Next Page »Con estas razones y abundancia de lágrimas, des– p!diéronse Arconada y Betanzos, quien vestido con una esclavina muy grosera y un bordón en la mano, cual peregrino, dirigióse hacia Roma con el intento de visitar aquella Ciudad santa y alcanzar del Sumo Pontífice dispensación del precepto de oír misa, como solían tenerlo los que en los desiertos hacían vida so– litaria. Caminando a pie, y pidiendo limosna por los 'lugares por donde pasaba, llegó al célebre Santuario de Nuestra Señora de Monserrat, en Cataluña, en don– de se detuvo algunos días, continuando después su viaje a Roma adonde llegó en breve, y en donde al– canzó del Papa lo que deseaba.
Estando en la Ciudad Eterna, oyó decir que cer– ca de Nápoles había una isla deshabitada, a la cual se retiraban algunos .para hacer vida solitaria. Como esto mismo era lo que Betanzos deseaba, hacia esta isla, llamada Ponza, dirigió sus pasos, después de s~
tisfacer sus deseos de visitar y venerar tantas reh– quias como en Roma había. Proveído en Nápoles de simientes y algunas herramientas para cultivar la tierra, así como también de algunos libros, para no dar lugar a la ociosidad, pasó a su tan deseada !~la
en compañía de otros que iban animados de los mIS– mos sentimientos.
No sabremos ponderar los extremos de peniten– ciaa qul' Betanzos se entregó en la primera cueva que escogió para sus fines, que era muy húmeda y fría. Bastf decir que al cabo de dos meses que en ella es– tuvo, fuese por las malas condiciones de la cueva, fuese por sus muchas penitencias, es lo cierto que se halló tan mudado que, con ser mozo de solo veinte y
siete años, en tan breve tiempo no le había quedado en la cabeza, barba ni cejas, pelo que no se le huble–
Sf' vuelto blanco.
Dió la casualidad de que llegaron por allí unos pescadores, "'uienes &l verle tan acabado aconsejá– ronle con mucha caridad se pasase a otra cueva mejor acondiiconada, que cerca de allí estaba. Atendió Be– tanzos el ~onsejo, y cambió de cueva, mas no de gé– nero de vida; antes, con la mejoría de la mudanza, creyóse más obligado para con Dios, y así estudiaba maneras mil para tratar cada vez con más rigor su cuerpo.
En tan :>'spera vida perseveró Betanzos por espa– cio de cinco años; al cabo de los cuales el Señor, que encaminaba todos sus pasos, le puso en el corazón que cumpliese la palabra que había dado a su amigo Arconada: quien le estuvo esperando por más de dos aftas, y viendo que no volvía creyóle muerto, y pensó en mudar de vida, y la mudó tomando el hábito de la Orden de Santo Domingo en el Convento de San Esteban de Salamanca el año 1509. Despidióse, pues, Betanzos de los otros ermitaños; y aunque con senti– miento por tener que abandonar su tan amada sole– dad, pero con el deseo de cumplir la palabra dada, salió de la isla.
Por sus jornadas, a pie y mendingando, como ha– bía ido, dió vuelta a España, entrando por San Se– bastián. Una vez en esta ciudad, fuese por algún afecto natural de familia, ora porque Dios así lo dis– ponía, tomó el camino de León, su patria. Llegado, encaminóse a la casa de sus padres, sin ánimo de dar– se a conocer. Al tiempo que llegaba salía a caballo y con buen acompañamiento Don Gabriel de Betan– zas, que así su padre se llamaba; pidióle limosna por Dios Francisco, a quien su mismo padre no conoció, el cual al verle en hábito tan vil y descalzo, pero jo– ven, díjole: "Hermano mío, mejor os sería dejar de ser un pordiosero y vagabundo, y servir a un amo que os sustentase; y sin hacerle más caso siguió Don Ga– briel su camino. Ninguna cosa sucedió al bueno de Francisco en su peregrinación tan de su gusto como ésta; y así dando gracias a Dios por esta merced que le había hecho de haber sido desechado por los suyos, que ni aun debajo de la escalera de la propia casa le habían dejado estar como le aconteció a San Ale– jo, se fué, a pedir posada al hospital.
Mas no fué esta sola ocasión la que se le presen– tó a Betanzos para ejercitar su paciencia y humildad. Al día siguiente partió de León camino de Salaman– ca, llegando a un pueblo próximo, en donde comen– zó a pedir limosna de puerta en puerta. Llegó a la de un Licenciado jurista, a quien Betanzos en Sala– manca había dado de comer y de vestir en distintas ocasiones, pero que ahora estaba rico; pidióle Fran– cisco limosna, y como venía tan demudado no le co– noció el Licenciado, y no sólo no se la dió, sino que le ultrajó con pesadas e injuriosas palabras. Nada contestó Betanzos, quien desde allí se fué al hospi– tal. desde donde escribió en buen latín una carta al dicho Licenciado, dándosele a conocer y rogándole que nunca tuviese en poco a los pobres que a su puer– ta llegasen pidiéndole una limosna por el amor de Dios.
Hizo inmediatamente el Licenciado diligencias para hallar a Betanzos, el que, previendo esto ya se había ido del lugar con la prisa que pudo para' no ser alcanzado, llegando aquel mismo día a otro lugar en donde de nuevo vióse probada su gran virtud. Que– ría el alcalde del pueblo castigar a un delincuente con
azot~s; y ~omo no .h~biese en el lugro;, por ser pe– quena, qUIen de OfICIO en esto entendIese, viendo a Betanzos andrajoso y pidiendo limosna, con resolu– ción propúsole hiciese el oficio de verdugo. Excu– sábase Francisco, alegando su p-:'0d salud y debilidad; mas como el alcalde no atendiese estas y otras ra– zones, viendo la resolución que tenía, no vió Betan– zos otro medio para salir de su apuro que simular conformarse a 10 que se le ordenaba; y así preguntó como quien ya venía en ello, a qué hora había de ha~
cerse aquella justicia, suplicando que en tanto le de– jase continuar pidiendo limosna. Autorizóle el al– calde ; y de aquí tomó Betanzos ocasión para salirse del pueblo sin ser visto, librándose así de lo que tan– to le repugnaba, por más que el castigo fuese bien merecido.
C~n el grande deseo que tenía de ver y saber de su amIgo Pedro de Arconada, prosiguió su viaje ha– cia Salamanca, en donde se enteró con gran sorpresa de cómo su amigo había mudado de vida. y tomado el hábito dominicano en el Convento de San Esteban y que ya había hecho su profesión religiosa hacia má~
de un mes. Como vió frustrados su primeros deseos de que Arconada le acompañase a la soledad de la isla y cueva que había escogido, pensó en irse sin ver– le siquiera: más la fuerza de la amistad que con Ar– conada había tenido se lo impidió. Sólo con el de– seo de verle, no de hablarle, llegóse a la portería del Convento en ocasión que estaban repartiendo la co– mida del mediodía a los pobres; como uno de tantos acercóse también él para recibir la parte que le to~
case; más al tiempo de dársela el Religioso que la re– partía comenzó a reparar en Betanzos, a quien al fin reconoció, pero sin darle a entender nada, terminan– do con gran disimulo de repartir la limosna a los po– bres que aun no la habían recibido.
Terminado el reparto, entróse a toda prisa por el convento, diciendo poco menos que a voces: "Be–
tanz~s, Betanzos está en la portería entre los pobres, comIendo con ellos". Al oír esto, muchos Religiosos que le habían conocido, acercáronse a la portería siendo de los primeros Fr. Pedro de Arconada. To~
dos le saludaron alegres, y preguntában1e por la cau– sa de tan larga ausencia, y cómo le había ido en ella y el motivo de hallarse así. Con grandísima humil– dd y prudencia satisfizo Betanzos a todas aquellas preguntas 10 mejor que pudo, no. S\n:' grande admira– ción por parte de los Religiosos; quienes fueron des– pidiéndose amablemente de él y retirándose poco a poco, hasta que se quedó a solas con Fr. Pedro de Ar– conada. Renovaron entonces los dos amigos el salu– do con abrazos, y con lágrimas en los ojos celebra– ron la alegría de sus corazones. A .esto siguiéronse por una y otra parte amistosas reconvenciones: Fr. Arconada quejábase de tan grande olvido, diciéndole
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