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« Previous Page Table of Contents Next Page »de conversar largamente con el anciano y venerable Religioso salvadoreño, a quien ya conoce el lector, P. F'r. Pedro Mártir Salazar; cuyo trato afable, digno y cariñoso, le movió a abrazar de una vez para siem– pre nuestra Orden. Allí tomó, pues, el hábito domi– nicano; allí a continuación profesó en la Tercera Or– den de Penitencia; y allí, en una palabra, mereció ser alistado entre los Hijos de nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán' lo cual él recordada no pocas veces en sus piados~s conversaciones, y de que se gloriaba con manifiesta satisfacción de su alma. Ordenado ya de sacerdote y hecho miembro de la Orden Dominicana en Guatemala, vuelto a su Patria, nada más natural que para celebrar Su primera misa escogiese la iglesia de Santo Domingo; era de su Pa– dre, le pertenecía, la consideraba como suya, la había amado desde su infancia. Y por esta misma razón, con cuánto gusto renunció año y medio más tarde la parroquia de Sensuntepeque. para venir a encargar– se de esta de Santo Domingo.
Ya hemos visto anteriormente el interés que mas iró por esta su iglesia. Desde. que se hizo cargo de ella, procuró restaurarla, atendió a su culto y puso todo su empeño en conservar todas las cosas de ella, fomentando con celo singular sus Asociaciones, de modo especial la Vble. Orden Tercera de nuestro Pa– dre Santo Domingo y la devoción a Nuestra Señora del Rosario.
y cuando mayor era el interés que mostraba por todo lo relacionado con €:l templo de Santo Domingo, tanto mayor que el golpe que sufrió el P. Funes con el terremoto de 1873, que destruyó la Ciudad. Inmen– so dolor hubo de experimentar entonces su corazón, viendo las ruinas, los escombros, a que quedó redu– cida su amada iglesia. Ante aquel cuadro desconso– lador, redobló su actividad, SlíS esfuerzos, su ener– gía: hizo cuanto pudo por recoger los vasos sagra– dos, las venerandas imágenes, principalmente la de Nuestra señora del Rosario, que aun hoy se venera en su altar por los buenos salvadoreños.
Ya vimos también cuántos esfuerzos hizo por res– taurar nuestro' templo de Santo Domingo, levantando allí provisionalmente una Capilla amplia, donde man– tuvo el culto a la Virgen del Rosario, a nuestro Pa– dre, y las demás devoci::mes desde antiguo establecidas por los Religiosos Dominicos. Vimos, en fin, cómo la imposibilidad de levantar de nuevo aquel templo, por las insuperables dificultades que se le presenta– ron, cedió el lugar para que en él se levantase la actual iglesia de Padres Dominicos, llamada todavía por muchos de Santo Domingo, y comúnmente cono– cida con eL nombre de iglesia del Rosario; ya que, al hacer entrega de ella el entonces Iltrmo. Sr. Arzobis– po de San Salvador, Dr. D. Antonio Adolfo Pérez y Aguilar, por la gran devoción que tenía a la Virgen del Rosario, quiso que llevase este nombre.
Pero, si Dios prueba a los suyos, nunca abandona a los que El confían, y al fin amanece para ellos el día de la alegría. El P. Funes, después de tantos sustos, trabajos y quebrantos, pudo ver satisfecho el deseo que desde mucho tiempo antes albergaba en su alma. Merced a sus €conomfas y continuados aho– rros, emprendió un viaje a Europa, recorrió muchas ciudades de España, algunas de Francia y no pocas de Italia, visítando siempre de preferencia aquellos lugares de más gratos recuerdos dominicanos. En Roma detúvose más, admirando sus templos, basilí– cas, las catacumbas, y cuanto encierra la Ciudad Eter– na digno de ser visitado y conocido.
Una de las visitas que allí hizo fue al Rvdmo. Maestro General de la Orden, a quien puso al tanto de todas las cosas ocurridas en San Salvador des– pués de la exclaustración. No pudo menos de ad– mirar el Rvdmo. el espíritu altamente dominicano que anidaba en el P. Funes; congratulóse can él, dióle
halagueñas esperanzas para el futuro le concedió su paternal bendición y Con fraternal ab~azo se despidió de él, dejando el corazón del P. Funes lleno de la más intensa satisfacción.
De Roma se fue el P. Funes a conocer y visitar los Santos Lugares, en donde se obraron los miste– rios de nuestra Redención, habiendo permanecido en Jerusalén varias días; l:odo 10 cual él recordaba en sus poscreros ailos con exactitud y perfección admira· bIes, y narraba con unción tal que llegaba a conmo ver a cuantos le escuchaban.
Vuelto a CentrQ América, y ya en su amada igle– sia del Rosario, consagróse de lleno a los deberes del ministerio sacerdotal, presentándose y apareciendo siempre como celoso, activo y ejemplar operario en la VIña del Señor. No tenía miramientos humanos; duro e intransigente con el vicio, recriminaba seria–
me~te a las 1?ersonas libertinas, en el templo y fuera de el. EspeCialmente en «:1 tem.:;>lo, en su predicación, que era frecuente, expoma las verdades evangélica:> sin re~óricos ador~os, sin fr:ases rebuscadas ni puli– das, smo con clarIdad, sencIllez y energía, buscando s<;>lamente hacer fruto en las almas y no !lQ)'dgar los Oldos de los que le escuchaban. Aun rE'?~¡ CÓ¡l te en la iglesia del Rosario de San Salvador aqitbf'~'!,=verídica
expresión, cuando después de haber coi/;.§nado la':> vanidades del mundo, los indecentes escotes y mos– trado la necesidad de ser verdaderos cristianos no a medias, y conformarnos con Jesucristo termi~aba
con estas palabras: O con Dios, o con el mundo. Mucno, muchÍsÍmo es lo que hasta entonces había
h~cho el P. MIguel Funes en pro de la Orden de Pre– dIcadores: pero le falt~ba lo que más él había siem– pre deseado. Desde mucho tiempo antes, mas de modo especial desde su viaje a Europa, habia abri· gado e nsu corazón un deseo, que pudiéramos llamar el sueño de toda su vida: era éste el de ver estable– cidos de nuevo en San Salvador sus Religiosos los Dominicos. Y así decía muchas veces en las J ~ntas
que tenía con la Orden Tercera o con las Jefes del Rosario: Rueguen, rueguen a Dios, que vengan los Pa. dres Dominicos antes de que yo muera.
Para conseguirlo, y con la anuencia del Iltrmo. Se– ñor D. Antonio Adolfo Pérez y Aguilar, también Ter– ciario Dominico, hizo las oportunas gestiones consi– guiendo al fin lo que tanto deseaba, puesto q~e años antes de morir tuvo el gran consuelo de ver a los Religiosos Dominicos en San Salvador, en su propia casa. Desde el principio de Su llegada, renunció a la Capellanía de la iglesm del Rosano, para iJüllerla en manos de los Religiosos; y no sufriendo Su corazón apartarse de ellos y de las cosas relacionadas con la iglesia del Rosario, prefirió quedarse en su compañía' con ellos vivió por espacio de más de diez años, avi: niéndose a su modo de vivir, y con ellos y como uno de ellos trabajaba incansable por el bien de las al" mas
Ya cumplido el mayor de sus deseos, bien pudo el P. Funes.decir con el anciano Simeón: "Ahora ya pue· des, Señor, dejar que tu siervo muera en paz. Ya ha– bía, pues, el P. Funes cumplido su misión en la igle– sia salvadoreña; por 10 que el Señor comenzó a darle evidentes muestras de que ya le quería para sí. Ha– cía ya algún tiempo que sentía que sus fuerzas le iban faltando. Llegó el día de la fiesta de nuestro Padre Santo Domingo, 4 de Agosto de 1915, y fue el P. Funes quien dijo la misa solemne del Santo Pa– triarca, como de tiempo casi inmemorial venía ha–
ciéndolo~en tal día: fUe la última que cantó.
Desde esa memorable fecha, fueron debilitándo– sele cada día más sus fuerzas: grave enfermedad le minaba lentamente su salud, aunque no tanto que le impidiera decir misa rezada, como 10 hizo hasta el 30
de Agosto, fiesta de la también Terciaria Dominica, Santa Rosa de /Lima. Desde este día ya no pudo vol-
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