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« Previous Page Table of Contents Next Page »Prior del Convento, y el que. aunque viviendo en una casa vecina, se consagró en caracter de Capellán a sostener parte del culto, con la ayuda y auxilio de la Vble. Orden Tercera de N. P. Santo Domingo, la que aquí en San Salvador, como en todas partes, se ha distinguido siempre por su espíritu de amor Y de adhesión a la Orden de Predicadores.
"Mas nO sólo fueron dest.errados los Religiosos, escribe el P. Funes, sino que se echaron sobre sus bienes como lobos sangrientos, dejando a las iglesias sin recursos para su conservación. Los sacrílegos despojos llegaron hasta el Sagrario, el cual estaba forrado de plata, la cual arrancaron, lo mismo que la de la granada, hermoso tabernáculo para exponer el Santísimo Sacramento, que también estaba forrada del mismo metal. Lámparas, arañas, varas del palio, una custodia, calices, coronas, diademas y cuanto ha~
bía de plata, todo fue arrebatado para vende~lo al precio o peso de moneda aC'uñada, o para acunarlo: todos esos valores para hacer revoluciones Y, enri– quecerse muchos. Dios perdone todas estas ascrJ1egas infamias.
"Uno de los esbirros dio recibo al R. P. Fr. Nico– lás Yúdice de todo lo que por fuerza le habían hecho entregar. Aunque decían tomaban estas cosas en nomo bre del Gobierno y en calidad de reposición, hasta el día nunca han pagado un c-entavo; y aunque el Htrmo. y Rvdmo. Prelado diocesano, D. Tomás Mi– guel ineda y Saldaña, reclamó a la Asamblea, nun· ca proveyeron, y por último dieron por perdido el escrito y documentos; insertos y de éstos los había correspondientes al Convento de Sonsonate, hacién– dose a la vez un reclamo de todas las pérdidas de las iglesias.
"Entre las haciendas que confiscaron, una de ellas fue la denominada "Atapasco", jurisdicción de Opi– ca, cuyos dueños, los Dominicos, hicieron por su cuen– ta el hermoso y sólido puente que existe; obra qu~
explica que los Religiosos, no sólo hacían el bien es– piritual y moral, sino t,ambién el material, como no hacían otros propietarios
:Q.e todas las muchas alhajas de esta iglesia de Santo Domingo, apenas dejaron más que un cáliz y
un copón, que son los ~ue sirven al presente; de las dos custodias, la que estaba en la granada y la de las procesiones, solamente la primera pudo rescatar– se, porque habiendo sabido uno de los buenos cris– tianos el despojo que iban a cometer, pocas horas antes, sacó la custodia de la granada, y la escondió en la misma iglesia sin que nadie lo supiese; así tam– bién se libraron las alhajas de Nuestra Señora del Rosario, las cuales estaban depositadas secretamente en casa particular, y algunas de Santo Domingo, y la imagen de las procesiones, que guardaban unos miem– bros de la 'l3ercera Orden".
A causa d~ todos estos acontecimientos, y por sus muchos trabajos y avanzada edad, el P. Fr. Nicolás Yúdíce se comenzó a sentir coda vez más enfermo. Por ésto, y porque sus p~rientes y amigos le llamaban con insistencia, abandonó, no sin derramar lágrimas, su amada iglesia de Santo Domingo de San Salvador, y se trasladó a la ciudad de Guatemala, de donde era originario y en donde murié al poco tiempo en el año 1844.
Al marchar el P. Yúdice para Guatemala, escasea– ban tanto los sacerdotes en San Salvador, que nn había ni para el servicio de la~ parroquias principa· les: por cuya causa la iglesia de Santo Domingo es. tuvo algún tiempo sin tener Capellán propio. Mas no por esto cesaron los cultos en nuestra iglesia, por– que, a falta de Capellán, deparóla Dios un buen cris– tiano que se encargó del cuidado del templo y del culto de la Santísima Virgen del Rosario: fUe este capellán improvisado, D. Máximo Díaz.
"Hacia el año 1834, escribe el P. Funes, vino d<;;
Nicaragua un señor, D. Máximo Díaz, ongmro."io de Managua; era un modesto comerciante quien habien– do conocido esta iglesia de Santo Do~ingo supo la necesidad que había de personas que se 'ocupasen enteramente de su conservación y culto' y atraído por la devoción que le inspiró la venerar'J.da Imagen de Nuestra ~e!í0ra del Rosario, como lo decía él mis–
~o, d~t~rmlno quedarse aquí, ayudando al P. Nico– las YudIce, que se encontraba m.al de salud, y cuya
eJ;lfe~medad se aumentaba catla dIa, por lo que resol. VIÓ este volverse a la Ciudad de Guatemala de don– era era originario.
"El Sr. Díaz ~ontinuó cuidando de la iglesia, cele– brando las funcl.9nes acostUnthradas, especialmente la de Nuestra. Senara. del Rosario, con gran solemni– dad: Novenano de mIsa'> con Exposición del Santísi– mo Sacramento, la .cual se repetía por la tarde para rezar el s~nto rosm;Io y la novena; solemnes maitines y. la funCIón del dia, y toda la octava y quinquena– no, y el tercer domingo. La compostura del altar era de lo mejor, prestándose para ello la altura y forma
d~l retablo, y todo deCía ser la mejor función de esta CIudad".
La a~endrada devoci!'>n del ,Sr. Díaz ,p.¡1Jla Imagen de la VIrgen del RosarIo de :Santo Difningo, no se concretaba a celebrar con la mayor solemnidad po– sible la Fiesta del Rosario y Mes de Octubre' porque como añade el P. Funes, "no faltaba todos'los día~
del año el rezo del santo Rosario por la tarde a las cuatro y media. La piedad y devoción de este' Señor Díaz era tan pronunciada, que él mismo rezaba va– rias veces el santo Rosario, cantando las Ave Marias y la Salve, principalmente los sábados. Cuando no había sacerdote que dijera la santa misa, aun los do– mingos, pues la escasez de los ministros del Señor llegó a lo sumo en aquella -poca como una conse– cuencia de la sistemada persecución de los impíos' él mismo rezaba el santo Rosario. Continuament~
hacía reparos en la iglesia a fin de conservarla. ' "Ultimamente, vistió el hábito de la Vble. Orden Tercera de Santo Doniingo, en vísperas de su muer– te; y en sus postreros momentos pidió que le canta– ran la "Salve", como lo hacen los Religiosis Domi– nicos; y cuando se cantaba, vUelVE a nosotros esos tus ojos, exhaló el último suspiro. Su muerte fue muy sentida en esta CÍ'.ldad, su entierro y funerales muy solemnes y concurridos; y fue· sepultado en la Capilla de Nuestra Señora del Rosario el día 10 de Marzo de 1853; tenía como sesenta y ocho años de edad".
El Sr. D. Máximo Díaz no vio, pues, la ruina de la Ciudad! y la destrucción del templo de Santo Domin– go; lo que aconteció al siguiente año de haber muer– to. Sucedióle en el cuidado del templo de Santo Do– mingo el no menos fervoroso y amante de la Virgen del Rosario D. Romualdo Campos, quien después del terremoto puso especial empeño en reparar los des– perfectos que aquel había causado en la iglesia, ca
u pillas y sacristía, para lo que se ayudaba de las li· mosnas que los fieles le proporcionaban, las cuales siempre earn insuficientes, pues "pasaron diez y seis años después de la ruina de la Ciudad y esta iglesia no había podido acabarse de reparar, fallando la por– tada, órgano, altares, &".
"El año de 186 el rItmo. y Rvdmo. Sr. Obispo Diocesano, D. Tomás Miguel Pineda y Saldaña, nom– bró Capellán de esta iglesia de Santo Domingo al Presbítero Don Isaac Paz, quien tomó mucho interés en mejorarla: hizo el campanario, del cual sólo esta– ba el pedestal antiguo; también hizo el atrio de cali– canto con barandas y puertas de hierro, &.
"En Enero del año 1869, el mismo Prelado dioce– sano dividió la antigua canónica parroquia de Sa~l.
Salvador, que se había conservado en la misma igle– sia Catedral, como patroquia del Sagrario, como lo
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