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« Previous Page Table of Contents Next Page »lamentable que reine esta costumbre irreverente entre los suramericanos; porque no obstante no caber duda de que la expresión se usa inocentemente, como estoy seguro de que lo era en el caso de que se trata, a los extranjeros les da la idea de que son ligeros tocante a los asuntos religiosos, COsa que están lejos de querer manifestar, y por consiguiente no debe hacérseles ese cargo de modo general.
En una de mis excursiones por la ciudad visité los principales puntos que habían sufrido con los terremotos. Al Sur están las ruinas del inmenso convento del Colegio de Cristo. El pórtico y un peda– zo de pared lateral, que parece recién fabricado por el aspecto de frescura que tiene la mampostería, es todo lo que "queda para marcar el lugar donde estuvo. Todo el resto del terreno que abarcaba se convirtió en un gran cementerio en que quedaron sepultadas cerca de doscientas personas bajo las ruinas, que ahora apenas pueden distinguirse entre las tupidas hierbas que las sobrepasan. Lo cier. to es que toda la ciudad presenta un panorama espléndido de poética ruina..
No hubo en ella menos de cincuentao o sesenta iglesias. La mirada inquisidora puede descubrir too davía sus ligeros vestigios en algunos sitios; en otros se yerguen columnas aisladas, como grandes fantasmas en medio de lúgubres boscajes. Subí a caballo con una gran comitiva por la falda del volcán de Agua, hasta una media milla de altura, y desde' allí pude abarcar mejor el paisaje de. la parte bao ja. Hice muchas preguntas a mis compañeros, pero me fue sumamente difícil obtener los iítformes más sencillos. La razón es obvia. Nacieron y se criaron en la ciudad y por consiguiente no saben nada de ella, como el cockney (1) que de muchacho hace su aprendizaje en la cima de Luctgate·hill y se establece después allí de por vida, no entra nunca en la iglesia de San Pablo, en tanto que el natural del Yorkshire, que sólo hace una visita de dos días a Londres, sube hasta la cúspide de la cúpula, va a conocer la abadía de Westminster y los leones de la Torre por añadidura.
Obligado por lo tanto a atenerme a mis personales observaciones, creo que la ciudad ocupaba una extensiÓn de terreno tan grande como el que forma actualmente el asiento de México y más o menos el doble del de la nueva capital de Guatemala. Las casas eran de dos pisos y tenían encima de las puer· tas y ventanas frisos primorosamente esculpidos; pero los edificios posteriores, fabricados conforme a lo !que presc1Übe la ley, no pasan de diez y ocho piel de altura y son de un solo piso, lo mismo que los de la ciudad nueva. Habiendo desaparecido el miedo a los terremotos (hace veinticinco años que ocu· rrió el último), están edificando casas por todas part~s sin cuidarse para nada de la comodidaa. ni del ornato. En realidad, hay tan pocos casas q.ue dos o tres familais se ven obligadas a vivir en la misma;
y como los habitantes de la Nueva (2) slIelen venir a recrearse con el c¡unbio de aires, los alojami~n·
tos para la temporada se consiguen más bien por amor que por dinero. Este era el caso en aquella ocasión y la ciudad estaba repleta de gente. Además de los que habían venido por motivos de salud, estaban los que sólo perseguían la diversión: porque aparte del reconocido buen clima del lugar, los ca– minos que unen a las dos ciudades, aunque intransitables para los carruajes, no· lo son tanto como para impedir totalmente el paso de pel'sonas enfermas. Los vecinos se ocupan en el cultivo de la cochi· nilla y otros trabajos agrícolas. Sin entrar a enumerar las ruinas de todos los templos que ornaban la ciudad, mencionaré las pocas que pude observar.
Al Oriente e inmediatas a la falda del volcán de Agua están las ruinas de la Escuela, Santa Ana, el Calvario, San Cristóbal, San Juan Cascón, San Pedro Budlán, Santa Maria y San Bartolomé. Al Oes– te se alza solitario y casi en perfecto estado, comO si acabro:a de ser erigido, el arco soberbio del coro de Santo Domingo. (3). Los conventos de San Jerónimo y San Sebastiáu, situados al Norte, fueron los que sufrieron menos; pero el total de las iglesias que ahora están en uso para fines religiosos no pasa de siete u ocho. El clima lo encontré muy parecido al de la ciudad nueva. El termómetro marca, por término medio, 75Q en el día y 63Q en la noche, Y durante el verano unos diez grados más de ca· 101'. El mayordomo del castillo del marqués tenía un terrenito cerrado con tapias cerca de su ca!>ita, y habiéndolo visto una mañana muy atareado, me acerqué para ver lo que hacía. Estaba sembrando no– pales de cochinilla. Para los que ignoran la mane ra de hacerlo, puede ser útil decir que la operación difiere de cualquiera otra manera de sembrar.
El nopal es una planta de escaso tronco, perO que se expande en hojas anchas y gruesas, más o me– nos espinosas, según la clase. Para cada planta se siembrau una o dos de estas hojas, dejando una es– pacio de dos o tres pies cuadrados entre una y otra mata, y se le inocula la cochinilla, siendo apeo nas necesario decir que ésta es un insecto. Es lo mismo que si se tomara el añublo de un manzano o de cualquiera otra de las plantas comunes, para frotar con él otro árbol sano, lo que traería como conse· cuencia que éste, inoculado de se modo, se cubriL'ía de tizón. Una pequeña cantidad de los insectos
(l) Hijo del pueblo bajo de Londres. (2) En español en el texto.
(3) De la Recolección. Nota de la Dirección.
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