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tán a una legua de altura, o sean 15,000 pies. Por consiguiente se levantan a unos 13,200 desde su bao se, altura que sin embargo de estar a menos de 2,5~7 pies del límite inferior de las nieves perpetuas, es de 1,000 a 3,00.0 pies superior (contando desde su base) a al de todas las montañas de Norte y Sur AmÉ-

rica. Voy a demostrarles. (~). .

La montaña más alta y la más cercana a la ciudad de México es la de Ajusco, en direción del Sur; su mayor altura es de 12,052 pies; pero situada COmo está en el lindero de una antiplanicie que tiene 7,470 pies de elevación, su verdadera altura, medida desde la base hasta la cumbre, es solament,e de 4,582 pies. Ajusco, mirada a una distancia de diez leguas desde la ciudad de México, ofrece una vista magnífica. j Cuál no sería por lo tanto la impresión que me causaron las montañas de la Antigua, cuyas bases arrancan del final de las calles de la ciudad hasta llegar a una altura tres veces igual al de Ajusco, y que por su relativa elevación sobre el nivel del mar y encontrarse en una latitud más cálida, están cubiertas de vegetación perpetua hasta las cumbres!, El Chimborazo, el pico más alto de los Andes en la América del Sur está a 21,447 pies; pero descansa en una planicie de 9,514 sobre el nivel del mar; de modo que su verdadera altura desde la base es tan sólo de 11,927 pies de los cuales 2~700 están cu· biertos de nieve.

Los dos más altos de las montañas mexicanas, el Popocatépetl y el I:xtacxíhuatl, presentan un aspecto grandioso y aterrador, con sus cumbres cubiertas de nieve, cuando se les contempla de lejos. La más alta, que tiene 17,710 pies sobre el nivel del mar. mide desde la base hasta la cúspide unos 10,000, en tanto que los tres volcanes indestructibles de Guatemala (es extraordinario que no tengan nombres y tal vez los de Sidrach, Misach y Abdénago (1) podrían convenirles), alcanzan a 13,.000 pies, como se ha visto. Es probable que en el mundo entero no exista un cono tan perfecto como el del Volcán del Agua, uno de los tres de que se trata; y aun cuando no es de una grandiosidad aterradora como las ot1'as mon– tañas de aquellas regiones, posee una belleza superlativa y provoca sensaciones de asombro y deleite.

CAPITULO 17

DESCRIPCION DE LA ANTIGUA GUATEMALA.

Por amable intervención de Mr. Bailey, obtuve Una orden dirigida al mayordomo que habitaba el cas– tillo del marqués de Aycinena para que me diese alOjamiento. La aproveché de buena gana, porque, co– mo lo he dicho ya, las casas eran sumamente caras y no había nada parecido a una posada. Suce· dió que D~ Maria, la hija de mi hospedadora, se había trasladado a aquel bellísimo lugar con ánimo de pasar algunos días, como solía hacerlo todos los años, con una señora llamada D~ Juanita de Quiñó· nez, perteneciente a una de las familias más respetables y puedo añadir que más numerosas de la ciudad. Era D~ Juanita una mujer pequeña y agradable que podía tener unos veinticinoo años. Su ma· rido, de edad mucho más avanzada, era Médico y se encontraba a la sazón en la capital con sus dos niños mayores. Doña Juanita había tenido nueve o diez hijos, todos muy bonitos y simpáticos, pero de colores tan variantes como un manojo de guisantes de olor. Al andar por la ciudad vi a dos o tres de ellos acurrucados en el alto antepecho de una ventana y entretenidos con sus juguetes. Asomaron las caritas a la reja de hierro y me detuve para verlos; su belleza y su inocencia me habían traído; pero después de mirarlos un instante seguí mi camino.

Después de instalarme en casa del marqués, me fuí a recorrer la ciudad y pregunté, por la morada de D~ Juanita, sin saber que era la misma en la cual me habían llamado los niños la atención. Al cabo de algunas indagaciones, entré por fin en la residencia de unos parientes suyos que vivían casi en frente de ella y me presentaron a las tres primas de D~ Juanita, qiuenes, según supe más tarde, eran las beldades de la Antigua. Mi visita a esta población era totalmente inesperada; pero D~ Juanita, con una hospitalidad que no pude menos de agradecer y por desgracia se encuent1;a con demasiada frecuencia en razón inversa de la civilización, me invitó a ser su huésped durante mi estada en la ciu· dad. Aceptí su amable ofrecimiento. quedándome a dormir en el castillo donde habían depositado mi ropa de cama y mi equipaje. Los tres días siguientes los empleé en visitar las ruinas de aquel lugar encantador. En mis excursiones me acompañaba por lo general parte de la familia, especialmente los bonitos niños que al principio me llamal'on tanto la atención. Había una chiquilla dé ocho años que no obstante ser dos de sus hermanas unas trigueñas completas, al igual de su madre, era rubia como un ángel y puedo añadir que casi tan linda como él. Era :de inteligencia vivaz y yo solía divertirla con for– jadas histol'ias de gigantes, ballenas, enanos, magos y otros disparates que rara vez dejan de provo· cal' la admiración de los niños de su edad y de cualquiera otra; pero me chocó oirla usar siempre como interjección de sorpresa el nombre de nuestro Redentor, que pronunciaba en tono gutural: ¡Jesús! Es

(1) Toda la demostración siguiente está fundada en el error inicial acerca de la altura de las ciuda– des de la Antigua y la Nueva Guatemala. N. del T. Personajes de la Historia Sagrada. N. del T.

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