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llevaban el cabello partido como las madonas; por detrás liargas trenzas apretadas entrelazadas de diferentes modos en torno de la cabeza. Zapatos de color de rosa, sumamente largos y anchos, sin me– dias, completaban su traje. La mayor parte de las damiselas guatemaltecas: es decir, todas las de las clases bajas, se visten así; salvo que COn mayor frecuencia andan descalzas y otras veces llevan medias de seda de las más finas con zapatos de las formas más delicadas. . Rara vez llevan los hombres más vestidos arriba de la cintura que una camisa. Unos calzones par– dos de gamuza mal curtida, abiertos en las rodillas, completan su traje. Usan sin embargo el cabe– llo partido como las mujeres, o dejan que les cue~gue en tirabuzones cortos como los que parecen ser el aditamento adecuado para las sienes de un marinero inglés; y siempre lo llevan largo por de– trás, en trenzas que terminan en una o dos coletas conforme a la importancia de la persona, o a la más comprensible diferencia que hay entre la peluca de un Abogado y la de un alguacil.

Con todas sus ridiculeces (hablo de los naturales del país), creo que 'son unas gentes buenas e inll)fen– sivas. De todos los habitantes de Guatemala, tal vez las tres déciÚlas partes no se pueden considerar capaces de tener opiniones políticas, o esa noción de la autoridad temporal que hace que el hombre se interese en el gobierno del país en que vive. Sin embargo, es dable pl.'esumir que las otras siete dé– cimas partes son favorables al sistema independiente, por cuanto ya han obtenido de él el importante beneficio de la abolición del tributo y de la esclavUud. Cierto es que la humilde parte de la sociedad a la cual me refiero en particular, se encuentra tan alejada, por la situación local y los sentimientos intelectuales, del asiento del Gobierno y del resorte moral de los negocios políticos, que apenas le in– teresa la existencia misma del primero y rm'a vez obedece al impulso que se pretenda darle por me– dio de la vibración remota del segundo. Sin embargo, a pesar de que saben poco de presidentes, de ayuntamientos y congresos, todos conocen a su cura párroco, y como éste es la autoridad más impor– tante con que están prácticamente en contacto, es natural que se guíen por su ejemplo y sigan sus con– sejos. La mayor parte de estos curas son de origen indígena o criollo; antiguamente los mejores car– gos eclesiásticos estaban reservados para los españoles peninsulares. Conforme al nuevo sistema es– tán excluidos de ellos y por esta razón el clero, considerado en conjunto, es favorable a la nueva Cons– titución; y de aquí que el pueblo, en el cual influye mucho, emprendería con júbilo la defensa y res– guardo de la independencia nacional, si el poder supremo lo llamase a hacerlo. Entre las clases medias y altas de la sociedad, apenas si existen los restos de un partido español, ni siquiera nominal, y el antiguo partido de Iturbide se ha fundido en el de los independientes.

En otra Parte trazaré un boceto de la revolución de esta República, así como de las desavenien– cias que han seguido turbando su tranquilidad; sin embargo, no puedo prescindir de observar de pa' so que las últimas no tienen de modo alguno la gravedad que el público británico está dispuesto a atrio buirles en general. Pude ver que en todas las clases sociales reina un sentimiento de generosidad y una muy amistosa disposición para con los extranjeros, especialmente los ingleses, a los cuales parecen considerar como otras tantas facciones animadas de la libertad constitucional. Fue también para mí muy grato ser testigo de la gran veneración, tantas veces expresada, que las autoridades guatemalte. cas sienten por Su' Majestad Británica y su Gobierno.

CAPITULO 16

COMIDA EN CASA DEL PRESIDENTE. - VISTA LA ANTIGUA GUATEMALA. - SUS TRES

MONTA:Ñ'AS EXTRAORDINARIAS

Domingo, 19. - Hoy tuve la houra de comer con el Presidente en el Palacio. Los convidados eran el señor Sosa, Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores; el señor Beteta, Ministro de Hacienda; el General Milla (1) y el señor Isidro Meléndez (2), ambos Senadores prominentes. Eramos en todo seis personas. La comida fue servida a las dos de la tarde. Rara vez hubo en la mesa, al mismo tiempo, más de dos o tres fuentes, sirviendo el Presidente en persona los platos, que luego se pasaban a los con· vidados sucesivamente. Como yo estaba enterado de que podrían tomar como falta· de educación no tomar siquiera un pedacito de cada cosa, seguí por supuesto la costumbre; pero era tal el número de manjares que mis fuerzas empezaron a flaquear; sin embargo, no me faltaron por fortuna, porque ha– bría sentido mucho corresponder COn un desaire a tantas demostraciones evidentes de amabilidad y cortesía. A los postres el Presidente, después de una breve alocución sobre los rápidos progresos de la independencia del país y la estabilidad que había alcanzado, brindó por los que la habían apoya· do o favorecido de algún modo, y terminó bebiendo a la salud de Su Majestad Británica y la del pue· blo inglés. Al dar las gracias expresé el deseo de que Guatemala continuara disfrutando de felicidad y paz; de que así illomo había sido la última en emanciparse, fuese también la última en perder su inde·

(1) Millar en el texto. N. del T. (2) Méndez en el texto. N. del T.

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