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« Previous Page Table of Contents Next Page »xico. Es una bebida tan del gusto general de los indios, que es casi imposible concebir que no se to– men el trabajo de cultivar la planta donde crezca; sin embargo, como no la encontré en muchos sitios tan propios para su cultivo como AmatitIán, la única deducción posible es que la pereza es la causa de que una parte tan extensa de aquellos países Se Vea privada de ese estimulante y sano substituto del agua, o del vino, como lo creen algunos.
Durante aquellas fiestas hubo todas las noches bailes, mesas de monte (especie de juego de pares o nones), Y otros pasatiempos que contribuyen a qlle la vida se deslice velozmente. En la tarde del mar tes terminaron los festejos. Todo el pueblo estaba en movimiento con los preparativos del viaje. Por aquí había algunas mercaderías sin vender marcadas a precios de baratillo; por allá Se subastaban otras. Los jóvenes parecían también inclinados a aprovechar el tiempo lo más que fuera posible. Era todavía mucha su alegría y mucho su buen humor, faltándoles tiempo para prodigarlos. Sin embargo, a las seis de la mañana del otro dia ya iban todos de regreso para la capital. Como con excepción de un trecho de diez millas antes de llegar a ella, los caminos son en su mayor parte enteramente intransi. tables para los carruajes, todo el mundo iba en mula o a caballo; y siendo así que cada grupo llevaba su séquito de sirvientes de todas clases, con todos los utensilios necesarios y ajuares, inclusive ca· mas, ofrecían un espectáculo sumamente pintoresco y divertido cuando serpenteaban por los agres· tes senderos de la montaña, o se desperdigaban en las verdes llanuras. No es menester decir que todas las familias se conocían; cada cual parecía entera'do de todos los asuntos de los demás. Según la coso tumbre española, se llamaban unos a otros por sus nombres de pila; los criados de una familia cabalga– ban a la par de los miembros de otra y conversaban con ellos, a lª vez que los sirvi~mtes de éstos eran tratados con la misma familiaridad por las personas de la primera. <Juando Jacob hubo abrazada a su
hermano Labán y emprendió la vuelta hacia la tierra de sus abuelos, no iba acompañado de una comunidad más patriarcal que la que caminaba por los llanos de San .Juan.
Habíamos llegado a un estrecho desfiladero en la montaña por el que sólo podía pasar una persona a la vez y encajonado entre altos muros de arcilla que la lluvia había puesto resbaladizos. Yo ve· nía a retaguardia de la caravana cuando me vi detenido en medio de aquel sitio peligroso. Una mula había resbalado y no quería levantarse, o, por 10 menos, la damisela que la montaba nO podía hacer que sé levantara. Esta había caído de la silla sin hacerse daño: pero su benjamin, ,que era de paño m.uy fi· no, ricamente bordado de abalórios no había tenido tan buena suerte. Estaba lastimosamente sucio, y su sombrerito negro de montar a caballo, que había pegado en el muro de tierra porque al tratar ella de ponerse de pie resbaló, cayendo contra éste, -se veía muy arrugado y medio pardo y medio negro, 10 que le daba una forma y un aspecto mUf arlequinesco. Por muy poco Incllnac10 que sea UD hombre a los actos de galantería, hay casos en que no tiene más recurso que entrar por ese camino y aquél era claramente uno de ellos. Me desmonté, le torcí la cola a la mula, vociferé Uila palabra que no es de mi aprobación (no quiero decir que fuese un juramento), pero que yo había oído emplear a los arrieros en iguales ocasiones COn infalible resultado, y la mula se levantó de un salto. La damisela fue devuelta a su silla y nos fuimos en pos de los viajeros que ya iban muy adelante de nosotros.
Mi compañera era una muchacha pequeña de cUerpo y de formas delicadas, algo así como una criolla, pero tirando más a la raza india que a las otras; podía tener unos diez y o~ho años. Era muy parlanchina y me contó muchas anécdotas de las diversas familias que habían estado en las fiestas, enterándome de todos los casamientos que estaban sobre el tapete y haciendo insinuaciones acerca de algunas cosillas escandalosas, que sería de mi parte poco generoso e innecesario consignar aquí. Mien· tras caminábamos a un trote lento, me recordaba una de esas bonitas gacetillas de The Mornlng Post que todos desean leer, pero ninguno que 10 vean leyéndolas. Yo no sabía qué Cosa era la muchacha; pero me enteré de que sin ser señora era la camarera de una señora; personaje que por 10 general re· sulta, como en el caso presente, una señora más fina que su ama. Servía a la amable hija de D~ Vicen·
ta, la señora de cuya hospitalidad estaba yo disfrutando. La muchacha había adquirido ya, a 10 que pa· recía, el legítimo derecho de ser protegida por mi, y por tl,Ulto me dí prisa para alcanzar a la familia; pero al acelerar el paso oí un grito. Miré en torno y vi a la pobre chica en la situación más alar– mante. Las cinchas de su silla habían cedido, probablemente a causa de la caida que las había roto, aunque no del todo; pero ahora sí 10 estaban, y la silla, privada de sus sostenes especiales, como diría un abogado, estaba tomando un sesgo muy perjudicial para los intereses y la seguridad de la deman· dante, cuyo pleito había sufrido ya tanto por el colorido falso que le habían dado y la demora del pro· ceso. (1). Me devolví tan pronto como pude, llegando justamente a tiempo de evitar que la chica diese con su persona en tierra; pero cayó sobre mi hombro, y en esta posicjón, habiéndome ella echa·
(1) En este párrafo hay varios juegos de palabras de imposible traducción. Por ejemplo, en inglés la palabra suit tiene, entre otras, las acepciones de traje y pleito y de aquí el retruécano empleado por el autor. N. del T.
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